imgen aportada por Ana Asensio.
Hace pocos meses, Europa se despertaba con una novedad, una noticia que muchos aplaudieron y muchos otros recibieron con recelo y el ya clásico apocalipsis mood: Berlín congela los precios del alquiler.
Unos, por un lado, tomando a Berlín como modelo de actuación, y los otros, elevando su Requiem por los Inversores, miraban en la misma dirección: el control del “mercado” del alquiler. El control de la especulación del alquiler en las ciudades, y una correa a los megapropietarios.
Se dice que esta medida, sumada, claro, al “parque de vivienda pública en régimen de alquiler” (tan necesario), facilitará a los jóvenes el camino a su emancipación.
Sin ánimo de ser una aguafiestas, y declarándome desde ya una plebeya del mundo inmobiliario, me gustaría aprovechar este breve texto para mostrar otra cara de la situación del alquiler en las capitales europeas, y cómo el control del precio del alquiler, si se lleva a cabo como medida única sin trabajar otras cuestiones satélite, podría ser contraproducente. Esta otra cara está basada en una reciente experiencia propia: la búsqueda de apartamento, durante cuatro largos meses, en Amsterdam:
Voy a comenzar diciendo que la bolsa de alquiler social en Amsterdam te permite registrarte desde los 18 años, tras lo cual pasas a la lista de espera; de 10 años (aproximadamente). Continuemos pues con el sector privado.
Lo que he aprendido en estos cuatro desesperantes meses es que limitar el precio del alquiler no es suficiente, si no se elimina la posibilidad de discriminar por salario (huelga decir que hay muchos más nichos de discriminación, a parte del nivel económico, que “aplican” en la carrera por un piso: color de piel, nacionalidad, profesión, edad, etc).
Me explico: en ciudades con alta carencia de espacio habitacional y periferias en aumento, la búsqueda de vivienda es masiva, y en ello, la inequidad se hace patente, no solo en los precios de mercado sino en el trato humano. Los propietarios te rechazan, incluso antes de visitar el piso, porque siempre hay alguien más rico (lo que ellos traducen en más apropiado) que tú.
Es una práctica instaurada en Amsterdam (y alrededores) que los makelaars (los agentes inmobiliarios) y propietarios, exijan ver documentos como tus facturas y declaración de la renta del último año (o más) y tu extracto bancario. En una ciudad (y alrededores) donde la oferta es ínfima y la demanda está desbordada, solo unos pocos pasarán el filtro para “ser invitados a visitar el apartamento” (pequeñísimo y carísimo). Tras eso, el propietario elegirá, como una norma no escrita, al de salario más alto, “para curarse en salud”.
Si se instaura la normalización de la posibilidad de exigir al futuro inquilino enseñar su salario y cuenta bancaria para elegir el “mejor postor”, la regulación del precio del alquiler sería una medida análoga a rebajar la altura de la valla en una carrera de atletismo, en la que primero hay que cruzar un gran muro para comenzar, un muro para el que unos corredores tienen escalera y otros, no; en los juegos olímpicos de la desigualdad.
Regular el precio del alquiler sin regular las condiciones de elección de inquilinos (eliminar procesos discriminatorios) es regalarles las ciudades a los ricos, poniéndoles en bandeja casas “baratas” para sus bolsillos, de sencillísimo acceso para ellos, aumentando la inequidad.
Nos metemos en el terreno de las llamadas “libertades individuales”, pero hoy, que la ciudad es un ente social y el núcleo del desarrollo mundial, más que nunca, tendríamos que empezar a pensar en las responsabilidades de ser poseedor de un espacio habitacional en la ciudad, y actuar en consecuencia.
Ya es triste que la vivienda como inversión haya pasado por encima de la vivienda como necesidad humana. Ya es triste que se abandonen las zonas rurales y se minimicen las opciones de desarrollo regional en detrimento de las ciudades. El siguiente paso es entregarle las capitales a los ricos, epicentro de la economía mundial, para expulsar al resto de ciudadanos al limbo territorial y laboral. Pensemos las medidas sociales adelantándonos a la lógica de El Mercado; él siempre corre más.
Imagen aportada por Ana Asensio