Autor: CassiBoca |Fuente: Unsplash.com
A principios de febrero de 2018 se hacía efectiva la directiva europea que obliga a los países miembros a establecer un plan de acción para proteger a las personas de la exposición al gas radón en recintos cerrados.
Son de dominio público los estudios sobre esta materia y la relación directa que se establece entre la exposición al gas radón con la aparición de cáncer de pulmón en las personas; la Agencia de Protección Ambiental estima que es la segunda causa de esta enfermedad, responsable de miles de muertes al año.
Sin embargo, a pesar de la gravedad del asunto, actualmente siguen sin recogerse las medidas a considerar en ninguna norma de aplicación directa a la edificación. Como de costumbre, la normativa es rehén de los procesos administrativos aunque, como en este caso, su objetivo sea proteger a las personas frente a un peligroso contaminante.
Me consta que el borrador de la nueva sección que se incorporará al Documento Básico de Salubridad del Código Técnico de la Edificación lleva tiempo redactado sin saber a qué se espera para ponerlo en vigor. En mi opinión es una cuestión urgente.
Sólo espero que, en el momento en el que finalmente se publique esta norma con los requisitos mínimos para proteger a las personas frente al radón en los edificios no pase lo que en anteriores ocasiones en las que nuestra única aportación es la de la queja porque nuestro trabajo se complica un poco más.
De la misma forma que asumimos como requisito imprescindible el aislamiento de un edificio frente al frío o el calor, debemos asumir que la protección, frente a cualquier riesgo para la salud, sea también un requisito imprescindible en los edificios.
Y sí, hará falta incorporar un nuevo documento en los proyectos en el que se justifique que se ha considerado el riesgo y que se contemplan las medidas para luchar contra él.
El radón es un gas que se forma naturalmente cuando el uranio, el radio y el torio se descomponen en las rocas, en el suelo y las aguas subterráneas. Es un gas que no se puede oler, saborear o ver y las personas pueden estar expuestas simplemente al respirar el aire contaminado con radón a través de pequeñas fisuras en los edificios.
La solución más sencilla puede ser la misma que evita otros problemas relacionados con la calidad del aire en el interior de los edificios: ventilar adecuadamente. Sin embargo, dada la magnitud del riesgo, debemos aprovechar los avances de la tecnología para evitarlo, especialmente en Galicia, desde donde escribo estas líneas y en donde la concentración de estas rocas en la superficie del terreno es tan elevada.
Actualmente, existen unos dispositivos que nos permiten conocer rápida y económicamente la concentración de gas radón en las estancias interiores de los edificios para poder actuar en consecuencia. En el caso de edificios nuevos no serán necesarios para el proyecto, pero no los descartaría como medida de prevención.
Puede que atendiendo a la nueva normativa la distribución arquitectónica no varíe y ni siquiera haya que introducir un mayor caudal de ventilación en el sistema, pero el simple hecho de considerar el riesgo, cuantificarlo y comprobar que lo proyectado cumple con los requisitos establecidos hace del edificio un lugar más seguro, cumpliendo una de sus principales funciones, la de protegernos, con mayor criterio cada vez.
Estemos listos para luchar contra el radón y ¡hagámoslo!