¡GRACIAS!
Como si de El último encuentro de Sandor Marai se tratara, se me propone una lección ¿la última? en esta mi Escuela de Arquitectura de Madrid, como colofón de mi tiempo regular de docencia de más de 40 años. Subrayo lo de mi Escuela, porque lo primero que querría agradecer ¡tanto y a tantos tengo que agradecer! es que se me concediera en la Junta de Escuela el nombramiento de Emérito por unanimidad. Nombramiento que tendrá efecto en fechas próximas tras esta jubilosa jubilación. Espero que Dios me conceda las fuerzas suficientes para seguir con entusiasmo las labores que como Emérito se me encomienden, y con las que pienso seguir sirviendo a esta Escuela.
También querría agradecer hoy, aquí, de manera pública a nuestra Universidad, la UPM, el Premio de Excelencia Docente que me concedió, como mejor profesor de la UPM. Premio que merecen, con tantos o más méritos que yo, muchos de los profesores de esta Escuela, muchos de ellos hoy aquí presentes, que pasa por ser la mejor Escuela de Arquitectura del mundo.
Y así como cuando entré en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, hace ya casi tres años, mi discurso se basó en la Belleza, en el “Buscar denodadamente la Belleza”, he querido que este parlamento de hoy trate “Acerca del disfrute intelectual”, un disfrute que se produce, precisamente, cuando se alcanza la Belleza en alguna de sus muchas manifestaciones, y de manera especial en la Arquitectura, ¡la labor más hermosa del mundo!
ACERCA DEL DISFRUTE INTELECTUAL
¿Cómo podría yo expresar cuán grande es el disfrute intelectual que me posee a veces durante los últimos tiempos? Tantas veces, algo en relación con la cultura nos toca de manera tan especial que quedamos poseídos por ese algo que he venido en llamar disfrute intelectual. Muchos de los que lean estas palabras entenderán perfectamente de lo que hablo.
Porque últimamente me sucede ese algo tan especial es por lo que he decidido escribir mis reflexiones sobre tan nada original descubrimiento. Y he descubierto que eso que llamamos disfrute intelectual, satisfacción intelectual, gozo intelectual, se produce de manera más frecuente y más especial con el paso de los años. El disfrute que me produce ahora la lectura de la Odisea de Homero no tiene ni comparación con el asombro gozoso que me produjo la primera vez que cayó en mis manos. Y ese sentimiento hondo y profundo se produce ahora con tanta frecuencia que a veces me sorprende. Es como un gozoso fulgor que te arrebata.
Este disfrute intelectual es una conmoción profunda que nos invade en señaladas ocasiones y que hace que la vida merezca bien la pena. Todos lo hemos sentido más de una vez, por motivos muy diversos. Y cuanto más avanzamos en el tiempo, cuanto mayores somos, más veces nos sucede.
Decía Platón a un joven principiante en filosofía: «Es hermoso y divino el ímpetu ardiente que te lanza a las razones de las cosas; pero ejercítate y adiéstrate mientras eres joven en estos esfuerzos filosóficos, que en apariencia para nada sirven y que el vulgo llama palabrería inútil; de lo contrario, la verdad se te escapará de entre las manos». Pues en estas coordenadas de renovada juventud es donde yo querría estar a la hora de hablar del disfrute intelectual.
Y Cicerón, en De Senectute, para poner un ejemplo de la “esperanzada alegría” que debemos tener cuando avanzamos en el tiempo, nos haba de cómo “Catón empezó a estudiar la lengua griega a edad avanzada”.
MEMORIA
Sé bien que todo esto es en gran parte debido a la memoria. Al pasar los años nuestra memoria se va llenando de tal modo que muchas veces, a su través se produce un reconocimiento, una relación entre las cosas y los hechos, que es fuente segura de este placer intelectual. Claro que esa memoria, como si de un pozo se tratara, requiere el seguir siempre llenándola con el agua del conocimiento que requiere un tiempo y un estudio profundos. El estudio, que en la juventud era una obligación, y que con el paso de los años se convierte en un placer.
San Agustín, nos habla del espacio de la memoria, como aula ingenti memoriae. La memoria que no solo es capaz de acumular los nuevos conocimientos sino, mejor todavía, de ponerlos en relación. ¿Quién no se ha sorprendido consigo mismo cuando ha reconocido temas o ideas comunes en autores que parecería que no tuvieran nada en común? Recordar, re-cordar, es pasar el corazón, volver a poner el corazón en alguien o algo que pasó.
Y es tan claro San Agustín hablando de la memoria que no nos queda más que transcribir sus sabias palabras:
Recalo en los solares y en los amplios salones de la memoria, donde están los tesoros de las incontables imágenes de toda clase de cosas que se han ido almacenando a través de las percepciones de los sentidos.
