En los países industrializados, desarrollados o los tan admirados por el FMI con altos porcentajes de crecimiento, donde el acceso al mercado laboral de la mujer es finalmente casi pleno; lejos de estar celebrando una economía familiar sostenible gracias precisamente a poder compartir la labor de generar ingresos y el trabajo doméstico, estamos sufriendo una grave problemática que afecta a nuestros hijos y a nuestra felicidad como ciudadanos.
En España, la vivienda más el gasto devenido de agua, electricidad y gas representan el mayor porcentaje de nuestro gasto anual 1, exactamente una media nacional del 31.79%. El coste de la hipoteca (entre los 750€ y los 350€ 2 ) y un precio ascendente de la energía, nos empuja a “depositar” a niños y niñas en los centros escolares de 9am a 5pm y a veces incluso a hacer uso del aula matinal a las 8 de la mañana. Así, los dos miembros de la pareja 3 pueden desarrollar su jornada laboral de 8 horas, cinco días a la semana sin ningún problema y felices por contar con una amplísima oferta de actividades extraescolares.
El pasado mes de Diciembre de 2017, el Tribunal Constitucional tumbaba el esfuerzo de la Junta de Andalucía por instaurar la jornada laboral de 35 horas para sus trabajadores públicos. Un intento que debería ser un ejemplo a seguir pero que ha sido castigado y criticado por desigualdad con los demás trabajadores públicos del territorio Nacional… Pero me pregunto ¿Y si los demás están equivocados? Una jornada de 35 horas semanales y mucha más flexibilidad horaria de entrada y salida, es la dirección correcta para la conciliación familiar y lo que salvaría a una infancia cada vez más corta y con un escasísimo número de horas de juego al aire libre.
La productividad de esas horas es la clave del éxito y es sobre lo que habría que estar ya, ahora, trabajando desde las administraciones. Estamos dejando a los colegios que sean ellos quienes cuiden a nuestros hijos durante más de 8 horas al día, mientras como ratones seguimos corriendo cada vez más y más rápido en la rueda de la producción.
Vivimos en una sociedad de disfunción profunda que entiende como normal imponer estos horarios a niños y niñas desde la guardería a los primeros y delicados 4 años de secundaria pasando por infantil, porque no hay otra manera de pagar nuestras viviendas y de llegar a fin de mes. El problema raya en lo dramático en contextos urbanos donde la red de familia extensiva es nula o mucho menor que en el contexto rural y donde las viviendas que podemos permitirnos pagar o bien elegimos, cegados por el brillo del duplex con piscina, se han visto desplazadas a la periferia de las ciudades, con el consiguiente tiempo que hay que emplear en los desplazamientos del trabajo a casa y de casa al trabajo. No nos autoengañemos, el tiempo que pasan nuestros hijos e hijas en la escuela está relacionado con nuestra economía, no con su educación.
Enarbolamos la bandera de la Educación en pro de una generación de niños y niñas hiper cultos, socializados y estimulados; pero, sin embargo, estamos privando a nuestros hijos de conceptos que han sido intrínsecos a la infancia: Tiempo y libertad, y ante todo les estamos privando de nosotros, sus padres.