Ampliación de la biblioteca Lombardi” en Bari del estudio de arquitectura Ma0 (2004-2005)
Los medios de comunicación son lugar de producción arquitectónica. Esta afirmación, que hace una década muchos se resistían a aceptar, es ya un lugar común en los debates de arquitectura. Desde el inicio de la cultura de masas –desde los albores de la modernidad- los medios son objeto de pensamiento, proyecto y construcción arquitectónica, aun con mayor intensidad con el desarrollo de Internet y las tecnologías de comunicación. Con el auge de las redes sociales, perfiladas como un auténtico entorno habitado, ya no es posible discernir si existe separación alguna entre el ‘espacio de la imagen’ (el de la reproducción de la obra) y el ‘espacio de la vida’ (el de la experiencia de la obra construida), según la distinción de Tafuri.Fue Beatriz Colomina quien se adentró en la vertiginosa superposición y retroalimentación entre ambos espacios, al desgranar cómo con el desarrollo de los medios de comunicación de masas en la primera mitad del s. XX las imágenes comienzan a ser habitadas, e interpretar, en estas claves, importantes episodios de la arquitectura moderna del s. XX. Autores como Andrés Jaque en Sales Oddity, Marina Otero en su tesis doctoral, o Elii en proyectos como Arquitecturas de Robinson Crussoe han continuado explorando esta condición de las imágenes en la contemporaneidad, con desarrollos fascinantes que desentrañan su naturaleza construida y vehicular. En ellos se expone el carácter instrumental de las imágenes para nutrir y reconfigurar algo más que la realidad construida: las imágenes pueden modelar e imponer estilos de vida (Jaque); funcionar como un vehículo para que la ficción política quede incrustada en los hechos y en la historia (Otero); o reprimir la experimentación vital, economizar sus posibilidades y domesticar los deseos (Ellii).
Sea que las imágenes de arquitectura se muestren separadas de la vida o imbuidas de ella, no es posible pensarlas como entidades inocentes, neutrales, no-ambiguas, al modo de los antiguos exempla recogidos en los tratados de arquitectura. Lejos de ser pura representación al servicio del proyecto o mediación en la presentación de un resultado, las imágenes son discursivas, son construcciones narrativas, elementos vivos que participan de forma activa en la construcción de significado y sentido. El trabajo con las imágenes desde el proyecto no es, por tanto, una tarea únicamente estética sino también ética, o dicho de otra forma, es política: obliga al arquitecto a posicionarse en relación a un estado de cosas, en especial cuando las imágenes quedan abiertas a la apropiación. Este imperativo se hace por tanto mayor en los proyectos de contenido social, en tanto sus imágenes benevolentes son muy codiciadas por las estructuras propagandísticas ideadas para “blanquear” políticas cuestionables de organización y gestión del espacio, el territorio y los recursos (aquí un ejemplo).
En una entrevista que pese a tener más de 30 años no ha perdido vigencia, Giancarlo de Carlo afirmaba que no es posible prever ni programar el significado y el uso de la arquitectura, pero sí podemos hacer que ésta haga explícitos los conflictos y balances activados por las condiciones en las que se produce. Esta afirmación podríamos extenderla a las imágenes. Siguiendo a de Carlo, el conflicto es un ingrediente esencial de la imaginación arquitectónica. La “imaginación” del conflicto –proyectar su explicitación en las imágenes que circularán de la intervención arquitectónica- puede ser nuestra aliada en la instauración de los compromisos más esenciales.