Imagen de la conferencia de Patrick Schumacher en la Saudi Design Week en el auditorio del KAPSARC building del estudio de Zaha Hadid.
Me gustaría hacer una breve reflexión sobre el estado actual de la enseñanza de la arquitectura donde las instituciones líderes son americanas, de lo cual se derivan muchos modelos y consecuencias. Sin entrar en el debate del asunto del negocio de las publicaciones académicas, hay otra gran burbuja promovida desde el otro lado del atlántico que es la de las acreditaciones. En principio, nadie podría encontrar maldad alguna en ello, todo lo contrario, supone una forma de convalidación y homogeneización de contenidos y por tanto de futuras competencias a desarrollar a nivel internacional, eliminando fronteras y propiciando un mercado global más flexible y ágil para los arquitectos, favoreciendo así una movilidad que en el caso español es muy deseada, cuando no casi obligatoria por desgracia.
El problema surge cuando, en la búsqueda de esa acreditación, se han simplificado los procesos hasta esquemas insoportablemente aburridos e infantiles, mientras que la burocracia de las justificaciones de los mismos a través de interminables informes de cumplimiento de objetivos de aprendizaje y sus pormenorizados porcentajes, han crecido exponencialmente ahogando a los profesores en un mar de papeles parecidos año tras año y cada vez más inútiles excepto para aquellos especialistas de la educación universitaria que revisan con lupa su contenido; un contenido, por otro lado, que en realidad difícilmente entienden pues en el fondo es específico de cada disciplina.
Finalmente, mientras todo esto sucedía, ha ocurrido otro fenómeno relevante que es el que da título a este texto, como consecuencia de lo anterior, y es que la arquitectura ha quedado en manos de profesores, y no de arquitectos. No quiero con esta afirmación negar la validez del título a nadie que lo haya conseguido y ejerza la enseñanza universitaria, si bien sí quiero mostrar mi preocupación por el hecho de que cada vez más, las escuelas se llenan de profesores cuya relación directa con el ejercicio de la profesión es casi nula ya que han accedido a su precaria plaza, a través de méritos internos como mentorazgos en el departamento o años de asistencia al profesorado, muchas veces en tareas sobre todo burocráticas y el resto meramente presenciales, que les han alejado de la posibilidad de llenar sus mochilas de conocimientos y experiencias que volcar luego en sus clases, más allá de las redundancias y resonancias producidas en el propio ambiente académico.
Es cierto que las últimas generaciones no hemos tenido fácil construir y las oportunidades en la edificación han disminuido tanto que ya ni se esperan ni mucho menos se exigen a nadie como capacitación necesaria para la enseñanza. Más aún, la arquitectura se ha redefinido y ampliado, ya sea por necesidad o por ambición, con mucho acierto, dejando a un lado el rol del arquitecto tradicional que sólo construía.
Aun así, y reconociendo las muchas posibilidades de ejercer la profesión de arquitecto desde ámbitos alejando de la pura construcción de edificios, parece difícil aceptar que áreas de la arquitectura como la construcción, las instalaciones, las estructuras y por supuesto los proyectos, puedan ser enseñadas cada vez más por profesores que no han ejercido nunca como arquitectos y que sostienen un título conseguido pocos años atrás desde el que saltaron a la enseñanza sin ninguna discontinuidad en su aprendizaje que les permitiera añadir valor práctico a sus clases.
La figura del profesor asociado, experto en la profesión que dedicaba un número pequeño de horas a la enseñanza mientras su vida profesional transcurría en estudios de arquitectura, ya fueran propios o trabajando para otros, en las diversas tareas relacionadas con el ejercicio habitual de la profesión, venía a cubrir ese hueco.
Si en España el gran número de escuelas y arquitectos egresados ha podido seguir produciendo una gran competencia y a la vez un gran número de profesores de mucho valor para la enseñanza, en otros países este efecto no se ha producido y la enseñanza universitaria está en manos de auténticos profesionales de la enseñanza.
Muchos de ellos entienden los cursos y áreas de conocimiento como cuerpos independientes que pueden ser abordados puntualmente con cierta preparación y tiempo aunque no se haya tenido ninguna experiencia profesional previa con ella, convirtiendo el conocimiento en mera transferencia de ideas adquiridas minutos antes, ideas que no han podido ser puestas en práctica antes, mucho menos filtradas, contrastadas o asimiladas por el profesor.
Me temo que esta tendencia, impuesta desde las universidades americanas y cada vez más presente en nuestras universidades en su ambición de dar a sus estudiantes un marco internacional donde desarrollarse, pueda llevarnos a una banalización de la enseñanza, al quedar ésta en manos de mercenarios.
Mercenarios serían/seríamos si el botín fuera considerable.
Hace pocas semanas tuve la tremenda suerte de que ofrecieran un contrato de docente.
Era en una provincia a varios cientos de kilómetros de mi ciudad en eXpaña.
