“Todo va a ir bien” Nathan Coley, Museo Arte Moderno Edimburgo. Foto Rogelio Ruiz,2020, cuando viajábamos…
Hace años sufrí una neumonía. Recuerdo estar tirado en el sofá y plantearme subir las escaleras a buscar unos calcetines como una odisea imposible de acometer. Después, cuando el pulmón se limpió, me volví a encontrar muy bien y corrí, mucho incluso. Aquella enfermedad fue como una ventana desde la que pude ver, muy clara, mi vejez: esa falta de fuerza y de oxígeno que estos días sufren tantos ancianos. Angustioso.
Antes escribí que corría, por aquel tiempo ya había quien decía hacer jogging, más tarde se empezó a llamar running. Hasta Murakami, que se mete carreras de cien kilómetros, escribió un libro sobre el correr… (¡También es una pandemia universal!). Los directivos de las empresas importantes en vez de jugar al mus, que era lo suyo, empezaron a reunirse para correr… Todos ellos ahora, de repente, están sentados en casa, con sus magnificas zapatillas de marca norteamericana hechas en China.
Ahora, precisamente por un virus que, como el calzado deportivo, viene de China y acaba hasta en Estados Unidos, todos estamos recluidos. Esto, que nos fastidia terriblemente porque es obligado, en un momento dado, las revistas de colorines que nos daban los periódicos lo llamaron, como tendencia: cocooning. Es decir, meternos en nuestro capullo y disfrutar desde aquí de todo lo que nos ofrecen los medios, la televisión, la lectura, la cocina, la repostería…
Pasar grandes temporadas encerrados es el modo de vida de mucha gente: los esquimales en sus iglús, los astronautas, los marineros viven en el confín de un barco. Las monjas y monjes dedicados a la vida de clausura, algunos con votos de silencio…Los presos, ¡ahora sabemos lo que es arresto domiciliario! O esos controladores de máquinas que están horas y horas en una burbuja donde nada se mueve (o lo que es peor, una lucecita no para de pestañear para recordarte que tu estas parado). O la gente que vive su vida en zonas de guerra, la franja de Gaza, tantos años ya, encerrados para evitar bombardeos… Los científicos que se encuentran en la Antártida en edificios herméticos (como esos que diseña Broughton) donde los estudiosos pasan días y días recluidos.
Precisamente conocí a Hugh Broughton hace tres años en “Open Madrid”, sentado a mi lado, literalmente codo con codo, contándome, un poco chulito, como el día antes había ido al partido del Chelsea- “Atletí” Madrid y habían ganado. Poder hacer estas cosas, escuchar apretados una conferencia o ir a un partido, nos parece ahora alucinante. “Closed Madrid”.
Shakespeare dejó escrito en Hamlet: “I can be bounded in a nutshell and feel myself King of infinite space” (puedo estar confinado en una cáscara de nuez y sentirme rey del espacio infinito). Que no es otra cosa que pensar en la fuerza de la mente para romper cercados, para cambiar las situaciones.
Porque otra manera de luchar contra el tedio es profundizar en el análisis, estirar el espacio al variar el tiempo, es decir: la magdalena de Proust. Escudriñar, en todos sus detalles lo cercano para hacer así el mundo más grande. Dicen del fotógrafo de Galicia, y gallego además, Xurxo Lobato, que conduce muy lento para no perderse nada del paisaje. Ir más despacio nos permite disfrutar más de las cosas, que es otra pamplina de revista dominical, es decir otra nueva etiqueta: el slow life. Vamos: Carl Honoré y el Elogio de la lentitud, que por cierto se regocija mucho en la vida de pueblos pequeños en Italia que tan mal lo están pasando ahora. Somos iguales hasta en lo malo. ¡Cómo te quiero Italia!
En Valencia- esa Valencia estos días vacía y otros años repleta, hombro con hombro, como una masa humana disfrutando de las fallas- nos contaba Sifre, un profesor que había trabajado con Louis Kahn, que la necesidad de espacio es diferente según zonas. Como los árabes en los zocos, y nosotros especialmente en el sur como influencia, se tocan y viven muy cerca unos de otros, mientras que los norteamericanos necesitan mucho más espacio a su alrededor, desde el tamaño de los coches, los aparcamientos, supermercados…
Saénz de Oíza se fijaba en como las ovejas en Castilla se aglutinan en rebaños (como los pueblos) mientras que en el norte se dispersan como las casas en el medio rural montañoso. Pero en el norte también queremos ver esa luz en la casa del otro, que por estar en la montaña parece de noche estar en el cielo, queremos oír su aplauso compartido estos días. Queremos que pronto vuelva el orteguiano “ver y verse”…
Ahora se está generando un esfuerzo, y un aprecio posterior por la comodidad de la compra a distancia para los que nunca la hacíamos, por los programas que nos permiten seguir dando clases y ni siquiera conocíamos, por la contestación telemática, y la buena disposición de los funcionarios para usar este medio. También se está cayendo de lleno en maratones, pero ahora de series en las plataformas de cine en casa… Todo ello baja emisiones, reduce efecto invernadero, y nos da SILENCIO, lo cual es alucinante… ¿No le cogeremos el gusto si esto continúa? ¿No será esta situación un preludio de la muerte de la calle en sí, como predijo Jane Jacobs hace más de cincuenta años, de la vida social como hasta ahora la entendiamos? ¿No será la estocada del Cine? ¿de la prensa impresa? Lo veíamos venir. ¿Cómo se va a replantear nuestro modo de vida, hasta ahora tan próximo, y tan social?
¡Quizá padezca ya el síndrome de Estocolmo! pero al igual que la neumonía me hizo vislumbrar a nivel personal la vejez, como sociedad vemos en esta situación por una ventana el adelanto de un futuro de cambio, que recogerá velas en nuestras actitudes, un adelanto de un porvenir inevitable.
Esperemos que no dure mucho esta situación y que pronto abran las tiendas y todos nos volvamos a abrazar y besar, a tomar cervezas, a recorrer rastrillos apretados, sudemos en conciertos, vayamos al teatro o a la ópera, a cortar el pelo, a ver una película, o un museo, ir a tomar simplemente un café con el periódico en una terraza, que nos de el sol en nuestra cara, o podamos rezar juntos (fede, perseveranza e coraggio!) y nos saludemos sin temor al contagio, pronto, que muy pronto nos demos palmadas de cariño. Abrazos de reencuentro…