Se desplaza la gente para admirar la cumbre de las montañas, las gigantescas olas del mar, las anchurosas corrientes de los ríos, el perímetro del océano y las órbitas de los astros, mientras se olvidan de sí mismos, y no se maravillan de que yo, al nombrar todas estas cosas, no las veo con mis ojos. Y, sin embargo, sería incapaz de hablar de ellas si interiormente no viese en mi memoria las montañas, el oleaje, los ríos y los astros que personalmente he tenido ocasión de contemplar, ni el océano del que he oído hablar, con dimensiones tan grandes como si los viese fuera.
TIEMPO
Y, antes de pasar a la Arquitectura querría hacer algunas consideraciones sobre el tiempo, que me han llevado a este buscado disfrute intelectual.
Aún recuerdo el susto gozoso aquel día en que leyendo despacito el Burnt Norton, primero de los Four Quartets de T.S. Eliot, vinieron a mi cabeza, y a mi corazón, las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre. Cuando los tuve delante, los poemas de Eliot y de Manrique juntos, hasta el orden en que se hablaba allí sobre el tiempo, pasado, presente y futuro, era el mismo. Y la pulsión también.
Y si Eliot escribe
Time present and time past / Are both perhaps present in time future / And time future contained in time past. / If all time is eternally present / All time is unredeemable.
Jorge Manrique mucho antes había escrito
Pues si vemos lo presente / Cómo en un punto se es ido / Y acabado, / Si juzgamos sabiamente, / Daremos lo no venido / Por pasado.
Que pareciera que Eliot hubiera leído las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique, que seguro que las había leído, y sentiría algo parecido al disfrute intelectual del que hablamos. Pasado, presente y futuro.
Un día encontré en Google ¡milagros del Google! La voz del mismísimo T.S. Eliot recitando su poema. Me faltó tiempo para incorporar en mis Principia Architectonica un bidicode donde es posible volverlo a escuchar. Y es una pena que no podamos hacerlo con Jorge Manrique.
Yo me atrevería a aventurar aquí que el disfrute intelectual se da precisamente cuando se produce la gozosa situación de que tiempo pasado, presente y futuro, convergen en un instante indecible. Como bien dice San Agustín “lo experimentado en el pasado puede ser revivido en el presente, lo cual posibilita una apreciación del futuro”.
Y yo caigo en la cuenta ¡a buenas horas! que la doxología menor que repetimos con frecuencia los cristianos del “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo” se cierra con un “como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos”, que es la misma manera de entender el tiempo, pasado, presente y futuro, de los poetas.
Debo reconocer que, desde aquello, no hago más que buscar y encontrar poemas y poetas que trabajan con la misma estructura sobre el tiempo. Hasta Shakespeare ha acudido a este encuentro con alguno de sus sonetos como el CXXIX. Had, having, and in quest to have extreme. Si pueden, oigan este soneto 129 de Shakespeare en la voz de Cicely Berry, la que fuera directora de la Royal Shakespeare Company. No podrán contener sus lágrimas. Y siempre, esos encuentros son motivo del disfrute intelectual del que hablamos.
La universalidad del ser humano en el tiempo y en el espacio es tan clara que no me extrañó cuando, leyendo el precioso poema “las tres palabras más raras” de Wislawa Szymborska, la maravillosa poetisa polaca, caí rendido cuando ella con toda naturalidad enuncia: “cuando pronuncio la palabra futuro, la primera silaba ya pertenece al pasado”. ¿Cómo pueden los poetas, con menos material que los arquitectos, con casi nada, tener tantísima fuerza?
ARQUITECTURA
Y aunque podríamos extendernos y discurrir por numerosos temas casi hasta el infinito, para no cansarles, he decidido entrar y terminar con la arquitectura, pues para eso estamos en un acto que remata unos años de docencia gozosa precisamente en una Escuela de arquitectura. La ETSAM, la mejor Escuela de Arquitectura del mundo según Kenneth Frampton, que ya es Doctor Honoris Causa de nuestra Universidad.
En la arquitectura podemos encontrar el disfrute intelectual en muchos momentos de los que voy a señalar los que creo son los tres momentos principales: concepción, reconocimiento y final.
El momento de la concepción, el momento del nacimiento de la idea. La idea feliz no suele ser un encuentro fortuito. Muy al contrario, suele suceder que teniendo delante todos los ingredientes, el arquitecto se pone a pensar, a investigar en una búsqueda paciente que suele dar, después de un tiempo casi siempre largo, una idea como resultado.
Es el momento que tantas veces hemos llamado inspiración. Cuando tras una batalla en nuestro pensamiento, con nosotros mismos, en la que los creadores buscamos ese algo más, capaz de sustanciar una nueva obra, aparece en un momento preciso la inspiración, el instante vibrante que llamamos inspiración, en que parece que todo se pone patas arriba, que sonaran mil trompetas haendelianas, y nos invade ese disfrute intelectual tan difícil de describir y tan fácil de reconocer. Y nace la idea capaz de fructificar.
