Hace poco se cumplía un año desde que terminé, por fin, la carrera de Arquitectura. Muy poquito tiempo después comencé a trabajar por cuenta propia y, aunque este año se ha pasado volando, no cabe duda de que he tenido que afrontar más de una historia con la que no contaba.
Pero vayamos por partes:
> El Proyecto Fin de Carrera está absurdamente sobrevalorado
“El PFC es tu presentación al mundo profesional”, “En el PFC es donde demuestras todo lo que has aprendido durante la carrera”, “Es muy importante sacar buena nota en el PFC a la hora de que te contraten en estudios grandes”… No sé cuantas tonterías como estas habré oído en los últimos años. Aunque una cosa os puedo asegurar, pocas cosas hay tan sobrevaloradas en nuestro gremio como el PFC. En este tiempo, nadie me ha pedido ni la nota de mi PFC ni la escuela donde estudié. Bueno, eso no es del todo cierto, a la hora de colegiarme sí que me lo pidieron; hecho que, en sí mismo, debe significar algo…
> Los arquitectos no valoran su propio trabajo
Al margen de la mala situación general que atraviesa nuestro país, sigue siendo inexplicable la actitud de muchos de nuestros compañeros de profesión. Los mismos que se quejan de que hay un número excesivo de escuelas (y por lo tanto de arquitectos) llenan sus estudios de recién titulados sin contrato y de “becarios” que no cobran; los que hablan de que los honorarios son lamentables, después licitan con bajas de más del 50%. Y no hablemos de los requisitos necesarios para participar en algunas de estas licitaciones, a algunas les falta poner el nombre del ganador directamente en el pliego. La guinda del pastel es la arquitectura social, aquella que normaliza las situaciones precarias, o peor aún, las encumbra, mientras es llevada a cabo por trabajadores en situación irregular. Pero lo más sangrante es ese silencio plomizo alrededor de esta situación; el mismo que hace que, a pesar de saberse todo esto, nadie mueva ficha para ponerle fin.
> Dignificar la profesión
Este es el auténtico desafío. Ante semejante panorama es necesario plantear alternativas reales de desarrollo profesional, pero sobretodo concienciar de la insostenibilidad de todas esas prácticas a medio-largo plazo. No se puede hablar de beneficio social trabajando en condiciones de “esclavitud voluntaria”, ni tampoco se puede competir en buena lid con aquellos que pretenden secuestrar gran parte de la disciplina mediante concursos poco menos que sospechosos.
Supongo que, a los recién llegados sólo nos resta decir que “menos lecciones y más ejemplaridad”. Con todo, estoy tan harto de la situación como de tanta receta. Año tras año salen nuevos profesionales condenados a la frustración profesional por los mismos que deberían haberles mostrado mil caminos a recorrer.
Y es que los que más hablan de cambio son los que menos quieren cambiar.