Por: Beatriz Gutiérrez Miguélez
Desde: Colección arquia/temas
Imagen: El Grupo R preparando la exposición de las Galerías Layetanas de Barcelona en 1952. Fotografía de Francesc Català Roca.
Coleccionar fotografías es coleccionar el mundo.
[Susan Sontag: Sobre la fotografía]
Desde que la fotografía comenzó a extenderse en 1839 se convirtió en un medio de representación y comunicación esencial que ha servido de testimonio de la humanidad; testimonio de la vida, de las costumbres y, por supuesto, de la arquitectura. Esta imparable producción fotográfica ha permitido que hoy dispongamos de una enorme documentación que se encuentra custodiada en lo que podríamos llamar cajas de la memoria: archivos, bibliotecas, museos y otras instituciones de carácter cultural.
Las imágenes se han convertido en nuestra mejor memoria visual y constituyen un patrimonio muy valioso para entender tanto el pasado como el presente del mundo en que vivimos. Como apuntaba Publio López Mondéjar en su discurso de ingreso a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando:
Las ciudades, los monumentos, los objetos y personajes fotografiados a lo largo de los años han ido desapareciendo, pero sus imágenes permanecen inalterables gracias al milagro de la fotografía, que alcanza así su cualidad de certificado utilísimo del pasado, de una credibilidad y fidelidad superior a la de cualquier otra forma de expresión.1
Su valor informativo y documental queda fortalecido también en muchos casos por su valor artístico y por su valor sentimental, lo que convierte las fotografías en verdaderos tesoros. Todos estos atractivos intrínsecos a las imágenes justifican su importancia como documentos que hay que estudiar y conservar, y por extensión, la importancia y necesidad de los archivos como contenedores de dichos documentos fotográficos.
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