Casa Huarte (Corrales y Vázquez Molezún, 1965-67) en la actualidad. Fuente: C. Castañeda, 2018.
A pesar de la desafortunada desaparición de ejemplos notables de patrimonio arquitectónico del S. XX en las últimas décadas -recordemos el derribo de los Laboratorios Jorba de Fisac o el no tan lejano caso de la Casa Guzmán de Alejandro de la Sota-, existe una tendencia entre las comunidades institucional, académica y profesional en la preservación y difusión de este importante legado. Las recientes declaraciones de inmuebles como la Torre BBVA de Sáenz de Oiza o la Casa Lucio Muñoz de Fernando Higueras como Bien de Interés Cultural, la labor de las universidades y de entidades como Fundación DOCOMOMO Ibérico 1, Museo ICO o AEPPAS20, o la existencia de una herramienta integral como el Plan Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural del Siglo XX 2, conforman una muestra de los esfuerzos realizados en el estudio y divulgación de este legado.
El patrimonio del S. XX no se circunscribe fácilmente a unos rasgos determinados, quizás porque el pasado siglo se ha visto caracterizado principalmente por la condición dinámica, experimental y de rápida transformación de sus aspectos culturales y técnicos. Es también un patrimonio cuya cercanía histórica implica una abundancia de vestigios y unos rasgos intangibles específicos que nos convierten en testigos directos de unos bienes culturales que conforman nuestra experiencia vivencial próxima 3.
No obstante, esta especificidad tiene también relación con los retos y oportunidades que presenta el patrimonio construido del S. XX en sus diversas dimensiones de interés, y su valorización por parte de las generaciones venideras. En cuanto a la constitución de su materialidad, presenta un reto específico en la rápida evolución técnica de la construcción y el carácter experimental de muchas obras tempranas. En este sentido, supone una problemática concreta en la adaptación de su constitución material y espacial a las directrices normativas actuales, así como su restauración, dado que, en muchas ocasiones, la innovación conceptual no se equiparaba a la ejecución constructiva 4 . Por otra parte, y relacionada directamente con la preservación de la materialidad, está la consideración de este legado arquitectónico como objeto de gestión, en la necesidad de una catalogación, protección y creación de usos compatibles junto a su viabilidad en el tiempo, en la que las instituciones y agentes implicados tendrán un papel determinante.
Finalmente, es interesante abordar el patrimonio arquitectónico del S. XX en su dimensión cultural, en los valores esenciales que lo caracterizan y que conformarán la percepción que tendrán del mismo las generaciones venideras. El siglo de la transformación, del dinamismo, de la experimentación, de la conformación de lenguajes rupturistas y objetos obsolescentes, canalizará su legado tangible característico a través de las estructuras que preservemos en el presente. Pero para ello, es necesario realizar un esfuerzo ímprobo que garantice la conservación íntegra y bajo criterios metodológicos consensuados de la arquitectura del S. XX. No obstante, en esta tarea será necesario el trabajo solidario de administración pública, instituciones académicas y profesionales especializadas, así como la participación de la sociedad en su conjunto, como entes garantes de la salvaguarda del legado cultural de nuestra historia reciente.