Por: StepienyBarno
» Mucho se ha hablado de la desconexión que sufrimos los arquitectos del resto de la sociedad y que, en consecuencia, cuando proyectamos no lo hacemos para cubrir realmente las necesidades de la misma.
Sin embargo, desde que estalló la burbuja inmobiliaria, son muchas las acciones y avances que se han producido para tener pueblos y ciudades más acordes con las necesidades reales del ciudadano.
Es más, hace unos días en el congreso Menos arquitectura, Más ciudad, Manuela Carmena, entre otros ponentes, reflexionaba sobre la nueva realidad de la participación ciudadana y cómo en el Ayuntamiento de Madrid estaban logrando grandes avances con este tema.
Casi sin darnos cuenta han pasado 20 años desde que Javier Echeverría acuñó el término de “tercer entorno” en su libro “Los señores del aire”. Con él, se describía una nueva sociedad que estaba en esos momentos en plena ebullición tecnológica.
A su vez, definía como “primer entorno” la etapa en la que el ser humano estuvo más ligado a la naturaleza, tanto en su entorno físico como en su relación con el tiempo. La tribu se regía por el sol o por las estaciones y se enraizaba en entornos naturales favorables. Con la llegada de la revolución industrial el tiempo pasó a ser comandado por el reloj y la jornada laboral de ocho horas, mientras que los emplazamientos dejaban de estar vinculados a la naturaleza para imponerse a ella por medio de urbes cada vez más grandes, Se trataba del “segundo entorno”. Pero a finales del siglo XX, comenzamos una nueva etapa que otros bautizaron como la era del conocimiento y la información y que se construye con tiempos y entornos muy diferentes. Como afirman los grandes pensadores; Bauman y Sloterdijk, nuestra realidad cada vez se hace más difusa, escurridiza e indefinible. Hoy es todo líquido y burbujeante, lo sólido pasó a la historia, y seguir aferrándonos a ello no es una buena idea. El concepto de tiempo, cada vez se hace más inatrapable y el nuevo espacio donde se ubica la sociedad del “tercer entorno” es el aire, o cuando menos un lugar donde no se puede echar raíces. (…) »
Acceder al Artículo AQUÍ