Hace unas semanas, camino de la estación de bus en un día gris leía el artículo de Brijuni arquitectos, Nostalgía. En él reflexionaban, entre otros temas, sobre las formas y el placer de viajar, una temática y título muy apropiado para las horas que vendrían a continuación.
Una vez sentado en mi asiento, por suerte, pude disfrutar de una cierta tranquilidad y, así, reflexionar sobre lo leído. Este artículo me llevó a realizar un ejercicio análogo de introspección personal; una labor saludable y que conviene realizar de cuando en cuando.
Durante ese recorrido retrospectivo comprobé cómo uno ha cambiado la forma de realizar los viajes, de disfrutarlos pero sobre todo de compartirlos. Uno se hace… ¡Qué sabios son los padres!
Ese repaso me condujo al que creo que es el origen de esa fuerte necesidad de viajar, o por lo menos de intentarlo, fue cursar la carrera de arquitectura. Ahondando un poco más, uno de los causantes de tal vicio fue el constante machaque desde el primer año de los múltiples profesores que te insistían en visitar las diferentes obras. Siempre bajo la premisa de visita obligada, lo que conllevaba que al final del año lectivo tenía una lista… inalcanzable. Esta premisa no la comprendí hasta que años más tarde alguien tuvo a bien decirme
“el arquitecto proyecta sobre la arquitectura que ha vivido o mamado“.1
El otro, son las historias épicas y emocionantes de los largos viajes que narran los grandes maestros, y no tan grandes, plasmadas en los diferentes artículos y libros que nos han llegado.2
Con este equipaje había realizado mi primer a viaje, había sido a Barcelona con unos amigos.
En nuestras mochilas portábamos cámaras, guías, libretas, lápices y pilots -punta fina ¡naturalmente!!-. Como no podía ser de otra manera, la primera y obligada visita había sido al Pabellón Alemán de Barcelona. Después de años de estudio y dibujo, por fin, lo tenía delante de mí. Pero mi primera impresión había sido… ¡Es enano!
A pesar de esa pequeña decepción3 no me impidió hacer innumerables fotografías y unos cuantos croquis de viaje, lo que hizo reconciliarme un poco conmigo mismo y con el gran maestro.
Me pasé el resto del viaje frustrado sin disfrutar de la ciudad pero ya podría decir “!yo estuve allí!”… menudo desastre.
En los sucesivos viajes la carga de las mochilas fue aligerándose, no sólo por la aparición de las nuevas tecnologías, que también, sino por reducir considerablemente las largas listas de visita obligada y sustituirla por el vagar y disfrutar de la ciudad, pueblo y/o territorio en cuestión. Así “nos paramos y podíamos palpar la piel del tiempo”,tratando de emular a Perec en la Plaza Saint-Sulpice.
Ese sosiego que adquieres con los años, ese cúmulo de experiencias vividas a lo largo de esos viajes, te invita a realizar un caminar atentopara encontrar lo que uno busca4 mientras disfrutas de cómo se desarrollan y se viven esas imponentes arquitecturas que uno tanto admira.
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Decálogo provisional para viajes de arquitectura. José Ramón Hernández Correa en arquitectamos.
Después de la entrada anterior me he quedado con ganas de exponer algunos principios a tener en cuenta en los viajes de arquitectura. Quería hacer un decálogo, pero sólo me han salido nueve puntos. No se me ocurren más, y no quiero buscar el décimo a base de ser repetitivo o de añadir algo superfluo.
Vaya por delante que yo he viajado poco, pero creo que en ese poco he cometido todos los errores posibles, y por eso me atrevo a pediros que no los cometáis vosotros.
Allá van mis sugerencias. […]
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