¿Alguna vez te has parado a pensar a qué huele tu hogar? ¿y tu ciudad? Resulta que, cuanto más expuestos estamos a un estímulo más lo normalizamos. Y no es que pase desapercibido, sino que, por eficiencia, nuestro cerebro deja de sentir el estímulo para poder invertir energía en otros procesos. Por esto es aconsejable cambiar de atmósfera, para mantener esas minúsculas vías neuronales vivas o despertar otras nuevas. El auge de la arquitectura flexible no tiene otro fundamento que el de adaptarse a las necesidades sensoriales de cada momento, pero ¿qué es sentir el espacio?
Olfato, gusto, tacto, oído, vista, equilibrio, palpitaciones, propiocepción, dolor, temperatura… los más puristas hablan de hasta 33 sentidos con los que percibimos el mundo. El investigador Rob la Salle publicó un volumen en el que explica la aparición de los sentidos junto con la evolución del ser humano. Esta habilidad sensorial, que no podemos controlar, pero sí entrenar, es nuestra herramienta para relacionarnos con el mundo.
El olor a palomitas nos recuerda al cine, podemos reconocer una prenda de un ser querido por su olor, o nos entra hambre si huele a pan recién hecho. En cuanto al tacto, las formas ásperas producen generalmente repulsión mientras que las suaves sugieren atracción, de ahí que sintamos mayor comodidad ante las formas curvas y que las relacionemos con el descanso y el confort. Conectamos estímulos hápticos con visuales, olfativos con auditivos, visuales con equilibrio… sin tener sinestesia, sentir el mundo a través de nuestro cuerpo es toda una experiencia.
Imagen del proyecto Jugar el Espacio
La arquitectura es el canal de comunicación sensorial con el mundo en todas sus variables. Como arquitectos, tenemos la posibilidad de diseñar atmósferas, experiencias sensoriales para la vida y, aunque existe una primacía del diseño basado en la visión, empiezan a surgir herramientas para analizar cómo influye el entorno en el comportamiento de las personas. Sistemas de traqueo ocular, análisis de respuesta galvánica de la piel o análisis de expresión facial, son algunos de los sistemas en desarrollo que podríamos utilizar los arquitectos para dar forma al diálogo invisible entre el espacio construido y el usuario.
En condiciones alteradas de la consciencia (como con fiebre muy alta, o bajo la influencia de sustancias tóxicas) los límites de la percepción se alteran disolviendo las fronteras entre lo externo y lo interno, pero, en condiciones normales estamos, como diría Sloterdijk “en un exterior con muchos interiores”.1
En su colección Esferas, el filósofo alemán describe al ser humano como “una caja de resonancia que se templa, retempla y destempla según los espacios en los que vive”. Sloterdijk da respuestas sobre qué nos sucede en determinadas atmósferas y utiliza elaboradas reflexiones para comprender cómo aparecen en nuestra historia componentes esencialmente humanos como las emociones.
Por desgracia, la fenomenología rara vez forma parte de las asignaturas de proyectos –algún día os contaré la historia del ciego y la casa de Lina Bo Bardi– pero tuvimos a Zaha Hadid y tenemos a Isabella Pasqualini o Philippe Rahm que se han salido del mundo euclídeo en el que parece estar estancada la arquitectura. ¿Quién será el siguiente?
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