La fiebre de las listas

La imagen muestra la transcripción de las listas que recibí, una vez punteadas y contabilizadas

Hace unas semanas convoqué a mis contactos en las redes a hacer una lista de los veinte mejores edificios del siglo XX y su respuesta me rebasó. Hubo una fiebre por mandarme escalafones y relaciones de obras maestras de la arquitectura.

Este afán por las listas también lo hay en el cine: Cada pocos años vuelve a salir la de las mejores películas de la historia. Ciudadano Kane repite y repite liderazgo durante décadas hasta que de pronto se lo quita El Padrino II y ya Orson Welles no vuelve a levantar cabeza.

¿Por qué nos gustan tanto las listas?

Creo que, en primer lugar, porque los arquitectos somos muy fans de los arquitectos. En otras profesiones no pasa eso, pero en la arquitectura sí que nos parecemos a los del cine: Tenemos nuestros mitos, conocemos sus intimidades, sabemos sus intrigas, sus ambiciones… y nos gustan.

Todos tenemos nuestros arquitectos y nuestros edificios favoritos, pero a menudo eso no es fruto de un análisis racional, sino de una pasión y una fascinación bastante inexplicable y sanguínea. En la medida de nuestras posibilidades, intentamos viajar a ver nuestras obras favoritas, compramos los libros en los que aparecen, las admiramos como babeantes acólitos de nuestros dioses, discutimos, manoteamos, babeamos… Somos bastante pintorescos.

Así que, basta con que le preguntes a un arquitecto o a un estudiante de arquitectura por sus edificios favoritos y saltará con una exaltación solo superada por la que tendría si le pidieras que te dijera cuáles son los que más odia de entre los famosos. Esto es como el fútbol, y nosotros somos hooligans.

Esta faceta hooliganera hace que muchos arquitectos se conviertan en ídolos mediáticos (dentro del restringido campo de los interesados por la arquitectura: Somos pocos, pero muy fieros) y sus edificios en símbolos icónicos, monumentos de referencia.

Una cosa que me ha llamado la atención es que, según lo que me han mandado, los dioses de la arquitectura son los de siempre. (Vale: Era una lista de arquitectura del siglo XX; el XXI no entraba. Pero es que los edificios más valorados están rozando la mitad de la centuria –años cincuenta; años sesenta como mucho-. ¿Qué pasa con la larga y fértil segunda parte del siglo?).

Me consta que casi todos los que votaron son mucho más jóvenes que yo, pero los resultados han sido los mismos que habrían salido si hubiera hecho esa misma prueba con mis compañeros de estudios allá por los años ochenta. Han pasado treinta y muchos años, pero los amos del pódium siguen siendo los mismos.

Los arquitectos de veinticinco años siguen venerando a los grandes maestros que idolatramos los que ya tenemos casi sesenta, y que a su vez nos enseñaron a amar nuestros maestros que hoy tienen o tendrían más de ochenta.

Las listas. Las listas. Se trata, en definitiva, de un ejercicio de tributo y vasallaje a nuestros mitos, que, por el mero hecho de serlo, dejan de ser personas y obras insertadas en el mundo y pasan a ser consideradas arquetipos legendarios, que no son valorados por sus cualidades objetivas, sino por su capacidad de fascinación.

Porque, en definitiva, quienes accedemos a hacer nuestra lista reconocemos nuestro entusiasmo acrítico y nuestra capacidad de disparatado disfrute de los ídolos.

Y tan a gusto, oye.

Por:
Soy arquitecto desde 1985, y desde entonces vengo ejerciendo la profesión liberal. Arquitecto “con los pies en el suelo” y con mucha obra “normal” y “sensata” a sus espaldas. Además de la arquitectura me entusiasma la literatura. Acabo de publicar un libro, Necrotectónicas, que consta de veintitrés relatos sobre las muertes de veintitrés arquitectos ilustres.

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