El pasado martes se publicó la noticia de la concesión del Premio Pritzker
2019 a Arata Isozaki. Me gustaría poner esta noticia en la balanza equilibrando
sus dos términos y analizándolos por separado: Pritzker / Isozaki-san.
El Premio Pritzker, como
cualquier otro premio de arquitectura o de lo que sea, es una broma, una
maniobra de comunicación de proporciones globales que ha conseguido llenar el
hueco que dejaron los Nobel para, una vez al año, conseguir que la arquitectura abra los telediarios y se ponga en
portada de todos los periódicos.
Esto me lleva a proponer unas reflexiones sobre la difusión de la
arquitectura. Cuando ésta se hace mediante premios estamos mostrando lo que un
jurado X ha considerado lo mejor. Pero ¿qué tiene el Premio Pritzker que no
tengan los otros? Por supuesto que es la
maniobra de prestigio de la marca de hoteles Hyatt.Entonces, ¿por qué esta y no los FAD o los Premios Nacionales o
los Mies van der Rohe? Fácil: estos premios son otorgados todos ellos por
instituciones culturales o públicas o las dos a la vez, instituciones que,
cuando se mojan (siempre vía un jurado al que poder culpar si la cosa no sale
bien),no evidencian sus bondades,
sino un grado de excelencia al que no suelen acercarse ni de lejos. No así los
Pritzker. La maniobra es honradísima por lo transparente que resulta: tenemos
una cadena de hoteles. La queremos prestigiar en el marco cultural. Buscamos un
hueco y lo explotamos a fondo metiendo los recursos necesarios para ello. Y
tendríamos que estarles agradecidos: pudiesen haberlo hecho en el campo de las
Bellas Artes, de la gastronomía, de la tecnología, de la literatura… y han
escogido la arquitectura consiguiendo una
trayectoria que, a pesar de sus baches y fallos, resulta bastante coherente.
La propia búsqueda de prestigio es lo que les ha dado una relativa
independencia muy superior, sin embargo, a la de la gran mayoría de los otros
premios.
Detengámonos un momento en esta búsqueda de prestigio: ¿por qué se ha de
premiar siempre lo discontinuo, lo excepcional, lo excedente? ¿Qué pasa con lo
normal, con lo genérico? Premiar la discontinuidad, esta presunta excelencia en
arquitectura, es el gran fracaso no de este premio, sino de cualquier otro
premio de arquitectura. La arquitectura
es un milagro. Nos rodea, nos permea, está en nuestras casas, en el diseño
de muchos de nuestros objetos cotidianos, en nuestro espacio público, en los
equipamientos que usamos. Parte de esta arquitectura es buena o muy buena.
Ejemplos de ella salpican cada pueblo o ciudad de nuestro territorio. Podemos
verlos, emocionarnos con ellos, disfrutarlos, tejer mapas secretos, recorridos
emocionales de gran calidad… Premiar la
discontinuidad es alejar el foco de atención de las arquitecturas que nos
rodean mediante el mensaje pernicioso de que la arquitectura es sólo lo discontinuo, lo excepcional. Y este
es el gran fracaso de la difusión de arquitectura mediante premios.
Arata Isozaki es un referente: generoso, talentoso, sensible, influente. Ha
construido mucho. Ha construido bien. Poco más que añadir al veredicto del
jurado(1). Una reflexión más: curioso como las trayectorias quedan marcadas por
momentos discretos de la carrera de uno, momentos que borran una visión más
global sobre ella: Isozaki ha superado
el postmodernismo y sigue produciendo obras que no desmerecen en nada los hitos
de una carrera inresumible. Sobre el papel del arquitecto me quedo con una
reflexión que propuso nuestro Pritzker en un precioso video filmado durante una
visita que realizó a la iglesia del Redentor de Venecia, obra de Andrea
Palladio. Un Isozaki emocionado ponía en valor la fuerza increíble de una
arquitectura tan poderosa y sistemática que pudo terminarse felizmente tras la
muerte del propio Palladio, visto por él como un demiurgo, alguien capaz de
proponer un sistema con una vida propia tan potente que podía terminarse a sí
mismo con la presencia de un segundo profesional competente: Isozaki encontrando en el mismo Renacimiento
origen de la manera contemporánea de entender la profesión las raíces de su
propia práctica profesional mientras daba claves para entender no tan solo su
obra, sino la de muchos otros de sus colegas. Si hay que premiar
discontinuidades, que sean tan sensibles como la figura de este gran
arquitecto. Felicidades, Isozaki-san.
(1) Veredicto que, por una vez, no está mal. Porque o lo digo o reviento: QUÉ ESPANTOSAMENTE HORROROSOS QUE SUELEN SER LOS VEREDICTOS DE LOS JURADOS. Leedlos: un monumento a la obviedad, al lugar común, a la redacción de concurso de Coca-Cola, a la glorificación del tópico sudado y/o de la política populachera más peligrosa y demagógica. Mi escasa experiencia ejerciendo de jurado en premios de arquitectura (y las muchas noticias impublicables que he recogido sobre ello) se pueden resumir en un hecho: buscad el miembro más agresivo (o pasivo-agresivo) del jurado. Y/o seguid el dinero. Esto os dará la medida de su calidad o falta de ella. Punto.
Jaume Prat
(Barcelona, 1975)
Arquitecto por la ETSAB, compagina la escritura en su blog 'Arquitectura, entre otras soluciones' con la práctica profesional en el estudio mmjarquitectes. Conferenciante y profesor ocasional, es también coeditor de la colección de eBooks de Scalae, donde también es autor de uno de los volúmenes de la colección.
Gracias Jaume por tu texto! Necesario repaso a los Pritzker y al ganador de este año. Una pregunta: con eso de «superar el post-modernismo» pareciera que figuras como Isozaki nacieran de alguna suerte de barro primigenio extraño. Como si la calidad de su obra posterior no tuviera que ver con la locura de las etapas previas. ¿No sigue teniendo la etiqueta «posmo» algo de despectivo que mereciera la pena despejar? La siento como al eclecticismo del XIX o las obras de arte del XV, consideradas etapas intermedias y negadas de su propia identidad.
La edición de esta publicación ha sido patrocinada por Arquia Banca.
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Vicepresidente 1º
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Vicepresidente 2º
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Gracias Jaume por tu texto! Necesario repaso a los Pritzker y al ganador de este año. Una pregunta: con eso de «superar el post-modernismo» pareciera que figuras como Isozaki nacieran de alguna suerte de barro primigenio extraño. Como si la calidad de su obra posterior no tuviera que ver con la locura de las etapas previas. ¿No sigue teniendo la etiqueta «posmo» algo de despectivo que mereciera la pena despejar? La siento como al eclecticismo del XIX o las obras de arte del XV, consideradas etapas intermedias y negadas de su propia identidad.