Fotógrafo: Kelly Sikkema en Unsplash
Los arquitectos tenemos peculiaridades, para qué negarlo.
Nuestra educación y una cierta “cultura de profesión” se manifiestan frecuentemente en rasgos concretos muy arraigados. Algunos de esos rasgos nos perjudican. Van en contra de nuestra productividad e incluso de nuestro bienestar.
Aclaro que este post es el resultado de observaciones nada científicas y probablemente sesgadas, en el rango de muestras de profesionales y estudios al que tengo acceso, que es más o menos amplio.
Total, que si no te reconoces en alguno de estos rasgos no es que seas menos arquitecto, simplemente tienes un problema menos. J
El heroísmo
Éste es un clásico. Hay algo de romanticismo en dejar gotas de tu sangre entre las piedras de cada obra cual muro focense, pero no es un modo de vida sostenible. Si perjudicas tu salud, acabarás sin poder trabajar.
La costumbre (celebrada a veces) de terminar las cosas a golpes de sacrificio y de privación del sueño, labrada en las entregas de la carrera, puede sustituirse por una mejora en la efectividad y un respeto por el organismo propio y de los colaboradores.
Exceso de perfeccionismo
Los proyectos nunca se acaban. Siempre se pueden mejorar, siempre hay algo que se puede definir con más detalle, o a lo mejor cuando ya está todo terminado tenemos que volver a imprimir casi todos los paneles del concurso para que esa línea sea gris.
Cada proyecto tiende a expandirse hasta ocupar el límite de tiempo del que se dispone, e incluso más allá. Hay que aprender a cortar en un nivel razonable de perfección y huir de la Falacia del Nirvana.
Aprensión a delegar
Se nos ha enseñado que debemos controlar todos y cada uno de los aspectos del diseño de un edificio. Ya sabes, desde la escala urbana hasta el tirador de la puerta. Esto a veces se traduce en estar encima de todo hasta el punto de no llegar a nada.
Delegar, y hacerlo bien, es mucho más efectivo y lleva a mejores resultados, aunque cueste dejar tu creación en manos de otros (que, además, pueden tener talentos que tú no tienes).
Johann Sebastian Bach lo hacía. Si él pudo sin que nadie diga que sus cantatas no son suyas, todos podemos.
No decir “no”
Corolario del anterior. Como queremos controlarlo todo, tendemos a cargarnos con tareas que ni siquiera nos corresponden dentro del proceso de diseño y construcción de un edificio.
En una estructura hiperestática, la barra más gorda es la que asume más carga (Eduardo Torroja se estará revolviendo en su tumba), y eso es lo que hacemos. Es más sabio decir “no” a algunas cosas.
Artesanía pura
Solemos tener una auténtica alergia a la definición de procesos o la automatización de ciertas tareas. Somos artesanos.
Instaurar y optimizar procesos de trabajo no va a destruir nuestra creatividad, no nos va a transformar en líneas de producción, ni nos va a encorsetar. Al contrario, va a hacer que nuestras cualidades sean más visibles.
La productividad nos beneficia.
Y hay más, pero se me acaba el espacio y tampoco es necesario autoflagelarse.
Creo que el panorama está cambiando y nos vamos concienciando poco a poco de que la productividad es importante para tener un mejor desempeño profesional y para nuestro propio bienestar.
También para competir. Entre nosotros, con otras profesiones que nos comen competencias y con los actores de otros mercados, como el internacional.
Y todo ello sin perder nuestras mejores cualidades creadoras.
Como Bach, que además de genial fue increíblemente productivo.