antes ser arquitecto era fácil: construías y ya. Pero lo que tiene que las cosas se intensifiquen en varios órdenes de magnitud es que en los últimos 20 años se ha construido más que en los pasados 2000. Esta ida de olla colectiva se tradujo en una crisis de esas de p’a qué que, entre otras cosas, ha traído una redefinición de la profesión que hace complicado contar a qué nos dedicamos. O sea: ¿qué hacen ahora los arquitectos?
Arriesgaré una respuesta a riesgo de que sea más una carta a los reyes que la puñetera realidad: velar por el territorio. Conseguir que todas aquellas partes de este territorio negligidas y abandonadas se conviertan en paisaje y ampliar, de paso, nuestro marco de actuación. Aquello de ruralizar la ciudad y urbanizar el campo que decía Cerdà, olvidándose de paso de (o no anticipando) lo que viene a ser el problema real de nuestro mundo: los suburbios de las megalópolis. Si hay 3g en la cima del Everest significa que arquitectura es o puede abarcar literalmente toda la superficie del planeta.
Las instituciones que tendrían que contar todo esto son los Colegios de Arquitectos (COAs a partir de ahora). Pero ay, varias capas de realidad se interponen entre los COAs como lugar común y su marco de actuación actual. La principal de ellas: la profesión entendida en plan decimonónico no se ha marchado nunca. Las desigualdades entre los arquitectos o, si se prefiere, entre las diversas maneras de ejercer la profesión, se han vuelto estructurales y no pocos arquitectos tienen la percepción de que los COAs son ante todo un sindicato vertical.
No se puede luchar contra esta percepción. Mejor (si sabes hacerlo) la dinamitas y dejas que se den cuenta.
Un COA es una institución que gestiona servicios para sus arquitectos colegiados tales como visar los planos, asesorar jurídicamente, formar, etcétera. También es una institución que tiene, o que debería de tener, una estrategia para velar por el futuro de la profesión y, por último (y quizá más importante) representa.
A cuantos más mejor.
Bueno, en teoría.
La realidad es que esto no pasa. Y, no contentos con esto, tampoco lo sabríamos comunicar si pasase. Porque, y no hay nada peyorativo en ello, hay que admitir que los arquitectos no tenemos ni idea de comunicación.
Una pequeña anécdota que me contó Juan Herreros: su museo Munch de Oslo fue atacado porque no podía ser que un arquitecto construyese un museo de vidrio en Oslo. En Oslo. En el puerto. Frío y viento y clima extremo y eso. Juan se quiso defender contando aquello que cualquier arquitecto del mundo sabe que es la verdad: el museo Munch no es un edificio de vidrio. Es un edificio de muros portantes de hormigón de 60 centímetros con unos aislamientos térmicos que provocarían hipertermia a un esquimal en plena tormenta ártica, todo ello forrado de vidrio. Los asesores en comunicación del proyecto (no arquitectos) pidieron a Juan que, por favor, dejase de decir chorradas: el Museo Munch es un edificio de vidrio porque está forrado de vidrio y desde fuera sólo se ve vidrio. Narices ya. Juan, después de resistirse mucho, les hizo caso y lo contó como ellos querían. Ahora este museo está en fase avanzada de construcción y a es un éxito incluso antes de que se haya terminado. Y lo es gracias a su arquitectura. A su arquitectura de vidrio que forra un museo de hormigón (aunque eso solo nos interese a nosotros). Lo salvaron, en una sociedad fortísimamente movilizada donde cualquier ciudadano puede enmendar un proyecto, contándolo desde la percepción popular como el edificio de vidrio que es.
No saber contar las cosas implica que puede pasarte lo que nos ha pasado y nos pasa a los arquitectos catalanes actualmente: el Colegio de Aparejadores hizo una poderosa y exitosa campaña mediática (que obviamente no dirigieron aparejadores) contando que ellos eran los que tenían que rehabilitar fincas antiguas: más directo, más claro, sin ambigüedades: proximidad, detección de un problema, actuación y ya. Resultado colateral de la campaña: las sutilezas, las posibilidades, las oportunidades asociadas a proyectos de estas características no tan sólo siguen sin ser contadas: siguen directamente demonizadas como fuente de problemas y/o frivolidades gratuitas.
Lo que nos lleva derechos a la necesidad de un plan estratégico de comunicación de los COAs: integrado, integrador, transversal y multidisciplinar, con la dirección de la campaña en manos de profesionales responsables (o sea, formados específicamente en comunicación) con libertad de actuación. De lo contrario la percepción de la profesión se va a desintegrar porque