Juicio de Salomón, José de Ribera / Maestro del juicio del Solomón.1609 – 1610.
Los controvertidos debates acerca del estado de la práctica arquitectónica en nuestro país han traído interesantes cuestiones a la mesa. Con ellas se ha puesto de manifiesto que son muchas y muy diversas las sensibilidades y formas de hacer que hoy conviven en la arquitectura española; pero también que, pese a las diferencias, existe un anhelo compartido por recuperar la relevancia cultural y social de nuestra actividad.
Desde el punto de vista más terrenal, la convivencia de lo diverso es fuente de conflictos, y, en el clima de competencia brutal por la supervivencia profesional y económica que impone el neoliberalismo, no faltan detonantes para los enfrentamientos. Así las cosas, los relatos construidos desde la escisión se consolidan fácilmente. Según ellos, de un lado estarían los arquitectos ocupados de la forma, la construcción, el sentido y la materia (depositarios del saber-hacer acumulado de la profesión, pero en riesgo de quedar obsoleta frente a las exigencias del presente) y de otro, la arquitectura de acción de las prácticas emergentes (más experimentales, innovadoras, críticas y comprometidas, pero de menor solvencia ante los retos de la gran escala y el largo plazo). Concomitante con esta escisión encontramos otras: lo interior vs lo exterior de la disciplina, lo formal vs lo informal, lo permanente vs lo efímero, lo normativo vs lo experimental, la búsqueda de sentido vs la puesta en acción, lo que da soporte vs lo performativo, etc. Fáciles de asimilar y convertirse en eslogan, los discursos bipolares tienen en la aceleración de nuestro tiempo el aliado ideal para prender como la pólvora.
Desde un punto de vista más humanístico, sin embargo, la convivencia de lo diverso brindaría una oportunidad única para el enriquecimiento mutuo, a partir del cual materializar vías de trabajo inéditas que, entretejiendo diferentes desarrollos, afronten con renovada energía los retos de nuestro tiempo. Si accedemos a adoptar esta perspectiva más generosa, y centramos la atención en las complicidades y complementariedades, en las preocupaciones compartidas, las influencias mutuas y las herramientas prestadas, encontraremos que el mayor indicador de vitalidad en los proyectos de arquitectura está precisamente en las múltiples transferencias y las asociaciones productivas entre las formas de hacer y los valores que sistemáticamente se enfrentan.
Esta vía de trabajo, que no es “nueva”, a mí me gusta definirla como “arquitectura editada”: la introducción de pequeños cambios diferenciales a través de los que la irrupción de lo diferente no entra en absoluto en conflicto con la continuidad del legado disciplinar. En ella, la innovación, el compromiso social, la incorporación del habitante, la atención a los nuevos condicionantes culturales y a las demandas ecológicas, económicas, etc. no están reñidas con el saber-hacer acumulado de la profesión y sus conocimientos específicos. El trabajo sobre el espacio, las formas, la materia o la construcción es revisado y revalorizado, bajo los condicionantes actuales, como agencia social, económica y política. Variables consideradas desestabilizadoras (por exteriores) a la tradición —como la participación, lo performativo, lo afectivo, lo temporal— son “arquitecturizadas” en claves formales, espaciales, materiales, estructurales y constructivas.
A los relatos bipolares se les está escapando el alcance y el sentido de este reajuste decisivo. Yo diría incluso que lo previenen o cortocircuitan, pues cuando la “arquitectura editada” entra en su órbita, automáticamente se empobrecen y desvirtúa. Elaboremos narrativas desde el respeto y la tolerancia hacia lo diferente, y no de la filiación de lo igual. Pongamos en marcha proyectos culturales basados en alianzas transversales y heterogéneas. Dejemos de idealizar “lo viejo” y lo “nuevo” y elaboremos relatos más inclusivos, creíbles y responsables del estado de la arquitectura.
Genial, Paula. Yo escribí hace tiempo sobre la necesidad de *estirar la arquitectura* para hacerla más inclusiva y dejar de montar las identidades propias a costa de desmontar las de los demás, pero tú lo has estructurado infinitamente mejor.
Gracias Miguel, me encantaría leer tu reflexión, ¿me dejas un enlace?
Gracias Miguel, me encantaría leer tu reflexión, ¿me dejas un enlace?
