Benditos errores

Palitos de madera. A la derecha el estándar. Imagen del autor.

En la imagen, a la derecha, puede verse un palito de madera de los que se usan para remover el café. A su lado, un palito distinto. Lo encontré el otro día y está, como se ve, levemente curvado. Tiene una zona de color distinto en el quiebro, un nudo de la madera quizá.

Es un error, sin duda, y sin embargo es interesante. El giro permite apoyar el dedo de forma distinta y el movimiento de remover es más estable. Probablemente sea más difícil de producir y más fácil de romper. Seguramente, tampoco ocupe el mismo espacio al almacenarlo.

Lo interesante del caso es que un error puede hacernos pensar: los errores —en ocasiones— producen análisis críticos inesperados.

El origen, en este caso, es fortuito. Para los arquitectos (y para otras profesiones en las que la investigación es imprescindible) el error o, por ser más preciso, la investigación no apriorística, es un proceso fundamental que permite explorar territorios en los que, en otros entornos, no podríamos adentrarnos.

Lo que se plantea pues es la necesidad de experimentar partiendo de una base de conocimiento, produciendo hipótesis fundamentadas en la experiencia y —por qué no— un cierto nivel de intuición: lo que en inglés se denomina educated guess, una adivinación no arbitraria que admite la posibilidad del error, no como fallo sino como desarrollo que quizá no interesa en un momento determinado pero al que se puede volver más adelante.

En demasiadas ocasiones la disciplina ha confiado en que estos procesos se producirán en la práctica más extendida en la profesión: la del sector privado. Lo ha hecho en ocasiones, pero dudo de que exista hoy en día una relación como la que los Huarte mantuvieron con la modernidad o, por ejemplo, con Sainz de Oiza. No es buen tiempo para mecenas.

Lo que planteo, por el contrario, es que este ambiente experimental puede (quizá debe) ser parte de un esfuerzo del sector público por fomentar una constante mejora de la sociedad cuyo bienestar está a su cuidado.

No es la primera vez que esto sucede. En Inglaterra, después de la segunda guerra mundial, el London County Council Architect’s Department llegó a ser la mayor oficina de arquitectura del mundo, empleando a más de 1500 personas de las que casi un tercio eran arquitectos. Fue bajo su auspicio, donde comenzaron los Smithson, Archigram, HKPA y una larga lista de profesionales cuya in fluencia hoy es innegable.

La estructura del departamento permitía a los arquitectos un alto grado de flexibilidad y, con ella, la posibilidad de experimentar en un ambiente laboral seguro, trabajando en equipo de forma colaborativa (algo muy necesario en una profesión excesivamente tendente a la autoría heroica mal entendida). En definitiva, el LCCAD admitía un cierto nivel de error investigador sobre el que poder construir futuros aciertos.

Quizá sea esta una de las necesidades más urgentes de la profesión, ocupados los Colegios de arquitectos, lamentablemente, en otras cuestiones y perdidos en sus propias (y absurdas) contradicciones. Más allá del empleo habitualmente publicitario que suele hacerse de la arquitectura desde entornos políticos, la necesidad de un entorno fuertemente experimental —alejado de la precariedad habitual que se asocia al término ‘investigar’— debe ser una de las prioridades de la arquitectura en España.

Con sus errores, bienvenidos sean.

Por:
(Almería, 1973) Arquitecto por la ETSAM (2000) y como tal ha trabajado en su propio estudio en concursos nacionales e internacionales, en obras publicas y en la administración. Desde 2008 es coeditor junto a María Granados y Juan Pablo Yakubiuk del blog n+1.

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