El momento del reconocimiento de la arquitectura al visitar una obra relevante por primera vez, es también causa de un gran disfrute intelectual. Reconocer, cuando lo visitamos por primera vez, un espacio de una arquitectura que nunca vimos en directo pero que estudiamos tantas veces, a veces con pelos y señales. Se produce entonces ese disfrute intelectual de conocer sin intermediarios algo que para nosotros era tan familiar. Los arquitectos bien sabemos de eso. Nunca olvidaré la primera vez que entré en el Panteón de Roma. Lloré. Este disfrute intelectual producido por la arquitectura, tiene mucho que ver con el que llamamos síndrome de Stendhal. Este síndrome de Stendhal es una pulsión que provoca una aceleración del corazón cuando nos encontramos frente a una obra de arte especialmente hermosa.
El momento del final o casi final de una obra que hemos concebido y que hemos puesto en pie, muchas veces produce esa satisfacción intelectual..
No hay satisfacción comparable a la de, cuando la obra construida llega al punto en que aquellas operaciones espaciales que el arquitecto había concebido en su cabeza, explicado en sus textos y expresado con sus dibujos, se hace realidad. Debo confesar que nunca olvidaré la emoción que sentí al ver por primera vez la luz del sol atravesar los lucernarios abiertos en el espacio central de mi Banco de Granada. Lloré sin recatarme como un niño, como Ulises al oír el canto del aedo. No es solo que allí entrara, real, material, la luz sólida, era algo mucho más fuerte. Aquella luz, en lento movimiento ponía en tensión aquel espacio y lo hacía sonar divinamente, como lo hace la música cuando el aire atraviesa el instrumento musical. Era la Historia misma de la Arquitectura que en mi memoria me traía allí presentes los episodios relacionados con éste, y que tantas veces había estudiado.
Cuando mi madre hacía un flan, todo era fiesta en casa. Y antes de sacarlo del horno, hecho al baño María, asistíamos los niños a la ceremonia de la introducción en aquel líquido a punto de cuajar, de la aguja metálica de hacer punto. Si salía manchada, era necesario esperar todavía un poco, todavía estaba líquido. Pero si salía limpia ¡qué limpia salía! era señal de que aquello había cuajado. Y todo era allí fiesta. Y los niños aplaudíamos.
Así me pasa ahora con mis obras. Y si he contado la experiencia de una obra como la caja de Granada, que lleva ya en pie varios años, no puedo dejar de traer aquí mi última experiencia recién cerrada. En un momento dado, ante mí, un espacio que podía, que iba a quedar maravilloso: el espacio principal del Polideportivo para la Universidad Francisco de Vitoria, cuando estaba a punto de cuajar. Estaba casi todo, pero todavía había que esperar un poco para que la aguja saliera limpia. La estructura, preciosa, estaba ya toda pintada de blanco. Las dos paredes translúcidas a norte, daban una luz maravillosa. Las dos paredes a sur, por dentro y por fuera blancas, reflejaban y matizaban esa luz blanca también maravillosa. El resto de los elementos, todos, también blancos. Yo me lo imaginaba todo con una luz extraordinaria. Como si de una boîte a lumiére se tratara, que lo es. Y cuando todo se terminó, hace muy poco, la aguja salió limpia, indicándonos que el flan había cuajado. Entonces ese disfrute intelectual del que estamos hablando, nos invadió a todos.
Porque, bien lo sabemos los arquitectos, cuando una obra se alza y recibe la luz, como un instrumento musical recibe al aire, y suena, se produce un disfrute intelectual muy difícil de describir.
FINALE
Y vistas la Memoria, el Tiempo y la Arquitectura, podríamos seguir hasta el infinito con cada una ¡tantas! manifestaciones de la creación artística capaces de producir ese bien hallado disfrute intelectual.
Y me gustaría terminar de la mano de la Música. Se cuenta de Haendel que muchas mañanas, cuando su criado le llevaba el chocolate humeante, se encontraba al maestro en lágrimas, con las lágrimas caídas sobre el papel, emborronando las notas recién escritas, y cómo el criado se quedaba parado y el chocolate se quedaba frío. No me cabe la menor duda de que el maestro se encontraba en pleno trance, en un momento de pleno disfrute intelectual. Quizás por eso, cuando escuchamos el Rejoice Greatly del Mesias de Haendel, no podemos más que sentir ese disfrute, ese rejoice intelectual. Un disfrute que se produce, precisamente, cuando se alcanza la Belleza en alguna de sus muchas manifestaciones, y de manera especial en la Arquitectura, ¡la labor más hermosa del mundo!