Al hilo del reciente nacimiento de la revista VAD, (ramificación de la bien conocida página Veredes) y en cuyo lanzamiento he tenido el honor de participar, uno se pregunta si tiene sentido el lanzamiento de otra revista más dada la complejidad del actual panorama de la investigación en arquitectura. (Aunque el hecho de haber participado en su primer número ya adelanta que la pregunta es una licencia narrativa).
Las publicaciones de arquitectura que han aparecido en la última década, sean o no a la sombra de la academia, no han pretendido otra cosa, en apariencia, que la inefable meta de la difusión de la investigación. Pero, ¿lo logran? y sobre todo, ¿cómo medirlo?
En las distintas discusiones sobre la calidad de la investigación española, a menudo no hay más remedio que aludir a los criterios empleados en otros países. En ellos, prima el número de citas que recibe el trabajo de un determinado escribiente, generalmente profesor o investigador en trámites de realizar una tesis doctoral, en otras publicaciones del ramo. Diferentes instituciones que han convertido en un negocio esa medición y sus rankings, ofrecen estadísticas minuciosas del número de esas citas. Primando, por supuesto, las de lengua inglesa que es el centro del mercado mundial de estos sistemas.
En principio nada que objetar desde el punto de vista del método. El número de citas parece un tipo de control eficaz: a mayor número de ellas el artículo parece que posee más impacto. Pero como todo índice que mide números, tiene sus límites. Por ejemplo, ¿qué decir de un artículo si las citas que recibe no hacen sino contradecir lo expuesto en el texto? Para las agencias de calidad docente de nuestro país ese no es el tema.
Pero en parte lo es. Podemos encontrarnos con textos dudosos desde todo punto de vista, por ejemplo alguno de Patrik Schumacher, que promulga además de medidas poco éticas, abolir las viviendas sociales, o privatizar las calles, parques y jardines, con un número de citas más alto que el de un enjundioso estudio de, por ejemplo, la actual decana de Harvard, Sarah Whiting. Si los criterios son meramente cuantitativos debería darse antes una cátedra a Schumacher a pesar de las sandeces que pronuncia, porque sus textos han sido muy citados…
En fin, los criterios cuantitativos son lo que son. Y es un sistema al que incluso hay que reconocerle validez en las ciencias experimentales como las matemáticas, la física o las disciplinas médicas. Pero en arquitectura y en humanidades, deberían contemplarse otros criterios. Y no perderse de vista que en la verdadera difusión de los resultados no sólo importan los números recolectados en otras publicaciones de probada cientificidad, sino las huellas que dichas publicaciones dejan en otros círculos. Y me refiero por ejemplo a la paradoja de que un artículo sea citado y alcance un impacto inmenso en las redes sociales pero apenas lo tenga en otros ámbitos…
Todas estas dudas deberían agitar el rígido sistema en el que nos encontramos. Porque a fin de cuentas no hay verdadera investigación sin esa ansiada difusión de los resultados. Para complicar las cosas, tras las revistas de investigación con más altos índices de impacto, se ha impuesto la lamentable comercialización de los artículos, tanto por cuotas impuestas al escritor como a los lectores, cuando no el compadreo académico. Y eso por no hablar de las revistas depredadoras…
Por eso, tengo la esperanza de que en algún momento el mundo de las publicaciones y los índices de impacto, tal como los conocemos, reventará. O al menos sufrirá una trasformación. Por varios motivos. El primero es que la investigación no puede medirse por un número de citas recolectado por diversas agencias norteamericanas que, a su vez, cobran a las universidades por tener acceso al propio ranking que ellas mismas elaboran. El segundo lugar porque en la disciplina de la arquitectura muchas veces lo construido influye tanto más que lo escrito. Y así lo prueba la propia historia.
No tengo en el bolsillo una solución razonable para este galimatías. Pero, la verdadera excelencia en la investigación pasa, entre otras cosas entre las que habría que nombrar la financiación, la formación de equipos y otras circunstancias no menores, por tener canales más abiertos y libres, e investigadores mejor formados. (Y el papel de las nuevas revistas como VAD y de todas las que surjan en este panorama me parece positivo).
La excelencia en la investigación pasa, en último término, por el conocimiento de sus resultados. Creo que ahí se encuentra hoy uno de los principales cuellos de botella. Fiarnos en exclusiva de los métodos cuantitativos tiene sus carencias. Introducir factores de cualidad no es menos peligroso y parece sujeto a dolorosas arbitrariedades. Lo cual no significa que no puedan encontrarse criterios. La investigación en arquitectura es un terreno complejo. Y como tal deberíamos caminar con mucho cuidado sobre él.
Con todo, bienvenido sea todo canal que llegue a este campo de minas con limpieza, optimismo y energías.
Sobre este tema se pueden decir muchas cosas…
Un adelanto: en arquitectura tenemos la idea generalizada de que “investigar es escribir artículos en solitario”. Es curioso que esto no pase en otras disciplinas, en las que investigar es afrontar un proyecto generalmente en equipo para, a través de unas premisas, tratar de obtener unos resultados que sirvan para generar una discusión. Una vez obtenidos dichos resultados se comparten con la comunidad científica (o especializada). A esto último se le llama artículo.
¿Se puede investigar sin compartir (divulgar) los resultados? Es parte del “juego” de la investigación, exponerse para ser refutados… El gran problema es que los arquitectos seguimos escribiendo lo que ya sabemos (sin mucho rigor), no lo que (realmente) hemos investigado…
Buen post, sirve para discutir!
Muchas gracias por tu lectura, Emilio. Importante el tema que pones sobre la mesa en tu comentario. El trabajo en solitario ( o no) da para otro sustancioso escrito…