RCR Arquitectes: “Pabellón del Baño” en Tussols-Basil (Olot, Gerona, 1995-98).
Los arquitectos estamos de enhorabuena. Y no me refiero a los españoles, ni siquiera a los catalanes, sino a todos. El premio Pritzker que ayer se anunció conceder al equipo de RCR Arquitectes supone una apuesta —esta vez sí— por la arquitectura de máxima calidad surgida desde el ejercicio de una profesión consciente de sus responsabilidades y de su trascendencia. Con el galardón a su obra se están premiando valores intrínsecos de nuestra disciplina que, desgraciadamente, han sido relegados durante años por carecer de la brillantina suficiente para lucir en nuestra “sociedad del espectáculo” como la definió Guy Debord en su célebre libro de 1967.
Concretamente, me estoy refiriendo a valores incuestionables que distinguen la obra de este trío de arquitectos —Ramón Vilalta, Carme Pigem y Rafael Aranda—, en los que se reconoce la consistencia de una obra desarrollada durante las últimas dos décadas con una raíz muy profunda en su territorio local de Olot, pero con una constante preocupación por innovar y evolucionar hacia valores universales. Ahí es donde identificaríamos sus aportaciones y logros más destacables: la búsqueda de una expresión serena de la belleza nacida del interés por trabajar con el espacio; la sensatez de la construcción apoyada en la implicación con los diversos oficios que intervienen en una obra de edificación; la orientación de una idea arquitectónica clara mediante una íntima complicidad con el cliente y los futuros usuarios; y la interpretación sensible de un paisaje natural para superar la dicotomía naturaleza versus artificio a la hora de habitar esos nuevos lugares.
No es este el foro donde diseccionar y valorar las indudables virtudes arquitectónicas de su obra. Pero quizá sí de destacar que esa consistencia ha sido alcanzada con una perseverancia y confianza en su trabajo digna de elogio. Han sabido ahondar en las convicciones propias para desplegar exploraciones hacia lo desconocido, ya sea en lo morfológico, lo tipológico o lo fenomenológico. Cada obra es parte de una secuencia que ha ido conformando una trayectoria coherente e inimitable, como es propio de los grandes talentos. La esencialidad de sus formas, la cuidada implantación en el paisaje y la condición sublimada de lo sensorial en su materialidad construida están en consonancia con esa (delgada, aunque fibrosa) línea contemporánea reservada para los espíritus más sensibles, alineándose así con posturas teóricas que podemos leer en Los ojos de la piel de Juhani Pallasmaa o en Atmósferas de Peter Zumthor.
A pesar del crecimiento de su estudio de arquitectura en los últimos años, su organización sigue conservando esa autenticidad del conocimiento directo del trabajo que se hace a diario en su taller, justo la antítesis de las dinámicas de trabajo que operan en las “multinacionales del diseño” en que se han convertido las grandes oficinas de los starchitects. Esta cualidad de trabajo en equipo de escala reducida es, en gran medida, la responsable de haber logrado mantener una identidad propia, así como de profundizar en la identidad colectiva de los habitantes de su comarca gerundense de La Garrotxa. Confiemos en que este merecidísimo premio no les haga cambiar esa dinámica y logren superarse en los nuevos retos que seguro les esperan a partir de ahora, probablemente en localizaciones más distantes geográfica y culturalmente hablando.