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La fiesta del Pritzker, edición 2019


The Kitakyushu Central Library in Japan, Arata Isozaki’s native country. Construction on the library was completed in the mid-1970s.

El pasado martes se publicó la noticia de la concesión del Premio Pritzker 2019 a Arata Isozaki. Me gustaría poner esta noticia en la balanza equilibrando sus dos términos y analizándolos por separado: Pritzker / Isozaki-san.

El Premio Pritzker, como cualquier otro premio de arquitectura o de lo que sea, es una broma, una maniobra de comunicación de proporciones globales que ha conseguido llenar el hueco que dejaron los Nobel para, una vez al año, conseguir que la arquitectura abra los telediarios y se ponga en portada de todos los periódicos.

Esto me lleva a proponer unas reflexiones sobre la difusión de la arquitectura. Cuando ésta se hace mediante premios estamos mostrando lo que un jurado X ha considerado lo mejor. Pero ¿qué tiene el Premio Pritzker que no tengan los otros? Por supuesto que es la maniobra de prestigio de la marca de hoteles Hyatt.Entonces, ¿por qué esta y no los FAD o los Premios Nacionales o los Mies van der Rohe? Fácil: estos premios son otorgados todos ellos por instituciones culturales o públicas o las dos a la vez, instituciones que, cuando se mojan (siempre vía un jurado al que poder culpar si la cosa no sale bien),no evidencian sus bondades, sino un grado de excelencia al que no suelen acercarse ni de lejos. No así los Pritzker. La maniobra es honradísima por lo transparente que resulta: tenemos una cadena de hoteles. La queremos prestigiar en el marco cultural. Buscamos un hueco y lo explotamos a fondo metiendo los recursos necesarios para ello. Y tendríamos que estarles agradecidos: pudiesen haberlo hecho en el campo de las Bellas Artes, de la gastronomía, de la tecnología, de la literatura… y han escogido la arquitectura consiguiendo una trayectoria que, a pesar de sus baches y fallos, resulta bastante coherente. La propia búsqueda de prestigio es lo que les ha dado una relativa independencia muy superior, sin embargo, a la de la gran mayoría de los otros premios.

Detengámonos un momento en esta búsqueda de prestigio: ¿por qué se ha de premiar siempre lo discontinuo, lo excepcional, lo excedente? ¿Qué pasa con lo normal, con lo genérico? Premiar la discontinuidad, esta presunta excelencia en arquitectura, es el gran fracaso no de este premio, sino de cualquier otro premio de arquitectura. La arquitectura es un milagro. Nos rodea, nos permea, está en nuestras casas, en el diseño de muchos de nuestros objetos cotidianos, en nuestro espacio público, en los equipamientos que usamos. Parte de esta arquitectura es buena o muy buena. Ejemplos de ella salpican cada pueblo o ciudad de nuestro territorio. Podemos verlos, emocionarnos con ellos, disfrutarlos, tejer mapas secretos, recorridos emocionales de gran calidad… Premiar la discontinuidad es alejar el foco de atención de las arquitecturas que nos rodean mediante el mensaje pernicioso de que la arquitectura es sólo lo discontinuo, lo excepcional. Y este es el gran fracaso de la difusión de arquitectura mediante premios.

Arata Isozaki es un referente: generoso, talentoso, sensible, influente. Ha construido mucho. Ha construido bien. Poco más que añadir al veredicto del jurado(1). Una reflexión más: curioso como las trayectorias quedan marcadas por momentos discretos de la carrera de uno, momentos que borran una visión más global sobre ella: Isozaki ha superado el postmodernismo y sigue produciendo obras que no desmerecen en nada los hitos de una carrera inresumible. Sobre el papel del arquitecto me quedo con una reflexión que propuso nuestro Pritzker en un precioso video filmado durante una visita que realizó a la iglesia del Redentor de Venecia, obra de Andrea Palladio. Un Isozaki emocionado ponía en valor la fuerza increíble de una arquitectura tan poderosa y sistemática que pudo terminarse felizmente tras la muerte del propio Palladio, visto por él como un demiurgo, alguien capaz de proponer un sistema con una vida propia tan potente que podía terminarse a sí mismo con la presencia de un segundo profesional competente: Isozaki encontrando en el mismo Renacimiento origen de la manera contemporánea de entender la profesión las raíces de su propia práctica profesional mientras daba claves para entender no tan solo su obra, sino la de muchos otros de sus colegas. Si hay que premiar discontinuidades, que sean tan sensibles como la figura de este gran arquitecto. Felicidades, Isozaki-san.

(1) Veredicto que, por una vez, no está mal. Porque o lo digo o reviento: QUÉ ESPANTOSAMENTE HORROROSOS QUE SUELEN SER LOS VEREDICTOS DE LOS JURADOS. Leedlos: un monumento a la obviedad, al lugar común, a la redacción de concurso de Coca-Cola, a la glorificación del tópico sudado y/o de la política populachera más peligrosa y demagógica. Mi escasa experiencia ejerciendo de jurado en premios de arquitectura (y las muchas noticias impublicables que he recogido sobre ello) se pueden resumir en un hecho: buscad el miembro más agresivo (o pasivo-agresivo) del jurado. Y/o seguid el dinero. Esto os dará la medida de su calidad o falta de ella. Punto.


Foto: Hisao Suzuki

Notas de página
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Por:
(Barcelona, 1975) Arquitecto por la ETSAB, compagina la escritura en su blog 'Arquitectura, entre otras soluciones' con la práctica profesional en el estudio mmjarquitectes. Conferenciante y profesor ocasional, es también coeditor de la colección de eBooks de Scalae, donde también es autor de uno de los volúmenes de la colección.
  • Manuel Saga - 13 marzo, 2019, 21:39

    Gracias Jaume por tu texto! Necesario repaso a los Pritzker y al ganador de este año. Una pregunta: con eso de «superar el post-modernismo» pareciera que figuras como Isozaki nacieran de alguna suerte de barro primigenio extraño. Como si la calidad de su obra posterior no tuviera que ver con la locura de las etapas previas. ¿No sigue teniendo la etiqueta «posmo» algo de despectivo que mereciera la pena despejar? La siento como al eclecticismo del XIX o las obras de arte del XV, consideradas etapas intermedias y negadas de su propia identidad.

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