El salario neto estaba muy, muy poco por encima de los mil euros al mes.
La dedicación era completa (37h/semana)
Y la dedicación era exclusiva… No hay lugar para otra profesión.
No tiene que ver nada con el botín, Miguel. Muchos mercenarios, en la antiguedad pero también en las guerras modernas, nunca fueron ricos, trabajaban a cambio de una recompensa mayor o menor, pero no necesariamente un botín considerable.
Queridos Brijuni, vuestro artículo, si bien interesante, me genera algunas dudas.
Aquellos profesores asociados de las escuelas españolas de los que habláis en muchos casos dedicaban escasas (cuando no nulas) horas a las preparación de sus clases. La época del «boom» en la que, según veo en vuestro perfil estudiasteis, al igual que yo, les hacía tener una gran carga de trabajo en sus estudios profesionales y el trabajo de profesor en muchos casos era una «medalla» más que colgar en sus currículum. Hay de todo, no me gusta generalizar, también tuve profesores asociados muy entregados, pero eran los menos.
Yo hoy tengo la suerte de dedicar parte de mi tiempo a la docencia y otra parte (más pequeña) al ejercicio profesional. La preparación de las clases me exige un gran número de horas que no pueden ser obviadas si quiero ofrecer una formación de calidad. Es necesario el contacto con la profesión desde las aulas, pero no tiene por qué ser directamente ejercida por el profesor, éste tiene más bien la misión de ser un vínculo entre ambos mundos.
Por otro lado, es necesario destacar la cantidad de profesores que «acogían» en sus estudios a estudiantes que por poco o ningún dinero sacaban adelante trabajos profesionales de sus profesores en jornadas interminables. Esta situación ha normalizado en nuestro entorno profesional una precarización del empleo y una disminución del valor (económico y social) de nuestras horas de trabajo.
Por estas razones en mi caso añoro muy poco la figura del profesor asociado que iba a clases en sus ratos libres y admiro cada vez más a los profesores que dedican su tiempo a impartir una formación de calidad.
Gracias por el artículo
Querido Víctor,
Leo tu amable comentario, que te agradezco, y la verdad es que lo encuentro totalmente acertado a pesar de que como dices, yo parezco estar diciendo lo contrario en el texto.
No te falta razón y desde luego que yo he vivido esa situación como estudiante y agradecería mucho si lo fuera ahora de nuevo esa dedicación del profesor actual que tiene tiempo de preparar sus clases y no ve la universidad como un pequeño rato de salir del estudio y hablar de lo que le dé la gana quizá.
Muchas gracias por recordarnos que es cierto que hay ventajas ahora con respecto al profesor asociado del que hablas.
No obstante, me pasa un poco como cuando fui arquitecto de visado una temporada en el COAM y veía cómo los compañeros de visado a veces ejercían con un celo desmedido su función porque nunca se habían enfrentado a la complejidad de la profesión ejerciéndola, y eso lo veo ahora también en algunos profesores (en realidad basándome en mi experiencia en el extranjero más bien, supongo) que realmente no son arquitectos o nunca han ejercido como tales y Víctor, créeme, por muy bien que enseñen su asignatura, lo cual es a veces hasta difícil para ellos, no dejan de hacerlo como un comportamiento estanco y aislado de la necesaria conexión con el resto de asignaturas que ayudan a entender la arquitectura como un asunto complejo y difícil de enseñar y entender si no es de un modo holístico y transversal.
Muchísimas gracias de nuevo por tu aportación, que encuentro valiosa y con la que estoy de acuerdo aún estando en desacuerdo si me lo permites y si eso es posible.
Entiendo bien vuestro punto de vista. «mercenarios», muy interesante palabra para acabar… No se si, qué se yo, Frampton, Curtis, o Rowe podrían ser calificados así por acabar solo como profesores. Pienso, no se, que tal vez dependa de la altura intelectual y de miras de esos «mercenarios»… Es un buen tema, ya lo creo.
El matiz al que apunta Santiago creo que está en que existe un perfil profesional posible desde la academia, que tiene sus gajes burocráticos igual que los tiene el visado electrónico o la declaración trimestral.
Otro matiz que yo haría es que estar en la academia no es sólo dar clases, hay muchas más cosas que hacer. Cosas con clientes reales y negociaciones explosivas. No se que tan lejos esté eso de la experiencia profesional que demanda el artículo.
Edit: por supuesto estoy hablando de buenas prácticas. Malas prácticas las hay a patadas y lo que tú denuncias se cumple a rajatabla!
Paco!!! cuánto que decir sobre todo esto!!! Yo terminé mi ciclo de luchas (por ahora), pero si realmente le interesa a alguien esto, que se interese por saber qué ha hecho el CSCAE con la obligatoria incorporación de profesionales a los Tribunales Fin de Grado (anteriores PFC) Un saludo grande!