Durante estos últimos meses la vida se ha detenido, y de alguna manera, nuestra mirada hacia nuestro alrededor ha cambiado. La ausencia de algunas cosas ha desplazado el foco hacia otras, y así, detalles y aspectos de nuestras vidas que antes aparecían como “fondo”, ahora han pasado a ser protagonistas.
La vivienda ha sido más importante que nunca: su amplitud, ventilación, organización de sus espacios, orientación… Durante aquella primera fase de confinamiento en que no podíamos apenas salir a la calle, por ejemplo, la entrada de luz directa en las viviendas (o su ausencia…) se convertía en una cuestión de vital importancia para muchos. Para aquellos con una vivienda con una orientación desfavorable, la llegada de un “rayo” de sol directo, era uno de los acontecimientos importantes del día. No en vano, hemos visto a vecinos de pie en el balcón o cantantes subiendo fotos tirados en el suelo, “tomando el sol”… La sensación del sol en la cara se convirtió en un lujo que no se podía comprar. Y es que durante el confinamiento, lo doméstico ha sido más público que nunca: El fondo de las videollamadas, la vida en el balcón, las fotografías en redes sociales…. Además, ese “segundo” espacio público que constituyen las redes nos ha hecho compartir reflexiones y experiencias personales, y ser conscientes de que eran comunes.
Si la luz ha sido importante, el aire “libre” no ha sido menos. Tener ventanas amplias, pero sobre todo un balcón, una terraza, o un jardín, era un privilegio. Para muchos, el balcón se ha convertido en un espacio “redescubierto”: Hemos visto vecinos “salir a dar un paseo” al balcón, yendo de un lado al otro una y otra vez; también cómo minúsculos balcones se han convertido en lugar de contemplación, desayuno, trabajo o reunión.
Por primera vez nos hemos fijado en nuestros vecinos, porque también hemos observado con mucha atención hacia todo aquello que se ve desde nuestra casa. Los aplausos de las 20:00, constituían para muchos un ejercicio de observación de cinco minutos: la pareja de la terraza, el vecino que grita cuando habla por teléfono, la señora que sale a aplaudir siempre por la misma miniventana…
Y así, durante unos meses, todos fuimos conscientes de la importancia de una arquitectura de calidad que tenga en cuenta todos los aspectos para desarrollar una vida digna y confortable… pero también pusimos en práctica una actitud de “reciclaje” de espacios: Tuvimos que adaptarnos y los salones se convirtieron en despacho, en colegio, en gimnasio, en cine, en bar de “birrallamadas”, en restaurante del sábado por la noche. El pasillo, en circuito de carreras para los más pequeños. La cocina o el baño, un espacio alternativo susceptible de ocuparse en momentos de necesidad “aislamiento”.
No en vano, decía Proust que “el único verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos”. Al final, la inmovilidad, nos ha regalado un viaje cuanto menos interesante: El de poner el foco más que nunca en la arquitectura más esencial: valorar el lugar dónde vivimos. Y el de redescubrirla: valorar cómo lo hacemos.