Humm… interesante artículo. Me acuerdo del referendum griego, de Cataluña y de la guerra civil española. Un argumento a sopesar nada desdeñable es que las nuevas formas de hacer arquitectura nacen como secesión del oficio tradicional sujeto a permanencia o a una transformación lenta. Un joven arquitecto entregado a su propia pasión se ve en la tesitura psicológica de elegir entre dedicar una vida al aprendizaje de una herencia para llegar al mínimo de altura que alzanzaron sus maestros (repetición y diferencia) o a disolver el límite de su profesión, rumbo hacia un no lugar desconocido e interdisciplinar a medio camino entre vacío existencial y espacio residual sin categorías altamente creativo. Sin embargo las circunstancias epocales más que justificar el desarrollo del ego afectan explícitamente, y eso ya nadie puede negarlo. Hay dos obviedades que ponen contento a más de uno: la primera, la ausencia de demanda y por tanto de necesidad heredada al uso y por otro, el fin de la arquitectura como disciplina en solitario y con él, la incapacidad del ego arquitectónico de trabajar mano a mano con otras disciplinas, aquello que podría llamarse la resistencia de una identidad al borde de un precicipio. Otro modo de decirlo, aún cuando la coyuntura obliga al trabajo transdisciplinar y colectivo, el arquitecto disuelve sus propios límites y aspira a la totalidad abarcando más y más competencias hasta alejarse tanto de su propio origen que hasta los conservadores más sosegados tachan a los nuevos héroes ingenuos de herejes. Y los ingenuos herejes les dicen que son ellos los que luchan por la resistencia de un nombre y que lo agradecerán cuando de vuelta, su técnica (las de los clásicos) vuelva a ser necesaria bajo una nueva comprensión de presente.
Gracias Ángel por tu analisis del enfrentamiento, visto desde las circunstancias, necesidades y condicionentes de la profesión en un momento de agotamiento, como una lucha por la survevivencia. Vale la pena preguntarse cuál es el papel que tiene esta lucha (o los relatos del estado de la arquitectura que de alguna forma ratifican el conflicto o se apoyan en él en su ficción argumentativa) en el desarrollo de la arquitectura como campo de conocimiento —y no sólo de desempeño.
Al margen de esto, me ha interesado como denominas el espacio para la innovación o desarrollo de posibilidades por explorar como «espacio residual sin categorías». Los espacios de búsqueda que me han interesado en los últimos diez años se sustraen a su catalogación en función de las categorías al uso, pero no puedo decir que sean espaciosamorfos, sin categorías o sin atributos. Los relatos de las producciones culturales, del comisariado a la crítica (entendida como reflexion productiva, como teorización y no sólo como juicio de valor) serían más eficaces e incluisvos -también más difíciles, eso no lo pongo en duda- si partieran de taxonomías dialógicas en vez de redundar en los conflictos entre categorías enfrentadas y estancas.
Qué bien sintetizado y expresado. Lo comparto plenamente, Paula.
Sólo añadiría un par de cosas: la extraordinaria dificultad a la que se enfrenta el «modo tradicional» para librarse de inercias adquiridas, hipotecas financieras, esclavitudes burocráticas y parásitos an-arquitectónicos (pasajeros que no molestan a los «modos nuevos»), por un lado, y por otro, la necesidad de que ambos sistemas reflexionen sobre la producción real y total de «la arquitectura», y asuman (asumamos) su parte de responsabilidad.
Estos dos modos de hacer los podríamos aceptar todos como arquitectura-arquitectura, como hacer honesto, pero sobre el 90% de lo que se construye, planifica y gestiona hoy en «la arquitectura», nadie se quiere hacer responsable, le dedicamos el desprecio y la ironía y seguimos aplicando el slogan de que «eso no es arquitectura, es promoción o construcción», y por ahí.
Los dos modos de hacer honesto que describes, hoy, por desgracia, siguen siendo minoritarios y con poco peso en el conjunto producido. Que finalmente, es el que le llega al ciudadano.
Gracias Fernando, lo de la inercia es un gran tema, aunque no creo que nadie se libre de ello, ¿a qué te refieres con parásitos an-arquitectónicos? El otro gran tema, la mediocridad de lo que se hace, forma parte de un problema tan amplio que no se puede afrontar, creo yo, sin cambiar algo mas profundo -nuestros proyectos de vida.
Sobre los dos modos, en realidad lo que reclamo en el post es que hablemos de arquitectura superando esta distinción entre modo tradicional y nuevo, conservador y alternativo. Pienso que la diferencia radical entre ambos es una ficcion cultural, la cual responde a intereses distintos de los de la arquitectura en si, como campo de conocimiento y herramienta util a la sociedad. Al margen de que las ficciones participan de e influyen en los hechos «reales», entiendo que existen realidades en arquitectura que no encajan en los relatos oficiales y que llevan mucho tiempo desatendidas. La imagen social de la arquitectura y su relevancia como construcción cultural se empobrecen al ignorarlas, por ello reclamo la importancia de elaborar otros relatos que superen estas distinciones. Tambien confieso que llevo tanto tiempo escuchando el argumento de lo nuevo y lo viejo que ha llegado a aburrirme y cansarme. Sino mas responsables y creibles, hagamos al menos relatos del estado de la arquitectura más divertidos, más intensos, más sugerentes…