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 La enseñanza de los viejos maestros

Die Form Bauhaus, Taschen

Portada de Die Form, nº 5, 1930, Anónima, BHA. Imagen del libro, Bauhaus-Archiv, and María Ordoñez Rey. Bauhaus: 1919-1933. Köln: Benedikt Taschen, 1991.

 

Choca que semejante atrevimiento de título perteneciese a un momento en que aún no existían esos maestros. Choca más aún que se empleara para inaugurar una institución que aparentemente quería fundar la modernidad. Choca aún hoy, que Walter Gropius encargara semejante lección a Johannes Ittenpara dar comienzo, nada menos, que a aventura pedagógica de la Bauhaus, el 21 de marzo de 1919.

Sorprendentemente, y con el paso de los años, dicha lección no ha perdido vigencia, ni sentido su título. No es poco revolucionario comenzar cualquier aventura reclamando a los ancestros, invocándolos, como quien invoca a sus fantasmas o a sus dioses lares. Y más aún cuando el pasado es entendido como una lacra que impide soñar y hasta reinventarse a miles de arquitectos.

Sin embargo, ser arquitecto es ser heredero. Por eso los viejos maestros de la arquitectura, viejos maestros sin fecha de caducidad, desempolvan sus enseñanzas en nuestras ciudades, en las bibliotecas y hoy incluso en la red. Los viejos maestros en blanco y negro se han afincado con desparpajo en las páginas de internet, porque sus imágenes son capaces de competir por intensidad y valor con toda la producción sobresaturada de lo cotidiano. Los viejos maestros se perpetúan y saltan fuera de las bibliotecas y de los lugares de estudio tradicional para alentarnos a seguir aprendiendo de sus pasos.

¿Quiénes de ellos son el retrato de las nuevas generaciones?. ¿Acaso son más cercanos los heroicos años cincuenta que los posmodernos setenta?. ¿Están hoy más vivas y reconocibles las obras y enseñanzas de Cedric Price, de Alison y Peter Smithson o de los Eames que las de Ungers, Botta, Isozaki o Venturi?.

La primera enseñanza de los viejos maestros es servirnos de espejo, ser la primera respuesta a la pregunta de quiénes somos hoy como arquitectos. La segunda, es el cruel y necesario malentendido de esas enseñanzas. Entre las dos, para la historia, resulta más significativa la primera.

Esas dos enseñanzas de los viejos maestros son universales y son repetidas como un salmo. Congregarse en torno al pasado, como en torno a un fuego o a una mesa de juegos, ha constituido desde antiguo, el primer deber de una generación.

Los maestros de los años cincuenta a los que se mira hoy con justo fervor, la generación española de Oíza, de la Sota, Corrales y Molezún, Cabrero, Carvajal, etc… son ahora el espejo más fiel en el que muchos arquitectos se empeñan en buscarse. Las generaciones de sus padres lo serán para las siguientes. Tal vez. Por ahora, son los culpables de los males que los acosan.

Mientras, perpetuar ese antiguo rito de la “enseñanza de los viejos maestros” continua siendo, como lo era en la Bauhaus, un acto fundacional para cualquier generación de arquitectos con ansia de futuro.

Por:
Arquitecto y docente; hace convivir la divulgación y enseñanza de la arquitectura, el trabajo en su oficina y el blog 'Múltiples estrategias de arquitectura'.
  • Raquel Martínez - 24 julio, 2014, 14:02

    Un bello texto, Santiago. Me gusta mucho la idea de entender al arquitecto como heredero. Y creo que es necesario hacer una correcta transmisión de lo que ello significa a los alumnos.
    Vivimos en un mundo donde lo inmediato, el ahora, lo último tiene valor en sí mismo. La red ofrece cada día miles de instantáneas de arquitectura que son reemplazadas en cuestión de horas por otras nuevas.
    Frente a ello, es en ocasiones difícil presentar como atractiva la inmersión en el pasado, la congelación del tiempo en torno a una obra o un maestro. Conseguir despertar el interés por una arquitectura sin renders, photoshop o grasshopper puede parecer a veces una labor titánica.
    Pero creo que el alumno que se engancha en torno a ese fuego, llevará consigo un arma muy valiosa para afrontar el futuro.

  • S. de Molina - 24 julio, 2014, 18:12

    Muchas gracias por tu valioso comentario, Raquel. Es verdad lo que dices. A un arquitecto joven se le hace difícil entender el valor de contar con ese pasado. Y sin embargo cuando se descubre la libertad que proporciona saberse acompañado se hace mejor el viaje. Un abrazo

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