Se me hace raro escribir hoy sobre viajes, sabiendo que media España, por fin, ha cogido carretera para volver a casa… Después de tanto tiempo encerrados pensar en los viajes, sobretodo tal y como lo hacemos los arquitectos, parece que fuese un reflejo borroso de otra vida.
Viajar con un arquitecto no es fácil, lo reconozco. Somos esa gente que te hace tomar dos buses para ver una escalera o esperar varias horas de cola en algún museo para luego pasarse la mayor parte del tiempo fotografiando la solución de la cubierta en lugar de viendo las obras expuestas. Somos así. Y cuando se nos cruza la mirada con algún extraño mientras estamos examinando el material utilizado en la última Serpentine Gallery, inevitablemente pensamos “este es arquitecto también”, llevamos el sobaparedismo por bandera.
Cuando eres estudiante estos viajes son siempre un descubrimiento, da igual el destino. Es como si vieses el mundo por primera vez. No importa si visitas Barcelona, Madrid, San Sebastián… o el pueblo de tus abuelos donde pasabas los veranos, al enterarte de que es un poblado de colonización de Alejandro de la Sota de pronto cobra un significado especial y todo es nuevo y emocionante.
Pero es esa misma fase de descubrimiento e intensidad con la que vamos a cualquier sitio lo que da un mérito increíble a las parejas y amigos no arquitectos que nos acompañan. Aprovecho la ocasión para pedir perdón y daros las gracias públicamente de parte de todo el colectivo. ¡Sois los mejores!
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Al pasarte al otro lado del encerado la cosa cambia, pero sigue siendo igualmente interesante. Los viajes llevan siempre consigo un estudio previo del destino: arquitectos locales, contemporáneos, clásicos, del star system… y luego lo más difícil, elegir dónde y cuánto tiempo vas a parar en cada sitio. Este curso tuve la ocasión de viajar a Lisboa junto a algunos estudiantes y profesores, donde descubrimos entre otras cosas la Fundación Gulbenkian gracias a la batuta de Raquel Martínez (coordinadora del Grado en Fundamentos de la Arquitectura de la URJC) que, además, albergaba una exposición con el concurso para su ampliación con las propuestas. Sin duda alguna, lo mejor del viaje junto a la ocasión de entrar a ver por dentro el estudio de Aires Mateus, que tuvieron la amabilidad no solo de enseñarnos sus instalaciones, sino también de explicarnos su metodología de trabajo.
Pero un día de Marzo el COVID nos encerró a todos en casa y no hubo más viajes, al menos de momento. Se nos quedaron los planes en el aire, a algunos pilló casi haciendo la maleta, pero ahora que parece lo peor ha pasado es momento de ir quitándole el polvo a las botas. Yo ya tengo destino para mi siguiente viaje de arquitecto, ¿y vosotros?
Me siento totalmente identificado, y es cierto: qué paciencia tienen las parejas de viaje!
Próximo viaje? Corto: Oporto… Largo: Perú… aunque dependerá de la pandemia claro.