Foto: Brijuni arquitectos
El penúltimo edificio de Jean Nouvel en Oriente Medio puede describirse como una gigantesca cúpula rebajada compuesta por ocho delgadas capas paralelas que forman un cielo infinito de estrellas que filtran la luz a modo de mashrabiya árabe. Bajo la cúpula, pabellones rectangulares se deslizan y desplazan sobre una retícula ortogonal creando espacios intermedios de relación a modo de calles y plazas o incluso como un zoco o un ágora, según la idea del arquitecto. La referencia al ágora griega parece más un deseo que una realidad, no sólo formalmente, si bien la del zoco, tanto formal como histórica y contextualmente, es clara y acertada.
No quiero detenerme demasiado en describir el edificio pues no se trata de una novedad, ya que fue inaugurado en el año 2017 y, por tanto, suficientemente explicado en numerosos artículos. Sí me gustaría hablar de mi experiencia como visitante de un edificio y discutir la posibilidad de que nos encontremos ante otro icono más, si es que eso es posible, en el entorno del medio oriente.
Resulta difícil en un contexto así, donde una torre de cien metros no llama la atención y cualquiera de las cuatro Torres de Madrid pasaría completamente desapercibida en el bosque de ciudades como Dubai o Qatar o, como es el caso, Abu Dhabi casi en la misma medida, hablar de icono, si no fuera porque tanto la franquicia del Louvre parisino como el propio arquitecto francés, así como la inversión realizada por el gobierno local, han hecho del proyecto un asunto nacional de trascendencia internacional. En ese sentido, los componentes tecnológico, económico y cultural que resultan necesarios para poder hablar de icono como tal, parecen encontrarse sin dificultad en este proyecto.
Por un lado, efectivamente la necesaria audacia estructural y constructiva para ejecutar la cúpula multicapa sitúan al edificio en una cierta vanguardia de los desafíos que la arquitectura de nuestro tiempo provoca. Como consecuencia de esa dificultad, aparecen las casi obligados desfases presupuestarios que todo icono que se precie parece justificar. Finalmente, el contenido (sin entrar en detalles que más adelante abordaré) garantizado por una institución como el Louvre, convierten el asunto constructivo en acontecimiento cultural y sólo queda que formalmente el edificio sea fácilmente reconocible. Todo ello se logra en este edificio y, si aceptamos esta tosca definición en pocos pasos de icono, el Museo del Louvre en Abu Dhabi no puede sino entenderse como tal; no era otra la intención desde el comienzo.
En cuanto al contenido museístico, es difícil entender una colección tan heterogénea y extensa en su marco temporal y geográfico, con piezas muy diversas en tamaño y origen que van desde Mesopotamia a la contemporaneidad, mezclando sin pudor pintura, escultura, orfebrería o video-arte. Una cierta sensación de caos o de libro de breve historia del arte inunda al visitante, si bien es cierto que el recorrido se realiza con alegría y disfrute al encuentro de muchas piezas de nombres bien conocidos y otros inesperados. Sin ánimo de corregir al maestro francés, se echan en falta algunos atajos para poder interrumpir la visita y reanudarla tras descansar en algunos de los espacios bajo la cúpula o en el restaurante, con vistas al mar, donde se escalonan varias filas de mesas en una suerte de graderío desde el que evitar la terraza, vacía ya a primeros de abril por el insoportable calor.
Foto: Brijuni arquitectos
Quizá este es el punto más discutible del proyecto, que se confía con gran esfuerzo estructural y económico a una cúpula permeable que en ningún caso va a poder garantizar un ambiente agradable bajo ella durante más de la mitad del año, ni siquiera con la ayuda de vaporizadores de agua y otros sistemas que serán incapaces de garantizar el confort ambiental de los enormes espacios bajo la misma. No es un problema nuevo ni desconocido y ya los estadios para el mundial de la vecina Qatar siguen probando con éxitos parciales y, finalmente, confiándose de nuevo a un enorme gasto energético, subvertir esta situación tan complicada para la arquitectura de los espacios intermedios en climatologías tan extremas como ésta, una quimera que la arquitectura, por ahora, no ha alcanzado a hacer realidad.