Eduardo Chillida era un “fuera de la ley”.1 Como tal rechazaba la relación maestro-discípulo. En sus Escritos así lo explica cuando escribe “No acepto la relación maestro-discípulo en el campo del arte. El arte se aprende, no se enseña. Éste es el punto crucial, la diferencia fundamental entre ciencia y arte. La ciencia se puede enseñar. En astronomía, Galileo refuta a Ptolomeo y Einstein impugnó a Galileo; pero Picasso nunca refutó a Goya o a Botticelli. Cada obra de arte se sitúa ante lo desconocido. Los discípulos de Leonardo sabían pintar y dibujar casi como él, pero Leonardo interrogaba a lo desconocido y sus discípulos interrogaban a Leonardo”.2
Si no hay discusión en la belleza de estas palabras, si que podremos encontrarla en la posible translación de las mismas al campo de la arquitectura. No pretendemos con ello reabrir el debate sobre la arquitectura como arte o como ciencia, sino más bien plantearnos el papel del profesor de arquitectura como transmisor de conocimiento.
Sabemos de muchos maestros de la arquitectura cuyo paso por las Escuela fue inexistente o no satisfactorio. El maestro de maestros, Frank Lloyd Wright, no terminó una enseñanza académica. El más influyente arquitecto de la historia, Le Corbusier, tampoco pasó por una Escuela, no las aceptó e incluso las criticó duramente. Otros ejemplos fueron Adolf Loos, Jean Prouvé o Tadao Ando.
En relación a la Academia, a la Beaux-Arts École de París, Le Corbusier escribía en Cuando las catedrales eran blancas su desacuerdo con la manera de hacer de esta institución. Para Le Corbusier, la Escuela tendría sentido desde el cuestionamiento de lo ya realizado, sentando las bases de puntos de partida sobre los que no se habría de volver.3 También los hubo que aún habiendo pasado por los pasillos de una de ellas, fueron críticos con su valor. Louis Kahn sí estudió en una Escuela de Arquitectura, al parecer, y eso sí, muy a su pesar: “yo estudié en la Universidad de Pensilvania, y aunque todavía puedo apreciar los aspectos espirituales de esa formación, me he pasado todo el tiempo transcurrido desde mi titulación desaprendiendo lo que aprendí.” 4
Louis Kahn en clase, Furness Building, Pennsylvania University, 1967, fotografía © Eileen Christelow.
Con todo esto no queremos sino decir que, mientras que el profesor de ciencias encuentra en un libro las herramientas de trabajo – o fórmulas –, que transmitir a su audiencia, el profesor de arquitectura sólo puede transmitir herramientas de pensamiento. La arquitectura no tiene fórmulas, sino verdades diferentes.
Como para Chillida en el arte, el discípulo no refuta al maestro. Lo cuestiona, lo contradice, lo repite, pero nunca lo invalida. En un proceso activo por parte del alumno, éste aprende la arquitectura cuando se enfrenta a ella. El maestro no puede enseñarla, sino transmitir herramientas de pensamiento con las que situar al alumno frente a lo desconocido, para que éste encuentre sus propias verdades, nunca imponiendo el maestro las suyas propias.
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