“Bunka” es el término japonés relativo a la cultura. Que una fundación nacida para ejercer la imagen pública de un estudio de arquitectura se nombre con esta palabra dice mucho sobre sus intenciones. Que el workshop que esta fundación celebra tenga participantes de más de veinte nacionalidades repartidas por cuatro continentes resulta un canto a la diversidad que acaba tornándose en su tema principal. Este es el espíritu del discurso que el doctor Ramon Folch pronunció para clausurar la última edición de este workshop el pasado viernes 18 a poco más de veinticuatro horas de los sucesos de Barcelona y Cambrils, discurso que sirve como perfecto resumen de lo que sucedió. Todos estábamos conmocionados. Vivimos cinco minutos de silencio en la plaza del Ayuntamiento de Olot, cinco minutos intensos (de esos en los que el silencio es casi corpóreo) compartidos por gente de muchas religiones y culturas diferentes con la misma opinión sobre este atentado: la única respuesta posible es la educación1. Y el doctor Folch nos decía que la respuesta éramos nosotros. Nosotros y cualquiera que viva una situación de convivencia parecida, claro: diversidad cultural, intercambio. Debate. Convivencia.
Y es que el Workshop RCR Bunka está preparado como una experiencia transversal donde arquitectura representa, como mucho, un tercio. Están también los workshop de escenografía y audiovisual, este último bilocado entre fotografía y video, más un programa público de conferencias sobre temas tan diversos como fotografía, biología, geología, escenografía o los travelling circulares de Philippe Garrel.
Este año se ha concebido como el primer workshop temático de una serie de seis que investiga sobre los valores del espacio. El tema elegido ha sido el vacío, trabajado tanto en los ejercicios de curso como en diversas charlas que lo han explorado desde el punto de vista filosófico, material, urbano y arquitectónico. La exploración llegó a entusiasmar tanto a los participantes que llegué a vivir uno de los momentos más excitantes de mi lustro como colaborador de este evento al sorprender a un grupo de seis o siete participantes, cada uno de un país diferente, enfrascados en una discusión sobre el número cero (entendido el cero como el vacío) basada en un intercambio de su concepción desde las culturas japonesa, china, islámica, polinesia antigua y maya. El sánscrito también estaba convocado y ser europeo resultaba un poco fuera de lugar entre tantas manifestaciones ancestrales que nos dejaban como unos recién llegados en la materia. Y la media de edad de los participantes en la discusión no llegaría a los veinticinco años. Semejante magma cultural te confronta contantemente con los límites de tu aprendizaje y te hace cuestionar incluso las bases de tu educación personal.
Cuestión importante es que el workshop se produzca en lo que RCR llama “formato concurso”: los participantes se ven forzados a concretar y a llegar a algún resultado tangible. Se puede divagar pero, al final, hay que encontrarse y recoger resultados consistentes.
También ha sido el workshop del Pritzker. Curiosa la capacidad de trascendencia de estas tres medallas: más atención de los medios, más público asistente (se cerraron las inscripciones tres meses antes de lo acostumbrado), grupos de turistas (sí, de turistas. Con palos de selfie y todo) con una cierta capacidad de convertir una corrección de proyecto en un evento fotografiable por decenas de cámaras haciéndonos sentir como los hipopótamos del zoo por el camino, encontrarte con que los discursos pronunciados por los RCR o incluso las explicaciones que improvisas para conseguir dar consistencia a semejante maremágnum son seguidas con un plus de atención que toma visos de lección de vida. Y adicionalmente más presión para todo el mundo, presión que los participantes asumieron como un reto que llevó a un nivel medio en los ejercicios presentados que sólo puede ser calificado como sobresaliente.
Pero lo que realmente importa al final es darse cuenta de que este workshop no va realmente sobre arquitectura: va sobre la vida. Antes que arquitectos somos personas, seres sociables y sociales que sólo tendremos algún sentido como profesionales en tanto seamos capaces de convocar estos factores y proyectarlos al colectivo. Y esto es lo que principalmente hemos celebrado durante estas tres semanas. A pesar de los mosquitos.