Edificio Alinghi, Civic Factory Fest (Valencia) – 2016 | Fotografía: Laura Murillo
Miembros de la red CivicWise se reúnen a comer durante el Civic Factory Fest en el edificio Alinghi (Valencia).
Lo colectivo se concentra, enfatiza y unifica.
En la última década se han ido consolidando en el campo de la arquitectura las estructuras de trabajo colectivo o colaborativo. Con una notoria voluntad política, se reivindica la recuperación de la función social del arquitecto 1 y se pone en discusión la necesidad de generar estructuras en las que lo colectivo prime sobre lo individual. No se trata únicamente de generar colaboraciones o asociaciones meramente empresariales, sino de un modelo en el que las personas, definidas a través de valores en lugar de servicios, sean capaces de generar estructuras más abiertas y flexibles. Las relaciones profesionales dejan atrás estructuras verticales y de subordinación profesional y pasan a configurarse por medio de sistemas “horizontales». 2
Este nuevo acercamiento, bastante disruptivo considerando variables centrales en el debate de la disciplina arquitectónica como es el de la autoría o los egos, si bien ha ayudado a repensar muchas de las cualidades asociadas al rol del arquitecto en la sociedad, ha conducido también a algunas confusiones ligadas a esta idea topológica de “horizontalidad”.
El concepto de estructura horizontal ha sido generalmente vinculado a la ausencia de liderazgos y de asimetrías. Un contexto profesional en el que todos se posicionan y relacionan desde un mismo nivel, independientemente de la experiencia o el recorrido profesional. La estructura horizontal es, así, significado de no-estructura 3 y se asumen como válidas la ausencia de representatividad individual o la no necesidad de reconocimientos. Se termina así renunciando a la identidad individual en beneficio de la identidad colectiva.
Estas renuncias, que tienen más que ver con estructuras de trabajo vertical y alienantes, lejos de conseguir algún beneficio para el grupo, acabarán por generar disfuncionalidades alimentadas por las confusiones que provoca el no clarificar un lugar y posición desde el que relacionarse con el resto del colectivo.
Es por el contrario en las estructuras colectivas en las que mayor importancia tendrá el definir y fortalecer las identidades individuales. El mayor reto de un grupo de trabajo colaborativo será, por tanto, el ser capaz de gestionar las identidades individuales en la identidad colectiva. El éxito último será el establecer con mayor claridad la diversidad del grupo. Una estructura capaz de impulsar y construir el mayor número de identidades individuales fuertes y claras, pero cohesionadas y articuladas entre sí. Dejamos de hablar de estructuras de trabajo horizontal para hablar de estructuras en red distribuidas.
Debemos volver a creer en las personas y a posicionar a éstas por encima de las marcas e identidades colectivas. La identidad colectiva no puede nunca ser un impedimento para el fortalecimiento y la construcción de la identidad individual sino, de facto, todo lo contrario.
¿Sería posible generar dinámicas y herramientas que permitieran entendernos como personas conectadas bajo lógicas colectivas no excluyentes? ¿Grupos de personas con capacidad de pertenencia a múltiples colectivos? Construiríamos, de esta forma, un contexto en el que contar con el suficiente espacio para la experimentación al tiempo que se producen resultados tangibles que identifiquen el valor del colectivo. 4 Una dinámica de trabajo que, por compleja, abierta y flexible, debería respetar, aceptar y facilitar los tiempos y formas diversas de compromiso de cada una de las identidades individuales. En definitiva, un sistema basado en el emprendimiento mutuo, 5 en el que serían las personas, y no las estructuras, quienes tendrían el potencial de impulsar el desarrollo colectivo.
Este texto ha intentado recoger y aglutinar de forma breve diferentes conversaciones mantenidas con compañeras y colegas de profesión y abrir, a partir de ello, un debate en torno a cómo nos pensamos y organizamos en colectivo desde la disciplina de la arquitectura. Raquel Congosto, Luis G.Sanz, Alfonso Sánchez Uzábal, María Tomé o los compañeros de Fasebase, Artemi Hernández y Bentejui Hernández, son solo algunas de las personas con las que he podido debatir al respecto. También fue imprescindible la revisión del texto por parte de Juan López-Aranguren, Irene Reig y Roberto Ros.