Harrison Ford de 73 años en el show de Jimmy Fallon a cerca del estreno de Star Wars capítulo VII a finales de 2015
Continuando la serie de textos alrededor de esas otras formas de ejercer la profesión intentaremos, en esta ocasión, ahondar en el espinoso y muy urgente tema del ‘Dinero’ y su lacerante carencia para un colectivo, el de los “colectivos” (y arquitectos de la misma generación en general), cuya edad media empieza a ser la de personas con necesidades más mundanas que las de alocados estudiantes, y bien está. En esta entrada y en la siguiente, buscaremos las causas y humildemente propondremos alguna solución.
Otras veces, en otras tribunas, hemos reivindicado que el arquitecto ha de ser como Indiana Jones en ‘En Busca del Arca Perdida’. Pero en esta ocasión y por el bien de la profesión, nuestra metáfora será más bien su intérprete, AKA Harrison Ford.
Es sabido que se nos saltaron las lágrimas y se nos puso la piel de pollo cuando, en el segundo trailer de ‘El Despertar de la Fuerza’, quedaba finalmente desvelada la gran duda de si aparecería Han Solo, mítico personaje, en ella. Efectivamente aparecía, durante un par de segundos, con Chewbacca, en lo que parecía el Halcón Milenario, piel de pollo. Habían pasado 30 años de mitomanía. Cualquier fan mediano o grande lo entiende perfectamente.
Sin embargo Harrison Ford, el actor, permanece pragmáticamente alejado de todo eso. Frío. Él lo hizo, atención, exclusivamente por dinero! Y no tiene ningún remilgo en ser sincero. Ni un solo instante se puso sentimental al respecto. Lo hizo, al fin y al cabo, porque es su trabajo. No necesitó creer en La Guerra de las Galaxias para interpretar su papel como es debido. Y pensamos sinceramente que el hecho de que seamos el gremio de titulados superiores con las peores condiciones laborales conocidas tiene que ver precisamente con esto. Con tener tanta (demasiada) pasión por lo nuestro que estamos dispuestos a trabajar a 5 euros/hora (y no incluye café), con tanta ambición de un futuro reconocimiento y prestigio que pagamos dinero de nuestro bolsillo por participar en concursos, con tantas ansias de ganar experiencia laboral que te ayude a medrar en “el mundillo” que no dudamos en ser becario indefinido o peor, hacernos falsos autónomos, en el estudio más cutre y pretencioso que uno pueda imaginar.
Increíble sí, pero lógico en personas que han cursado estudios donde es sabido que tu tiempo, sencillamente, no vale nada y donde, sin embargo, se continúan generando unas expectativas de futuro profesional basadas en modelos que dejaron de ser reales hace ni se sabe cuántas décadas.
El resultado es que hemos devaluado la profesión de tal manera que incluso los colegas que no se identifican con estas ambiciones, aquellos cuya aspiración es ser un profesional valorado con un sueldo decente, pagan las consecuencias. Y esto nunca tuvo que ver con la crisis.
La pregunta es si podríamos ser más como Harrison Ford; profesionales que empiezan a creer más en su profesión y menos en sus proyectos. Porque, llegado cierto punto, lo que garantiza que hagas bien un proyecto no es cuánto creas en él, ni cómo de comprometido estés con sus ideales, sino lo contento que estés con tu sueldo, con tus condiciones laborales y el tener la oportunidad sostenible de convertirte en un profesional como la copa de un pino. Nos gustaría llegar a un punto en que no nos hiciera falta creer en los proyectos o en sus conceptos para desarrollar el mejor trabajo posible. Saber que nos estamos respetando a nosotros mismos cuando ofrecemos la certeza de un buen trabajo, que para lograrlo colaboramos con los mejores compañeros que existen y nos implicamos al máximo, y que en última instancia estamos respetando la profesión cuando cobramos lo que en justicia vale.
Que yo no creo en la Participación, no creo en la Sostenibilidad, no creo en los Huertos Urbanos ni en las Nuevas Gobernanzas, creo en mi estudio y en que se le remunere por su capacidad profesional para poner a prueba cualquier idea por loca que parezca. Y esta capacidad sí es lo más asombroso y útil que aprendimos al formarnos como arquitectos.
Porque cuando todo falle, y los conceptos, los sueños y las ideas vuelvan a cambiar, sólo nos quedará intacta la capacidad para petarlo derivada de nuestra profesionalidad para hacer aquello por lo que se nos ha pagado.
Continuará…
Muy de acuerdo, zuloark,
Sólo que hemos devaluado tanto la profesión, tirando precios y regalando ideas, anteproyectos, concursos, y todo lo que hubiera que regalar, que ya no hay maner-a de levantarla y aspirar a cobrar unos honorarios dignos…
Espero que, puesto que «continuará», nos sugieras cómo, más allá de las buenas intenciones de siempre…