ana asensio

El maestro

Últimamente veo a menudo escrita la palabra ‘maestro’ como apellido de algunos arquitectos. Eso me hizo preguntarme por el concepto de ‘maestro’, y buscar ejemplos aquí y allá. Así, vi muchas pelis de artes marciales, leí libros de filósofos, e incluso algunos fragmentos de leyendas, o pasajes de la Biblia. Quería saber qué tenían en común, a lo largo de la historia y la literatura, del cine y el pensamiento, los maestros. Y entonces, podría pensar cómo aplicarlo a un arquitecto.

Un maestro primero tiene que haber tenido una trayectoria, desde aprendizajes duros, hasta el perfeccionamiento más absoluto. Entonces, casi asemejando la maestría con la vejez, o simplemente, la iluminación, un maestro puede transmitir sus enseñanzas. Para mí, esa iluminación no tiene nada que ver con la vejez, pero sí con el poso de los años, en los que se ha tenido que fraguar una virtud: la integridad. La integridad es la única manera de dar ejemplo, y todos sabemos, que para dar una enseñanza, antes hay que dar ejemplo. Integridad a lo largo de los años, no corromperse, mantener la esencia. Sin integridad, no hay lecciones que dar.

El maestro es capaz de volcar su saber de años en una sociedad presente, cambiante, distinta de aquella que conoció en el largo camino hasta el conocimiento que ahora posee. Porque todo es impermanente y ninguna enseñanza pervive si sólo se puede aplicar en un contexto que no existe.

Pero, por supuesto, el maestro valora su pasado, y a los que estuvieron antes, igual que valora el futuro y las generaciones que vienen, pues de ellos será el tiempo allende.

El maestro es un sabio, pero al mismo tiempo es humilde, y no necesita de la idolatría, ni le consume el ego, ni se pierde en un discurso superficial, ni tergiversa y vuelve fútil la realidad.

El maestro es honesto, y sus enseñanzas pueden venir a través de la palabra, o de los hechos, pero siempre, con transparencia: palabra sin discurso sermoneador, hechos sin maquillaje de la realidad. Porque el maestro es un gran observador, y no se ciega por banalidades ni aguarda opiniones.

El maestro es un sabio, pero no considera a los demás ignorantes. El maestro no tiene seguidores, sino el profeta. El maestro tiene aprendices. El maestro con sus aprendices puede ser duro, estricto o exigente, pero al mismo tiempo es paciente, porque, realmente, lo que hace es poner su tiempo, como un servicio real a los demás. El maestro no es un maestro para que lo llamen maestro.

En las escuelas de arquitectura se está formando otra generación. En las lecturas de revistas, blogs, bitácoras, twitters y tumblrs. Nos estamos formando aprendices observadores y generadores, nacidos durante una crisis económica, durante un cambio de paradigma, sensibles a una sociedad más global, a un usuario que no es llamado sólo cliente, a una naturaleza que no es sólo entorno.

Tenemos profesores y maestros, arquitectos estrella y estrellados, arquitecturas humildes y sabias o pretenciosas y desubicadas. Tenemos a muchos, muchos ‘viejos maestros’ ciegos a todo ello, que se desmoronan ante nuestros ojos porque parecen no conocer el mundo, ni la profesión, de hoy.

Un arquitecto nunca debe considerarse por encima de la sociedad ni de su profesión, ni de los aprendices para los que se transmite el legado, por muchos años que cumpla. Igual que el CTE es para todos, la ética e integridad, también.

Hay arquitectos que nunca tuvieron que dar un sermón sobre qué es buena arquitectura, qué es un buen arquitecto, sin banderas ni ejemplos autorreferentes. Su obra hablaba por sí misma, sus alumnos aprendían de la potencia de sus palabras, y los que no eran sus alumnos, por los susurros que su presencia dejaba en el aire. Hay arquitecturas que nunca tuvieron que ser explicadas para ser comprendidas, y arquitectos que nunca tuvieron que ser elogiados para causar admiración. Por eso, cuando se está ante un maestro real, el aprendiz lo sabe, y simplemente, calla.

Dedicado a Antonio Jiménez Torrecillas, un maestro humilde, prudente, y eterno.

Por:
(Almería, 1986) Arquitecta formada entre Granada, Venecia, Londres, Santiago de Chile y Madrid. Especializada en memoria y arquitectura popular (tesina de investigación, UGR), Asentamientos Humanos Precarios y Habitabilidad básica (postgrado UPM), realiza un activismo por investigación, documentalismo, divulgación y acción cultural, especialmente centrada en la experimentación arquitectónica, la cultura contemporánea y el medio rural.
  • Manuel Saga - 23 julio, 2015, 20:54

    De cualquier proceso de crecimiento y maduración se suele decir que «el hijo mata a su padre» y que «el discípulo mata a sus maestros».

