La deriva neoliberal que se inició en occidente en los años 1980 —y que aún perdura y continua expandiéndose—, ha modificado de forma permanente el concepto de temporalidad y su relación con la esfera productiva y reproductiva.
Los tiempos son, en todos los ámbitos, más cortos. Lo percibimos en nuestro entorno: en la celeridad con la que demandamos y se nos demandan respuestas no siempre urgentes; en vidas apresuradas en las que la premura no es ya una anécdota sino una constante, un continuo acelerado que nos rodea.
Junto a esta aceleración se produce también la expansión del tiempo productivo, que invade y permea el reproductivo, infiltrándose en esferas alejadas hasta ahora de sus pautas y criterios.
En el caso de los arquitectos, por ejemplo, es común que no sepan parar de ‘hacer’ o peor aún, en los términos empleados por Byung Chul Han1 y Maurizio Lazaratto 2, no quieran parar al haber unido el tiempo vital, reproductivo, al productivo hasta extremos en que el primero desaparece, entendido como una negación del segundo, el único válido.
Es en el ámbito educativo e investigador donde esta infiltración del tiempo acelerado, ultramaterialista, resulta más peligrosa al incluir una validación de los resultados exclusivamente productiva, tendente a lo cuantitativo más que a lo cualitativo a lo inmediato antes que al largo plazo. En otras palabras: sólo aquello que pueda producir un beneficio rápido, inmediato, es válido y se desecha un tiempo lento, pausado, en el que se permita el error, la investigación profunda y libre.
En este sentido, la aproximación neoliberal extrema a los procesos educativos y a la investigación —de la que ya avisaba Naomi Klein en “No Logo” 3 — hereda del tiempo productivo sus particularidades materialistas. Se valora la inmediatez de la indexación en buscadores de un artículo poniendo por delante del contenido real del mismo, que demuestra la capacidad investigadora del autor, la correcta inclusión del nombre de la universidad (acentos incluidos) en la breve biografía que lo acompaña.
De la misma forma, el sistema de indexaciones de algunas revistas científicas (de las que ya hablaron aquí Beatriz Villanueva y Francisco Casas) y los requerimientos constantes de publicación para el personal docente e investigador, medidos primordialmente en cantidad, producen —de ello nos habla Remedios Zafra en “El entusiasmo” 4 — una vida acelerada, procesos acelerados en los que el objeto ya no es la expansión del conocimiento sino la producción constante de resultados inmediatos.
En un extremo de este proceso personajes como Jair Bolsonaro cuestionan el futuro de carreras como sociología y filosofía, excusándose en el «retorno inmediato al contribuyente». Se convierte, así, ese retorno en un criterio exclusivamente económico, llevando la investigación y la educación a una medición en parámetros y tiempos que le son ajenos, acelerados. Inmediatos. Materialistas. No estamos tan lejos en España, aunque podría parecérnoslo, cuando no hace mucho el llamado ‘Plan Wert’ eliminó la enseñanza de filosofía en los estudios preuniversitarios.
En el otro extremo, lejos de este entendimiento reduccionista del conocimiento, está el “Slow Science Movement” que no reniega de la indexación ni de las facilidades del flujo constante de información, pero que nos recuerda que la ciencia no es siempre inmediata. Que investigar es complejo y debe permitirse el error, valorarse la calidad y olvidar la excesiva dominancia de la cantidad.
O, por ser más precisos, como reza su lema: «Tengan paciencia con nosotros mientras pensamos.»
Porque es importante pensar, y quizá también pensar despacio.
Y vivir.
El sistema impone a los textos de humanidades un ritmo que está pensado para artículos que exponen experimentos/resultados/discusión. El desequilibrio es claro. Al mismo tiempo los sistemas de valoración no entran al detalle de nuestros trabajos, sólo al cuartil, aunque habría que ver la alternativa. ¿Un evaluador que se lea al dedillo nuestros tochacos? ¿Aplicando baremos objetivos? Complicado.
Sabemos que los sistemas de indexación son complejos y que la sobrepresencia de ciertas editoriales y sellos huele a raruno, pero me da la impresión de que en esta red crítica que estamos tejiendo nos falta una voz clave: la de las propias revistas. ¿Conocemos a alguien que participe/revise/escriba, por ejemplo, en alguna de las 10 revistas de arquitectura españolas que están en SJR? ¿Cómo es su proceso editorial? ¿Qué requisitos les pidieron para entrar a ser indexadas, y cual es su posición ante ellos?
Mi impresión, surgida de experiencias con revistas de otras categorías, es que hacen un trabajo encomiable a pesar del sistema, no a favor de él. Los artículos se revisan con mucho tiempo, las revisiones se discuten y los plazos son larguísimos para todos, ellos y nosotros. Sobre los revisores le dejé un comentario a Paco y Bea, Miguel y Carlos también lo hicieron. Sería bonito continuar esa conversación.
El caso es que publicar un artículo de impacto cuesta años, y los cuesta porque la exigencia es enorme. No conozco el primer texto Q1 que se haya hecho «fácil». Me da en la nariz que el problema no es el sistema en sí sino su ritmo, un ritmo viene impuesto desde otros lugares.
¿Qué ocurriría si juntáramos a representantes de todas estas revistas de arquitectura indexada, junto a los de otras tantas que no lo están, junto a los autores y centros que escribimos para ellas, y conversáramos sobre este tema? ¿Se podría sacar algo en claro? ¿Sería posible ajustar ese ritmo desajustado?
No sé si nos vamos mucho por la tangente, pero creo que la creación de un grupo de trabajo para apuntar nuevas vías que hagan compatibles la investigación con la calidad y sin caer en la (auto)explotación es totalmente necesario y es la única vía para tratar de revertir las cosas. Dicho eso, soy consciente de mis limitaciones y del tamaño, inercias e intereses del sector que queremos cambiar y me entran dudas sobre qué podremos conseguir realmente. Aún así, si hay grupo, contad con mi espada ;)
¡Y con mi hacha!