¿Sabíais que el Paralex lo inventó un arquitecto? Es una historia extrañamente desconocida y poco documentada: aunque ya existían herramientas parecidas, el DIN-Graph o Paralex, tal y como lo conocemos en España —para los nativos digitales: una regla plana con poleas fijadas encima y dos hilos cruzados sujetos a la mesa—, lo inventó a finales de los años cuarenta un tal Francisco Enrique Gómez de Puig, por aquel entonces aún estudiante de arquitectura. Francisco se fijó en un armatoste que había traído un compañero de algún lugar de Europa central, se planteó mejorarlo, y tras varios prototipos llegó a un dispositivo sencillo, ligero y asombrosamente eficaz que muchos dimos por amortizado en el primer día de uso.
¿Qué hay de maravilloso en este acto de invención? ¿Por qué es relevante que viniera de un arquitecto y no un empresario o un inventor generalista? Precisamente porque se trata de un fenómeno habitual al que no prestamos demasiada atención: lo que Francisco hizo fue desarrollar su propia herramienta para resolver un problema que conocía de primera mano. Algo que toda profesión viene haciendo desde que alguien intentó tallar una piedra golpeándola con otra, pero que tendemos a olvidar en favor de grandes soluciones de empresas cada vez más enormes y remotas.
Seguro que todos podemos recordar fácilmente ejemplos más o menos actuales de esa «inventiva en proximidad». Viejos scripts de Autocad 14 que permitían, por ejemplo, gestionar capas de forma mucho más rápida y potente. Hojas de cálculo que permitían hacer presupuestos o resolver problemas de cálculo estructural. Sketches de Processing más allá de Orión. Scripts de Grasshopper brillando en la oscuridad…
También apostaría a que la gran mayoría hemos creado cosas así alguna vez. Seguramente buscando resolver un problema, y, probablemente, descubriendo sin querer un proceso enormemente didáctico y empoderante que nos permite unir a nuestra manera el qué hacemos con el cómo lo hacemos. Y si me decís que no es así… entonces tenemos un problema de dependencia y subdesarrollo profesional, porque hacer nuestras propias herramientas siempre tuvo sentido, y lo tiene ahora más que nunca.
Con la facilidad que tenemos de acceso a recursos y conocimientos; con la cantidad de herramientas en las que nos podemos apoyar para desarrollar las nuestras; con nuestra propia dispersión desde la arquitectura hacia otros campos como la programación; con el auge del diseño paramétrico o la arquitectura informacional y la existencia de plataformas que favorecen el desarrollo de herramientas a medida; con todo esto es casi injustificable que nos apoyemos exclusivamente en soluciones prediseñadas.
Es rascándonos nuestro propio picor como podemos desarrollar herramientas hiper-específicas que apenas tienen mercado para grandes empresas pero que nos resultan de gran utilidad. Y cuando digo «herramientas» generalmente hablo de utilidades, pequeñas automatizaciones o ayudas a nuestro trabajo, pero con un poco de organización se pueden llevar a un nivel más alto de complejidad.
Lo más interesante es que resolviendo problemas propios podemos resolver los de otras personas, compañeras de profesión o de actividad. Se abre todo un mundo de posibilidades si reconocemos el valor de estos desarrollos y los compartimos. En un próximo post sugeriré algunas vías para lograrlo, pero por ahora me voy a quedar en una sencilla reivindicación:
¿Y si empezamos a favorecer y visibilizar la solución propia, cercana? ¿Por qué delegar siempre —como hacemos a diario desde nuestras instituciones, desde la educación, o con nuestro dinero y uso activo— el desarrollo de nuestras herramientas a quienes nos van a vender caros y enormes sistemas cuando, quizás, sólo necesitábamos inventar un Paralex?
