La gran Mezquita de Djenné, Mali, imagen de Ruud Zwart en Wikipedia, CC BY-SA 3.0
La historia de la arquitectura está sujeta a revisión constante; sin embargo, nuevas formas de examen han adquirido recientemente una importancia tal que hacen tambalear sus propios cimientos.
Hace no mucho la universidad de Yale anunció que uno de sus cursos sobre historia del arte era demasiado “blanco, masculino y occidental” como para no replantear su enseñanza por completo1. El escándalo, siempre amplificado por los tabloides, no se hizo esperar. Pero lo cierto es que los signos de los tiempos y en especial el mercado de la universidad estadounidense se encuentra en un momento de especial y contagiosa esquizofrenia. ¿Cómo enseñar historia del arte en una universidad donde al menos la mitad de su clientela no encaja en esos parámetros? Y más profundamente, ¿cómo defender los valores de la multiculturalidad cuando incluso la propia política del país que acogen esas enseñanzas trata de establecer fronteras para evitar la riqueza y mixtura cultural que aporta la inmigración?
A este respecto el nonagenario historiador Kenneth Frampton señaló la firme voluntad de repasar su influyente “Historia crítica de la arquitectura moderna” con argumentos semejantes: “En la última revisión no quiero presentar un mundo eurocéntrico: la arquitectura de China, India o África forma parte del planeta”2. Sin embargo, hoy debemos cuestionar si incluso el propio término de “regionalismo crítico” al que debe su éxito como historiador, no es un concepto intrínsecamente eurocéntrico. Es decir, ¿podría haberlo esbozado alguien con un sentido del lugar o de la cultura externos al mundo de referencias occidentales? ¿Debería, por tanto, ser replanteado o abandonado ese hallazgo? La respuesta es tan acuciante como problemática. De hecho, ¿cómo reconstruir una historia de la arquitectura o del arte fuera de los presupuestos de lo occidental, lo blanco y lo masculino si, a fin de cuentas, incluso el concepto de historia del arte apareció precisamente en ese hoy oscuro ambiente? Todas estas cuestiones se enmarcan como ramificaciones del insuperado debate del “poscolonialismo”. Solo que incluso el mismo sentimiento de culpa que flota en él es decididamente “colonial” y supone un verdadero problema que afecta a nuestro propio sentido del pasado.
No se trata solo de una cuestión de pura posmodernidad (aunque muchos de sus pensadores hayan abordado el tema), ni siquiera de método, sino que es intrínseco al mismo sistema y estructura mental occidentales. El propio sesgo eurocéntrico de la arquitectura que se pone hoy en cuestión, obliga a encontrar “obras maestras” y “autores” fuera de su canon. Un canon subalterno resulta acuciante. No obstante, en lo que va de siglo XXI apenas ha sido posible implantarlo en la docencia de la arquitectura de ninguna escuela del mundo con cierta credibilidad. Por mucho que hayan aparecido en este tiempo figuras de renombre en el mundo de la arquitectura africana, india o china, la pregunta sobre si podrán ser incorporadas “obras maestras” del pasado provenientes de esos mismos lugares, resulta tramposa. Seguramente porque la respuesta pasaría por intentar rebajar la muy occidental y competitiva idea de “valor” o por reformular el mismo concepto de “obra maestra”.
El deber de dar visibilidad a los círculos desfavorecidos históricamente en la arquitectura creo que está fuera de discusión. Debe hacerse. En este sentido, el listado de obras externas al ombligocéntrico círculo académico occidental debe construirse con ahínco. Aun con todo, solo parece rectificable este flagrante desequilibrio desde el presente y mirando al futuro.
Cuando vemos derribar estatuas por doquier, literal o figuradamente, no puede olvidarse que solo es posible hoy su derribo por el curso de los acontecimientos a que condujeron muchas de esas mismas estatuas. Lo cual es desasosegante y paradójico. Porque no supone exculpar al pasado de sus responsabilidades ni tampoco perder de vista que ese mismo pasado no puede ya respondernos. Tal vez ni siquiera sabría cómo.
A este respecto, y hoy más que nunca, la enseñanza de la arquitectura se encuentra en un callejón sin aparente salida. Quizá la respuesta solo pueda provenir de esa arquitectura verdadera e íntimamente subalterna. Como dijo el anticolonialista Salman Rushdie: “the Empire writes back with a vengeance”3. Es decir, solo parecen legitimados para hacerlo los arquitectos que resistan y subviertan, a través de sus obras, nuestra mirada al pasado. Solo alguien lejano al Partenón o a San Pietro in Montorio podrá transmutarlos, como ya ha hecho en literatura Césaire con las figuras del Próspero y Calibán de Shakespeare.
La cuestión es, ¿podrán lograrlo desde fuera de ese espacio intrínsecamente ligado a occidente como es el de la universidad?