
“Fachada Disléxica”, Corpo Atelier, 2020
La idea del tiempo es intrínseca a la arquitectura.
Primero, porque en la arquitectura no existe el tiempo, ya que la necesidad de refugio y de formalizar espacio nace con la aparición de la Humanidad y de su relación con el territorio.
Segundo, porque pensar y entender la arquitectura requiere necesariamente de tiempo y obliga a un entendimiento espaciotemporal de la realidad. Y también porque en el acto de hacer Arquitectura – desde el momento del encargo al de la idea, del proyecto a la licencia, de la construcción a su vivencia – hay tiempo suficiente para que se ponga constantemente la misma en cuestión, aunque nunca se pueda perder el tiempo.
La necesidad de premura e inmediatez que tanto caracteriza la arquitectura actual, que, por supuesto, ya debería estar hecha ayer, y que, por lo tanto, requiere del uso de soluciones estandarizadas que tienden a imponerse acríticamente a las condiciones del lugar instantáneo, es necesariamente contraria a la idea de proceso, investigación y maduración – sinónimos de la definición de tiempo –, resultado de una comprensión favorable a la especificidad que parece caracterizar la disciplina como algo significativo. El tiempo de pensar y el de hacer son, por lo tanto, dos tiempos de una sola Arquitectura, que aparentemente no siempre van de la mano.
De todas formas, la arquitectura es siempre una expresión de su tiempo, incluso cuando imita un tiempo pasado, revelando una comprensión nostálgica del mundo, a través de las llamadas neo-arquitecturas.
Curiosamente, y en oposición a los edificios atemporales que llenan nuestra memoria – los ahora llamados monumentos –, que normalmente asumen vigorosamente su edad por su pátina y encanto que solo el pasar de los años posibilita, los materiales más modernos que construyen la Arquitectura de hoy en día – pensados para resistir inertes a la intemperie de los tiempos, sin evidenciar el paso de estos – constituirán, a su debido tiempo, la arqueología del futuro, en el tiempo del mañana.
Simultáneamente, la sobrevaloración de un tiempo revelada por la tendencia contemporánea de congelar las ciudades en el pasado o de asumir solo su contemporaneidad en un espacio temporal circunscrito a los centros financieros – en un entendimiento sectorizado de la Ciudad –, parece oponerse a lo natural (¿atemporal?) de Ciudad como organismo vivo que asume con naturalidad la convivencia simultanea de diversas contemporaneidades, de tiempos diferentes.
¿Cuánto tiempo será necesario para que la Arquitectura lo sea? Solo el tiempo lo dirá.
Texto traducido del portugués por Inês Veiga