Hace tiempo que en Zuloark y desde iniciativas de las que participamos como Inteligencias Colectivas hablamos de arquitectura distribuida o cómo promover un urbanismo descentralizado a base de arquitecturas de código abierto, que aún siendo autónomas trabajen en red. Este tipo de estrategias no dependan de un Plan General sino de un “programa” capaz de adaptarse continuamente según los cambios de necesidades sociales, materiales, condiciones políticas, etc. Donde la famosa ‘toma de decisiones’ se realiza gracias a un sistema de reglas cambiante, un código, un algoritmo en continua evolución capaz de generar un contrato casi tácito entre ciudadanos/agentes/usuarios. En definitiva, ni más ni menos que recuperar lo que toda la vida fue la construcción de ciudad por parte del ser humano hasta el advenimiento del urbanismo reglado.
Por otro lado, en la última década ha tomado fuerza, hasta convertirse en la nueva moda en boca de todos, el asunto de la criptoeconomía, con sus criptomonedas, su minería y su protocolo asociado: la Cadena de bloques o Blockchain.
Aunque, por ahora, parezca un pasatiempo especulativo para “inversores” freaks que ha conseguido que ser minero, contable o notario sean profesiones cool de las que presumir, estamos ante el nuevo paradigma que remodelará el mundo tal y como lo conocemos durante el próximo cuarto de siglo, descentralizando todo tipo de comunidades, forzando que ciertas estructuras de poder desaparezcan o se reinventen, ofreciendo más transparencia, participación y democracia. Supuestamente.
¿Cómo afectaría a la profesión?
Blockchain es básicamente un sistema seguro para validar transacciones entre pares sin dependencia de instituciones oficiales. Es decir, distribuido en vez de centralizado. Estas transacciones pueden ser: Divisas entre cuentas corrientes, o un sistema en red para financiar proyectos. Pueden ser transacciones de datos que soporten unas votaciones regionales cualquiera con la particularidad de ser inhackeables por, digamos, Rusia. E incluso, y esto es lo que nos interesa, pueden ser esas tomas de decisiones de las que hablábamos.
Nos enfrentamos a un panorama incierto donde dependiendo de la cantidad de control que quieran o puedan ejercer los gobiernos e instituciones podremos afrontar distintos escenarios emocionantes.
Empezando por la propia universidad, la máquina de generar innovación, el lugar donde más que en ningún otro el conocimiento generado debería estar a disposición del universo, entraría por fin en este siglo validando con tecnología blockchain los conocimientos adquiridos, sus propias “proof of work”, por la comunidad universitaria. Los alumnos podrían literalmente “minar” su carrera.
Asimismo, un Colegio de Arquitectos distribuído podría otorgar visados a través de una red deslocalizada de expertos que validarían cada parte de un proyecto. Esto podría reflejarse en el propio CTE. Si hace unos años pasamos de las normativas de códigos prescriptivos a normativas de carácter prestacional, el siguiente paso sería pasar a una normativa autoevolutiva, donde la experiencia y el buen hacer sean inmediatamente validados y aplicables.
Por último, imaginemos cómo sería el desarrollo urbano de una ciudad como una aplicación descentralizada (DApp) que emitiera sus propios tokens para implementar sus planes, ofertar proyectos y gestionar propiedades. Un ciudadano, una empresa o una iniciativa vecinal y la red de trabajo que conforman serían capaces de validarse o denegarse propuestas, financiarlas o llevar un control catastral.
En definitiva, la manera de decidir entre todos los “seres urbanos” que en una ciudad son, cómo será nuestra ciudad al mismo tiempo que la construimos.
Como decía Neo:
“No he venido para deciros como acabará todo esto, al contrario. He venido a deciros como va a comenzar“