Me he hecho una cuenta de CuriousCat.
Ya saben, era viernes, estaba aburrido… el botón estaba ahí…
Para los que no lo sepan, CuriousCat es una app que se añade a Twitter y que permite a cualquiera preguntar lo que quiera al usuario.
No esperaba muchas preguntas –ninguna, de hecho- pero, curiosamente, el primer día recibí una. Es la única que me han hecho, y es la que ven en la imagen.
“¿Sientes que has fracasado como arquitecto?”
Siendo el sindicalista irónico que soy, he respondido, parafraseando una frase de Jorge Oteiza que contestaba así a una pregunta sobre su carrera:
«No voy a ensuciar mi currículo de fracasos con una victoria de mierda».
Podría parecer que contesto con un cierto enfado. Antes al contrario, les aseguro que la pregunta –que no es la primera vez que recibo, con interrogaciones o como afirmación- me produce una reacción entre el humor, la ternura y la empatía.
Vean, más allá de otras cuestiones, he conseguido no traicionar demasiado mis principios, vivo feliz y tranquilo, hago lo que me gusta –lo que me ha gustado desde que era un crío, de una u otra forma- y no necesito mucho para sonreír. Podríamos, también, analizarlo con el aforismo cliché: he plantado algunos árboles –el cerezo que ven en la imagen, por ejemplo- he tenido una hija y (dedos cruzados, permanezcan atentos a su twitter) he escrito un libro.
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Lo interesante, no obstante, no es analizar mi bienestar (tranquilos, estoy bien, se lo prometo; el colesterol un poco alto, eso es todo) sino cómo una profesión como la nuestra establece un extraño criterio para el fracaso o el éxito basado en ciertos aspectos cercanos a la celebridad, al reconocimiento y la admiración públicas. Todo ello, a su vez, en demasiadas veces se vacía de contenido para transformarse en un fenómeno fan, acrítico y opresivo, capaz de destrozar ilusiones y vocaciones en la búsqueda de esa fama a veces tan absurda como banal.
Para quien esto escribe, cualquiera que trabaje con honestidad y honradez, sin traicionar unos mínimos principios de civilidad (cumpliendo con su trabajo, esforzándose, tratando a los demás con respeto) ya ha triunfado. El resto, como diría Houellebecq, es logística.
Por tanto, me es absolutamente indiferente que alguien “triunfe” en los medios especializados –que alguien sea reconocido como un triunfador- si el andamiaje de su proceso se basa en la explotación de sus pares, el suspenso de la ética por razones económicas y la mentira reaccionaria del “esto siempre se ha hecho así”.
Descubrirán que, en ningún caso me importa lo que se produzca o, ya puestos que se produzca nada o se trabaje para otro. La primera es una discusión de otro tipo (estética, proyectual, teórica…), la segunda la respuesta a los fantasmas internos de una profesión que se ha creído durante demasiado tiempo la estúpida leyenda del triunfador como héroe cuyo ensalzamiento lo convierte en una singularidad impermeable a todo cuestionamiento.
¿Siento que he fracasado? No. Siento que he intentado dejar las cosas mejor de lo que me las encontré, que he procurado no traicionarme y comportarme con los demás como me gustaría que se comportaran conmigo. No hay mucho más. Tampoco mucho menos.
Ahora, si me perdonan, me voy a jugar al Mario Karts con mi hija. Me va a ganar ¡de calle! Lo cual, es un fracaso como piloto… y a la vez un triunfo.
¿Ven? No es tan difícil.
La cuestión es quien define que es ÉXITO
Me temo que más allá de lo que digan los diccionarios que es éxito, se trata más bien de una construcción social, un imaginario colectivo que hacemos entre todos a través de lo que nos dicen en casa, en el colegio, en la calle, en la televisión… y por tanto está muy ligado a un ámbito cultural y temporal (hoy hay modelos de éxito que antes no eran imaginables: tronistas de MYHYV, políticos, banqueros…).
El texto de Jose Maria me encanta por dos cosas: la primera porque pone el dedo en la llaga señalando el conflicto entre lo que el colectivo de arquitectos hemos entendido como éxito (construir mucho, salir publicado en el croquis, ganar premios, conceder entrevistas, tener colas de personas deseando trabajar gratis para nosotros…) y la realidad alejada de eso, lo cual estoy seguro que puede llevar a desorientar y incluso a traumatizar a muchos de los que no hemos podido o querido seguir esa senda.
La segunda es que pone en valor aspectos que hemos denostado como colectivo, y que, por otra parte, coincido con él en que son indicativos mucho mejores de lo que es el éxito (lo cual, a mi modo de ver demuestran que Jose Maria es en realidad un triunfador donde los haya).
La buena noticia es que, como decía al principio, la definición de éxito la hacemos todos y cada uno de nosotros, y textos como este aportan su grano de arena en esa dirección. ¡Gracias por el texto, Jose Maria!