    En mi opinión un maestro no se define por que debamos de acuerdo con todo lo que hace o representa, no es alguien idolatrado, es alguien a quien acabamos superando. En ese proceso de superación, de aprendizaje y distanciamiento simultáneo, nos convertimos en personas adultas. Un maestro no es necesariamente alguien siempre admirado, un ídolo o una figura a seguir, es sustrato rico en sabiduría, formado muchas veces por los restos de las cosas que ya pasaron.

    Ningún maestro es eterno, ni en la vida, ni en la profesión. Que no lo sea en lo segundo no debería representar nuestro desprecio.

    En este sentido, tu escrito tiene dos nombres propios, aunque el primero no lo hagas público. Ambos para mi grandes arquitectos, me considero como tú mucho más distanciado del primero que del segundo. Quisiera compartir una memoria: Recuerdo cuando estaba comenzando la carrera, el primero vino a dar una charla al Colegio de Arquitectos de Granada. Estaba tan llena la sala de conferencias (la antigua) que a un grupo grande de estudiantes nos sentaron en el patio, frente a una pantalla gigante. Lo primero que vi por esa pantalla fue a Antonio Jiménez Torrecillas acercarse a este señor. Ambos se dieron un abrazo enorme, de esos que sólo se dan los amigos de verdad, sin verguenza ninguna, delante de todo el mundo. Fue como ver colisionando dos mundos aparentemente ajenos.

    Eso para mi es una lección de vida que otorga sin lugar a dudas el título de maestro.

  • Ana Asensio - 23 julio, 2015, 21:20

    Hola Saga!

    En mi opinión ‘el maestro’ debe efectivamente darnos la ambición de superación, aunque en absoluto lo veo un fin en sí mismo. Somos más bien esponjas de todo lo que sabe, y de ese poso del que hablamos, aunque después podemos tomar caminos muy diferentes. No creo que sea algo así como el Califato de Córdoba bebiendo de las bases romanas para después construir sobre sus restos. Espero no aspirar a eso, la verdad.

    Por otra parte, no siempre el hijo supera al padre, o el aprendiz al maestro, aunque no veo mucho interés en discernir entre ambas opciones. No es mejor una u otra, lo que me parece interesante es precisamente ese momento de transmisión de conocimiento, y cómo se hace.

    Respecto a lo de que ningún maestro es eterno, discrepo. Los hay, sean ellos o la representación de lo que han sido, que sigue dando enseñanzas a posteriori. Es increíble cómo podemos sorprendernos de enseñanzas que algún filósofo dio hace siglos, y que sean 100% aplicables hoy en día. O las palabras de algún político de hace un siglo, y que encajan en nuestras situaciones cotidianas de hoy, porque la humanidad, en su más básica presencia, no cambia tanto. Porque llegaron a la misma esencia del ser y de la observación. No son los 5 puntos de la arquitectura, no se trata de teorizar y ver si sobrevive, sino de llegar a la esencia.

    Y finalmente, respecto a lo de los dos nombres propios, público o ‘oculto’: no sé si es una acusación, una osadía, o cuál es el objetivo de ese ‘apunte’. Hay un nombre propio, y es a quien se dedica esta reflexión. Puedes ver reflejadas en las palabras al ‘maestro’ que más te apetezca ver, pero eso no significa que sea lo que yo haya escrito.

    He visto la palabra ‘maestro’ al lado de demasiadas personas. Hace unos años ‘Koolhas’ era un ‘maestro’, y años atrás otros, que yo nunca he comprendido. He estudiado a lo largo de demasiados años en las ETSAS, y cuando querían recalcarme el nombre de algún arquitecto, y hacerme asumir sus enseñanzas como doctrina, ponían delante la palabra ‘maestro’. A día de hoy me siguen diciendo el ‘Maestro Corbu’, mientras yo he recibido enseñanzas mucho más valiosas, penetrantes y, para mí, eternas, en personas mucho más anónimas.

    Este texto es una reivindicación de las enseñanzas verdaderas desprendidas de los ropajes de lo mediático, de lo idolatrado, que lo puedes representar con Campo Baeza como sugieres o con quien más te guste, ya que eso es parte de la interpretación del texto, pero te agradecería que ni tergiversaras mis palabras, ni le dieras un sentido al texto que yo no he dado, con un juicio de ese tipo.

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