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Arquitectura socialista, un patrimonio incómodo.

Con la ocasión del centenario de la Revolución Bolchevique he sido invitada a dar conferencias sobre la arquitectura desarrollada en el periodo post-revolucionario, sobre las ideas y conceptos formulados, las realizaciones y sus cambios en el tiempo. Es un momento único para repasar las ideas del nuevo hombre nacido de esta Revolución que se formaría habitando nueva arquitectura y nuevas ciudades que nada tendrían que ver con el pasado. Ninguna de estas comunicaciones se ha realizado –ni se realizará en un futuro próximo- en las escuelas de arquitectura; más bien se trata de charlas para un público más amplio, menos especializado pero conocedor de las particularidades e historia del sistema socialista. Con la cantidad de ideas novedosas y utópicas sobre la organización urbanística, vivienda colectiva, equipamientos públicos o -más adelante- los sistemas constructivos y prefabricación a gran escala, resulta curiosa esta falta de interés, que a veces parece seguir la inercia eurocéntrica de la Guerra Fría.

Ciertamente, desde la década de los años 20 no existe un intercambio fluido e igualitario de ideas entre los dos lados de lo que solíamos llamar el telón de acero. Sigue siendo el Constructivismo ruso la arquitectura que más interés despierta o la que más se conoce, a pesar de que desde su sustitución por el criticado Realismo Socialista hayan pasado más de 80 años. Las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial marcaron las formas triunfalistas que junto con los condicionantes políticos dieron color a las diferentes concepciones formales y generaciones de arquitectos. Como si se considerase que toda la arquitectura española entre 1940 y 1975 llevara el único sello del neoclasicismo franquista.

En la turbulenta década de los 90, esta consideración fue hasta cierto punto compartida por los propios arquitectos de los países socialistas, deseosos de aplicar modelos occidentales y de llevar a cabo nueva revolución en la creación del espacio arquitectónico. Interesaba que ese patrimonio vasto e incómodo fuera etiquetado y olvidado por el bien del progreso. El hombre soviético y su hábitat pensado desde la utopía desaparecían a marchas forzadas ante el atractivo del capitalismo. Este olvido todavía dura y el patrimonio de la época socialista es a menudo derribado y sustituido por obras de dudosa calidad arquitectónica y constructiva. Compartía destino con obras del racionalismo o de estilo internacional que raras veces son catalogadas y en España conocemos ejemplos de desapariciones injustificadas.

La última década ha marcado un ligero cambio, gracias sobre todo al trabajo fotográfico que ha rescatado imágenes espectaculares de las grandes obras: monumentos, vivienda colectiva o equipamientos públicos. Pero sigue siendo deficiente el estudio de este patrimonio más allá de las imágenes cautivadoras de ruinas modernas y con ello nuestra capacidad de reacción ante las desapariciones, sustituciones o proyectos de reforma. Hace tiempo ya que el patrimonio arquitectónico no es una categoría ni nacional ni política sino que pertenece a la humanidad.

 

Por:
(Belgrado 1972) Arquitecta por la universidad de Belgrado (1998) y Doctora por la UPC de Barcelona (2006) con la tesis sobe representación e ideología en la obra arquitectónica. Ha co-comisariado con Jaume Prat e Isaki Lacuesta el pabellón Catalán en la XV Bienal de Venecia, en la edición anterior participo en el pabellón de Corea ganador del León de Oro. Ha investigado la modernidad arquitectónica del mundo socialista, escrito y dado conferencias en diversas universidades europeas. Colabora con el departamento de Historia contemporánea de la UAB y es miembro del comité científico del Premio Europeo del Espacio Público.

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