Vista desde el balcón del dormitorio a… Fotógrafo: René Burri, 1959.
Todo va según lo previsto. Unos bandoleros han asaltado un tren de mercancías. Dos vaqueros intentan atraparlos. Los bandoleros sonríen: contaban con ello. Pulsan un botón y un puente situado a varios metros salta por los aires. El vaquero intenta frenar el tren desde la cabina del maquinista. Demasiado tarde. El tren cae. Silencio. Un destello. El tren emerge conducido por un guardián del espacio con alas para volar. La maniobra ha permitido que los bandoleros se escapen, pero el guardián les detiene. Y por si fuera poco, aparece un dinosaurio. No tienen escapatoria.
Seguramente nos haya parecido el inicio de un film del oeste, hasta que el personaje galáctico ha aparecido en escena. Ahí empezamos a sospechar algo. Es una historia inventada por Andrés, un niño que utiliza sus juguetes –vaqueros, trenes, un tiranosaurio de goma y un Mr. Potato– e imaginación para jugar en su habitación. SU habitación. Un lugar dónde dormir, jugar, leer y donde invitar a sus amigos. Sería tentador si no fuese porque:
Andrés no puede jugar al escondite con su hermano pequeño. Los desniveles de su habitación –una cama y un escritorio– son invariables en el tiempo y no puede emplearlos en su juego como herramientas para modificar el espacio una y otra vez. No puede pintar las paredes blancas de su habitación que tan aburridas les resulta y por si fuera poco, el suelo es frío y duro. Andrés tampoco puede jugar en la sala de estar porque casi siempre hay “reunión de mayores”. El problema no es de Andrés. Ni de sus padres. El problema es que la vivienda de Andrés se ha construido sin pensar en él. Se le ha considerado como si fuese un adulto más, y se le ha destinado un espacio incluso menor que el necesario para el desarrollo de un adulto. Y algo falla.
El mundo del niño 1 no puede ser un solo espacio o habitación en el ámbito doméstico, sino un «continuo de espacios» 2 como planteó Christopher Alexander: «la superficie al aire libre de su casa a la que puede invitar a sus compañeros, el espacio interior de juegos, su espacio privado en la casa donde puede estar sólo o con un amigo, el cuarto de baño, la cocina donde está su madre, el cuarto de estar donde se encuentra el resto de la familia. Todo esto constituye para el niño un mundo único, su mundo». 3
EL DOMINIO DE LOS NIÑOS, croquis extraído de Un lenguaje de patrones. Ciudades. Edificios. Construcciones de Alexander / Ishikawa / Silverstein
El «espacio continuo de juegos» 4 en el ámbito doméstico supone un cambio a tener en cuenta en la organización de la casa, proyectada hasta ahora mediante estancias jerarquizadas e independientes. El espacio de juego ya no es la habitación infantil. Se ha multiplicado y expandido dentro del espacio doméstico: es un recorrido. Y no puede ser homogéneo: debe tener guaridas que le sugieran a los niños un espacio a su medida donde poder esconderse y contar secretos; lugares flexibles que puedan transformar en el tiempo y ser mobiliario, almacenaje, desniveles… ¡o todo a la vez!
Un «continuo de espacios» que agite el juego de Andrés y le permita crear nuevas aventuras para sus juguetes. O mejor aún: que Andrés sea el vaquero Woody, que trepa por las montañas del oeste y da captura a los bandoleros con la ayuda de su hermano pequeño, el capitán Buzz.