1

A este respecto es mucho más interesante la perspectiva de teóricas como Peggy Deamer, que ven en la herramienta —el término no es casual— una posibilidad de mejora de las condiciones laborales integrales del sector, más allá de opciones puramente orfebres, centradas en lo visual.

2

En sucesivas arengas Schumacher no solo ha apoyado el Brexit sino que también ha criticado la educación pública (concretamente las escuelas públicas de arte), el interés por lo social de los arquitectos, la investigación en vivienda, la legislación laboral europea y un largo etcétera de temas.

3

Es necesario revisar aquí el texto de Byung Chul Han, La sociedad del cansancio (Barcelona: Herder, 2012).

Victimismo y propaganda

Ronald Reagan, presentando su plan de recorte de impuestos. Julio de 1981. (Dominio público, cortesía de la Reagan Library, archivo oficial del gobierno).

 

El asedio a lo público.

Las décadas de 1950 y 1960 supusieron en el occidente democrático el surgimiento del estado de bienestar, un modelo estatal que, apoyándose en lo público, trajo consigo un incremento paulatino de derechos ciudadanos, políticos y, especialmente, laborales.

Asumiendo pues que el legado de la modernidad es —entre otras cuestiones— la consideración de la arquitectura como una función social, durante estas décadas el desarrollo teórico y práctico de la disciplina —imbuido de ese mismo carácter social, relacionado con el término ‘bienestar’ en su más amplia acepción— alcanza cotas muy relevantes.

Es a finales de los 70 cuando la corriente neoliberal (representada en las figuras arquetípicas de Reagan y Thatcher) sustituye el estado del bienestar por un mercado globalizado, deslocalizado y desregulado. Comienza, con ello, un progresivo desmantelamiento de lo público —falsamente asociado a lo ineficaz—  y la dominación de un modelo privatizado del que la posmodernidad (pese a resultar quizá necesaria en un breve periodo revulsivo) es tanto consecuencia como cooperador necesario.

Es quizá el último estado de esa posmodernidad, en su vertiente más populista, la ‘estilización’ del parametricismo1   y su evolución puramente formalista —expresada en el manifiesto de 2008 de Patrik Schumacher—.

La asunción, literalmente expresada por el arquitecto, de lo formal como punta de lanza de la disciplina viene unida a sus constantes diatribas neoliberales2  que no dejan de resultar curiosas en quien debe gran parte de sus ingresos a la obra pública, que pagan esos ciudadanos cuyos derechos quiere confiar a la buena voluntad de corporaciones a las que se asigna una naturaleza demostradamente equívoca como entes de razón pura.

Entre sus últimas disquisiciones está el deseo de eliminar todo control público sobre el mercado del suelo y la vivienda, aboliendo incluso los ya muy golpeados estándares mínimos de habitabilidad. Presenta esta corriente, asumida en ciertos sectores como «radical» y no como directamente reaccionaria, dos de las características propias de un neoliberalismo banal y extractivo.

La primera, una clara tendencia al victimismo de quienes, precisamente, son constantemente favorecidos por el sistema. No parece defendible que los grandes poderes económicos hayan visto afectadas sus cuentas de resultados a pesar de una década de austeridad que ha asolado —eso sí— a las clases medias y trabajadoras.

La segunda, la ocultación de una realidad peligrosa mediante términos biensonantes. En su versión clásica la maquillada meritocracia del universo unpaid internship no es otra cosa que autoexplotación3  preparada para beneficiar exclusivamente a clases favorecidas cuyos integrantes pueden permitirse trabajar sin cobrar. Para el caso que nos ocupa el coliving, que Schumacher propone como paradigma del nuevo modo de habitar, no es otra cosa que una dulcificación de la ruptura de expectativas de una generación completa, cuya posibilidad de conciliar desaparece, y a la que se condena a una existencia precaria en ‘viveros’ que son —a pesar de las bucólicas imágenes de presentación— la sublimación de la ciudad dormitorio en su versión más descarnada.

Lo público lejos de ser eso que no funciona, es aquello que nos ayuda a ser ciudadanos. Lo común que nos une y que produce o alberga, en ocasiones, lo mejor de nosotros mismos. Reducirlo a simplificaciones interesadas es impropio de una disciplina que, merece la pena recordarlo de nuevo, es mejor cuando asume que su labor es social.

Civilizadora y ciudadana.

Notas de página
1

A este respecto es mucho más interesante la perspectiva de teóricas como Peggy Deamer, que ven en la herramienta —el término no es casual— una posibilidad de mejora de las condiciones laborales integrales del sector, más allá de opciones puramente orfebres, centradas en lo visual.

2

En sucesivas arengas Schumacher no solo ha apoyado el Brexit sino que también ha criticado la educación pública (concretamente las escuelas públicas de arte), el interés por lo social de los arquitectos, la investigación en vivienda, la legislación laboral europea y un largo etcétera de temas.

3

Es necesario revisar aquí el texto de Byung Chul Han, La sociedad del cansancio (Barcelona: Herder, 2012).

Por:
(Almería, 1973) Arquitecto por la ETSAM (2000) y como tal ha trabajado en su propio estudio en concursos nacionales e internacionales, en obras publicas y en la administración. Desde 2008 es coeditor junto a María Granados y Juan Pablo Yakubiuk del blog n+1.
  • José Ramón Hernández - 20 junio, 2018, 12:33

    Las estúpidas superficies alabeadas de Zahid et al. no son solo estúpidas. Mejor dicho: de estúpidas no tienen nada. Son la guarida y la máscara del mal.

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