Como siempre, no puedo estar más de acuerdo. Llevo los últimos 4 meses trabajando a piñón fijo en un pequeño estudio. Casi el 90% del tiempo ha estado dedicado a desarrollar con Grasshopper, herramientas ad-hoc para un proyecto en concreto de una cierta escala. El incremento de capacidad de generar documentación que han producido mis herramientas, modestia aparte, ha sido de casi un 900% sobre la capacidad del estudio sin ellas. Ojo. Mis herramientas no proyectan. El proyecto lo hacemos los arquitectos. Igual que el paralex, o bendita herramienta, no te aprobaba el exámen de geometría, lo aprobabas tú. Conocer la capacidad de la tecnología de ponerse a nuestro servicio, unido a las necesidades intrínsecas de la profesión, nos pone a un nivel de empoderamiento difícil de igualar. Frente a esto, compañeros que desdeñan el conocimiento, la investigación y el control de la tecnología, aduciendo el argumento, fácilmente desmontable y absurdamente falaz porque no es lo que se discute, de que la arquitectura la hacen los arquitectos y no las máquinas. Yo hacía las prácticas de geometría sin paralex, era de los duros, pero cuando me fuí a la primera erasmus, allá en la protohistoria, me llevé el paralex. Se lo regalé a un compañero holandés que estuvo a punto de tirar su tecnígrafo por la ventana.
Y esto me permite hilar… el paralex es al tecnígrafo lo que algunas herramientas (Revit y Dynamo en concreto) son a otras (Grasshopper).
Manejar Revit, y más si manejas Dynamo, es una baza laboral tremenda, pero sólo porque gracias al peso de Autodesk, es ya un estándar. En mi opinión, y como bien apuntas, una herramienta que está sometida a tal nivel de estructuras y subestructuras prefabricadas, que al usuario se le hace una montaña insalvable manejarla.
Grasshopper, por el contrario, es pura geometría y matemática, la información fluye en torrente y si no sabes qué es lo que quieres, en seguida apagas y te vas. Sin embargo, si sabes lo que quieres, su nivel de generación es taaan básico, tan desligado de prefabricados, que obliga al usuario a generar toda una serie de estructuras relacionales propias y personalizadas. Con la fantástica ventaja de que son reutilizables.
Una lanza en favor de Dynamo? Es open-source. Una en contra de Grasshopper? No lo es…
Gracias mil por el comentario, Miguel, sabía que en este tema podías aportar muchísimo, porque tienes mucha más experiencia que yo en «crear herramientas».
Me parece perfecto el primer ejemplo que pones, porque rompe un par de prejuicios de un plumazo: ni hace falta ser una gran empesa para ponerte a desarrollar herramientas a medida, ni suponen una pérdida de productividad respecto a las «prediseñadas» (como dices, es muy al contrario).
Me ha dejado flipado ese 900% que mencionas, y me encantaría saber más de qué tipo de herramientas estás hablando y qué mejoras introducen en el flujo de trabajo del estudio. ¿Tienes más detalles al respecto? Si no, merece un post, una serie de posts, un vídeo o directamente un documental ;)
Otra duda que me surge es en la línea que dices de que son reutilizables. ¿Hasta qué punto crees que esas herramientas que has desarrollado servirían en otros proyectos y en otros estudios? ¿Serían reutilizables tal cual, o habría que modificarlas? Y al modificarlas, ¿merecería la pena tenerlas como base, o es casi mejor empezar de cero para cada caso? Supongo que depende mucho del caso, pero ahí te dejo las dudas para ver cuál es tu impresión general.
Abierto ya el tema de «hacer nuestras propias herramientas», en próximos posts quiero abordar la parte de «compartirlas» y de «apoyarnos mutuamente» en esos desarrollos propios y compartidos. Espero estar a la altura del tema donde me he metido.
como viejo estudiante de arquitectura, mis recuerdos se ciñen a cuando empiezo el ingreso y la revolucion del paralex fue la llegada del metacrilato, pùes ese artilugio en madera o metalico no debio desarrollarse mucho. En la escuela de Madrid se usaba el pantografo y fue en la naciente escuela de Sevilla 1962 aprox que un estudiante de arquitectura, Francisco Javier Perez de Eulate, con buenos contactos para poder importar metacrilato de EEUU, se dedico a la fabricacion artesana de esos chismes, con tal exito que por Sevilla no se veia un pantografo, salvo en los estudios. Ibamos con nuestros chismes y chichetas a montarlo en alguna de aquellas enormes tableros, donde perdiamos la vista y quedaba precioso, trasparentes, limpios. Total, entre las minas duras y los rotring, que llegaban de Alemania por aquellos años tambien fueron pasando nuestrasmanos