Cartel de la película Le salaire de la peur (El salario del miedo), 1953, dirigida por Henri-Georges Clouzot.
Hace muchos años, los arquitectos teníamos una tarifa obligatoria de honorarios mínimos. Entonces se cobraba a través del colegio de arquitectos y había que minutar al menos la cantidad establecida para cada trabajo, que era una cantidad bastante buena.
Todo eso se acabó. Aquello de las tarifas era algo no sólo obsoleto, sino contrario a la libre competencia y a la madurez personal y profesional, pero la verdad es que estaba muy bien.
Ahora hemos pasado de esa negligencia paternalista a un desastre: Somos demasiados arquitectos compitiendo por las mismas migajas, y no somos capaces de destacar por calidad o por especialización, así que no se nos ha ocurrido otra cosa que competir entre nosotros por precio. Y llegamos a unos precios suicidas, que no responden a una rigurosa cuenta de nuestros gastos y por tanto no nos dejan un mínimo para sobrevivir. Pero la culpa es nuestra: somos nosotros quienes nos depreciamos y nos despreciamos.
Ante el descontrol actual, hay un clamor por la necesidad de implantar unas tarifas dignas.
El problema es muy complejo. Lo principal, a mi juicio, es que la inmensa mayoría de nuestros clientes sólo nos necesita porque alguien les obliga a contratarnos, y, por lo tanto, les da igual que hagamos un trabajo bueno o malo, experto o no, profundo o superficial. Sólo les interesa –ya que, en realidad, no les hacemos ninguna falta- que seamos lo más baratos posible.
A menudo, me han encargado un porche o una piscina porque el ayuntamiento les ha pillado. Ya tenían la obra medio terminada y lo único que querían eran “los papeles”. O me piden un CEE para vender un piso, y tres narices les importa que yo establezca bien los patrones de sombras o me los invente, o copie otro certificado de otro piso. ¿Qué más da? Es un mero papeleo que no sirve para nada.
Imaginemos que un CEE bien trabajado y concienzudamente hecho cueste ciento cincuenta euros, y uno tramposo y chapucero cueste treinta. Imaginemos que el cliente ni sepa qué es un CEE ni le importe, pero se lo ha exigido el notario, a quien tampoco le importa cómo esté hecho. ¿A quién va a contratar ese cliente?
Así las cosas, si se establecieran unas tarifas obligatorias seguiríamos igual: acordaríamos honorarios inferiores bajo cuerda. Nos haríamos trampas a nosotros mismos como nos las estamos haciendo ahora.
Somos muchos, y la sociedad no se da cuenta de que nos necesita.
Antes le hacías la casa a un amigo y, si todo acababa bien, esa era tu publicidad. Sus conocidos le preguntaban por el arquitecto. A veces, he empalmado encargos de un amigo a otro, o de un familiar a otro. Ahora sólo preguntan cuánto ha costado el arquitecto, como si fuera una especie de garrapata. Parece mentira que sólo pregunten por el precio y no por la dedicación y la eficacia. No se dan cuenta de que un arquitecto que les cueste mil euros más les puede ahorrar muchos miles en la obra.
Creo –repito- que, ese problema no se arregla con unas tarifas. Quien necesite un arquitecto con tarifa es que, en realidad, no necesita un arquitecto.
Lo realmente espeluznante de lo miserable de la actitud de rebaja `sin sentido que comentas aparece cuando hacemos las cuentas de lo que suponen nuestros honorarios sobre el total de una operación inmobiliaria en la que intervengamos.
Y digo el total porque se trataría de hacerlo no sobre la obra, si no sobre la obra y el suelo. Si lo hacemos sobre la obra, a muchos les parece bárbaro cobrar entre un 5-7% sobre el módulo, que ya es irrisorio e irreal frente al precio de mercado. Si lo hacemos sobre el total de la operación, nuestro costo se puede reducir a un 1-2%… es decir, que si cobrásemos el doble, al promotor no se supondría un incremento de coste mayor de ese mismo 1-2% ¿fuerte, verdad?
Visto esto, nos podemos poner a discutir de cómo la profesión ha perdido el norte de esta manera…
Exacto. Y con ese porcentaje sobre el total tenemos sin embargo la mayor responsabilidad y el seguro más solvente (y el más caro, y el más castigado).
Completamente de acuerdo contigo José Ramón. En la misma línea creo que la profesión ha entrado en esta deriva porque venimos desde la Escuela educados a trabajar por amor al arte y sin sopesar las consecuencias de nuestra labor. Las tarifas orientativas pueden encauzar el problema pero vivimos en un país de picaresca donde promotores, clientes, constructores, arquitectos, administraciones, etc se dedican a buscar lo más barato sin mayores consideraciones.
Estamos de acuerdo, Jesús.
(Por cierto, a los demás lectores: Clicad sobre el nombre de Jesús A. Izquierdo. Aparece un post suyo muy en la línea de lo que yo quería decir).
Un abrazo.
Efectivamente las tarifas no son la solución, pero tampoco estamos haciendo nada por solucionar la sobreproducción de nuevos arquitectos, que sólo conduce a la precarizacion de la profesión. Esto es un tema tabú. Es mejor estar jodido e que cerrar chiringuitos.
pues solo nos queda aunar fuerzas en única direcccion ,y demostrar que si queremos podemos ser un colectivo unido,defendiendo nuestro trabajo.No es tan dificil ,Recuperar nuestros baremos Orientativos de honorarios para los trabajos privados,y negacion rotunda colectiva a bajas en los Concursos Publicos.
No soy arquitecto, lo siento. Soy (o he sido) interiorista especializada en rehabilitación desde hace la friolera de 43 años. Casi siempre he trabajado con un arquitecto a mi lado o formando parte de mi equipo, así que me creo con la suficiente experiencia como para comentar aquí.
Jose Ramón, bien dices que el problema no es de la falta de honorarios. El problema o el conjunto de ellos es una mezcla de sobre oferta de profesionales ante la ínfima demanda de ellos, que mezclado con la mezquina condición humana y la enorme ausencia de cultura en nuestra sociedad, nos ha llevado a ofrecer unos servicios tan a la baja, que el concepto de arquitectura se ha desdibujado.
¿Sabes dónde creo que está la solución?…. en nosotros, los profesionales honrados que entendemos la arquitectura como un arte.
Si no somos capaces de negarnos ante las peticiones absurdas y chapuceras basadas solo en el dinero, la profesión se irá degradando cada día más.
Si no nos hacemos valorar nosotros mismos, nadie lo va a hacer en nuestro lugar..