Miniderechos

En mayo del año pasado Patrik Schumacher publicaba un ensayo en el que abogaba por la eliminación de los estándares de vivienda para someter este sector, exclusivamente, al criterio económico privado.

Sin entrar en las consideraciones climáticas y territoriales evidentes —que Schumacher simplificaba aludiendo únicamente a entornos urbanos consolidados— resultaba peculiar como el autor, del que hace años viene conociéndose una deriva neoliberal, tan mal fundamentada intelectualmente como bien publicitada, abordaba dos cuestiones que caracterizan el discurso ultracapitalista en los últimos años.

En primer lugar, un constante cuestionamiento de derechos que, hasta el momento, se habían considerado intocables. Ítem más: esta puesta en cuestión viene acompañada de una negación del progreso en términos puramente técnicos que solo podríamos calificar de reaccionaria. Los estándares de vivienda, derivados de los procesos higienistas y la modernidad de finales del siglo XIX y principios del XX supusieron un avance técnico incontestable que cimentó la aparición de principios hoy básicos (a pesar de su incomprensible abandono) como el del derecho a una vivienda digna.

Resulta evidente que, tanto el avance técnico que tan a la ligera se cuestiona como el derecho que se menoscaba —este es, y no otro, el objetivo— afectan a las clases más desfavorecidas (trabajadores, precarios, e incluso clases medias) y que el planteamiento de estos maximalismos insolidarios, constituye un ataque directo a los mejores logros que como disciplina ha dado la arquitectura a la sociedad.

 

Sin embargo, y esta es la segunda cuestión, el anuncio de estas intenciones no viene acompañado del descarnado autoritarismo del ‘thatcherismo’ ni de la presuntuosa atribución del concepto de libertad de las ‘reaganomics’, sino de un proceso de glamurización que, como señala Evgeny Mozorov al apuntar los peligros de la falsa economía colaborativa, reviste características de elección vital libre (falsamente liberadora y moderna).

En este sentido, el modelo no hace sino replicar las características que colocaron al fordismo por delante del taylorismo: su percepción —en absoluto casual— como estilo de vida y no tanto como un modelo productivo y económico. Es esta misma caracterización vital, llevada hasta el extremo, la que invade los mass media y de la que los arrebatos de Schumacher no son, tristemente para el ego del arquitecto, la forma más perfeccionada.

Lo son, en cambio, la proliferación de programas y noticias de una nueva ola televisiva / informativa basada en lo habitacional (o en muchos casos lo puramente decorativo) que transforman en atractivos, perfectamente envueltos y convertidos en fetiches de ocultación, modelos altamente precarios.

Así, somos testigos de la elevación de casas mínimas —que no cumplen ni el estándar más reducido de VPO— a la categoría de elección estilizada (con no pocas connotaciones verdistas, en absoluto sostenibles) y de la aparición de (des)informaciones que transmutan la crisis de los alquileres en el mucho más moderno ‘coliving’, ocultando la realidad de una sociedad precarizada laboralmente en la que compartir piso es una necesidad y no tanto un modo de vida impostadamente juvenil y moderno.

Fotograma del trailer del programa «Minicasas» en Divinity.

 

La banalidad ridícula llega al extremo de llamar ‘foodcooking’ a cocinar el fin de semana para poder llenar la tartera o a que se haya llegado a plantear que un piso colmena (tres metros cuadrados por 250 euros al mes) sea otra cosa que el retorno a modelos habitacionales de hacinamiento propios del siglo XVIII en los que la estilización de los acabados no oculta un objetivo puramente especulativo y extractivo.

Carmen Pardo Vela, «El ‘co-living’, la nueva moda de casa compartida, se planta en Madrid», El Mundo, 18-11-2018.

 

Esta corriente, que dulcifica y anestesia, representa una propaganda —nada inocente— cuyos efectos, en estos complicados tiempos de posverdad y populismo, aún debemos comprobar.

Por ello, más allá de otras cuestiones estéticas, son estas cuestiones de calado político las que requieren del posicionamiento claro de nuestra profesión, que siempre da lo mejor de sí misma cuando entiende que sirve a la sociedad y que lo técnico (como apuntábamos) debe formar parte de la consolidación y protección de los derechos ciudadanos.

Por:
(Almería, 1973) Arquitecto por la ETSAM (2000) y como tal ha trabajado en su propio estudio en concursos nacionales e internacionales, en obras publicas y en la administración. Desde 2008 es coeditor junto a María Granados y Juan Pablo Yakubiuk del blog n+1.

Deja un comentario

Tu correo no se va a publicar.

Últimos posts