Estudios de movimientos de trabajadores realizados por Lillian Moller y su marido Frank Gilbreth hacia 1915. Fuente: Centro Kheel, Biblioteca Catherwood, Universidad Cornell.
Recuerdo que hace un par años, visitando la exposición “Cámara y modelo. Fotografía de maquetas de arquitectura en España, 1925-1970” que tuvo lugar en el Museo ICO 1, me llamó poderosamente la atención una de las imágenes. En ella posaba Carmen Ayala, primera maquetista de la planta siderúrgica ENSIDESA en Avilés, con una de sus reproducciones para la compañía 2 . Entre todos los autores que se citaban en la exposición, tanto arquitectos como fotógrafos, la imagen de Carmen y su ligazón profesional al sector industrial despertó mi curiosidad hacia un objetivo. Y este no fue otro que la revisión de las recientes historiografías de la arquitectura y el urbanismo centradas en la perspectiva de género con el propósito de ahondar en el protagonismo hasta ahora negado de aquellas arquitectas, ingenieras y diseñadoras con importantes contribuciones a la industria y al diseño de principios del S. XX. Un protagonismo merecido y sin duda de interés como objeto de estudio, puesto que determinaron en parte los derroteros de una cultura reciente que nuestro tiempo estudia y divulga como un patrimonio históricamente cercano.
Como en muchas otras disciplinas y campos de estudio, la perspectiva de género nos permite redescubrir la importancia del papel de muchas profesionales y pensadoras que hasta el momento no habían tenido el reconocimiento apropiado [3], y a ello contribuye una extensa bibliografía entre la que destaca la reciente publicación de Zaida Muxí “Mujeres, Casas y Ciudades” 4 . En ella se recoge la labor de algunas de estas profesionales que contribuyeron a la construcción del mundo industrial del S. XX desde distintas disciplinas y cuyo trabajo merece un profundo estudio que apenas comienza 5 .
En este sentido, cabe citar figuras como la de Louise Blanchard Bethune, primera arquitecta reconocida como tal por el American Institute of Architects en 1888. Entre cuya prolífica obra se encuentran conjuntos fabriles de relevancia como el Iroquois Door Company o la planta Lumber en Buffalo, con una notable factura equiparable a las arquitecturas concebidas por otros compañeros varones como Albert Kahn. El apartado del diseño también fue muy relevante en la labor de mujeres arquitectas e ingenieras de la época, muchas veces ocultas a la sombra de sus parejas, como Aino Aalto o Lilly Reich, y cuyos diseños produjeron objetos creativos, bellos y concebidos de acuerdo a la economización de su fabricación. En otros ámbitos, corresponde también al trabajo de Lillian Moller con su marido Frank Gilbreth el pionero estudio de los movimientos de los obreros en su espacio de trabajo con objeto de racionalizar y optimizar su organización, campo que se desarrollaría ampliamente a lo largo del S. XX con otras derivaciones del diseño como la ergonomía del mobiliario.
Sin duda, nos hallamos ante el estudio de un amplio campo que tiene su interés actual desde el desconocimiento y el olvido a que han sido sometidas las contribuciones de estas profesionales en diversos aspectos del mundo industrial. No sólo se contemplan hoy en día desde su merecido lugar en la historia de la arquitectura, la ingeniería y el diseño, sino también como aportaciones relevantes a la cultura del S. XX y, por tanto, integrantes de la patrimonialización de que son objeto tanto los elementos industriales como sus aspectos intangibles. Un camino que se recorre actualmente desde la reivindicación, pero con el convencimiento de que, en tiempos futuros no tan lejanos, esta cuestión se trate finalmente desde un nivel igualitario.