Derecho de admisión
Asistentes al VI C.I.A.M Conference (1947, Bridgwater, Somerset). Fuente: RIBA Collections.
Hace algunas semanas se hicieron públicas las propuestas candidatas a formar parte de la XIV BEAU, 1 entre cuyos autores se encuentran numerosas figuras reconocibles del panorama arquitectónico nacional. Y también Reyner Banham.
No se alarmen. Banham no se ha levantado (aún) de su tumba para ofrecernos una revolucionaria teoría sobre el diseño en la “First Digital Native Age” o para echarnos una reprimenda por sus resultados arquitectónicos. La obra nominada es una traducción del clásico Los Angeles. The Architecture of Four Ecologies, 2 pero el imperfecto formulario de inscripción ha provocado la omisión del verdadero candidato, el editor Moisés Puente, y la resurrección accidental del crítico británico.
La paradoja es que hoy hubiera sido difícil que alguno de sus propios trabajos fuera candidato a un reconocimiento similar, o se difundiese a través de algunas de “nuestras” publicaciones arquitectónicas. Porque el principal escollo no iba a ser ni el interés de sus textos ni el que llevase décadas sin dar señales de vida, sino el no ser, formalmente, un arquitecto.
Con demasiada frecuencia se leen convocatorias que parecen considerar no solo que los arquitectos somos los únicos autorizados para hablar sobre arquitectura, sino incluso que, reavivando debates que creía superados, deberíamos hacerlo utilizando únicamente aquellas herramientas que para algunos nos definen como tales. “Frente a derivas endogámicas… una revista en la que solo los colegiados podrán escribir” leíamos recientemente en una publicación históricamente relevante para la arquitectura española. “Dirigida a arquitectos, estudiantes, investigadores y profesionales relacionados con el proyecto y la realización de la obra de arquitectura” podemos leer en muchas otras. 3 Reflexiones sobre arquitectura, de arquitectos, por arquitectos y para arquitectos, en las que la afiliación o titulación de los autores aparentan ser más relevantes que el interés intrínseco de las aportaciones.
Llevamos tiempo hablando de la necesidad de una aproximación multidisciplinar a la arquitectura, de una interferencia entre perspectivas que, sin embargo, en ocasiones es malinterpretada desde el limitante punto de vista de unos arquitectos omniscientes cuyo único objetivo parece ser seguir divulgando para sí mismos, manteniendo inalteradas unas barreras que, lejos de protegernos, nos aíslan artificialmente de lo que sobre la arquitectura se habla, opina y analiza en otros campos del saber. O en una sociedad a la que, a la vez que solicitamos mayor atención sobre nuestra disciplina, negamos el debate sobre la misma.
Parecemos huir del mismo diálogo que reclamamos como fundamental, quizá temerosos de una inevitable confrontación entre el cómo nos vemos y cómo nos ven, entre lo que nos gustaría ser y lo que realmente somos o podemos ser. Un diálogo sin el que es difícil explorar esos espacios en los que suele suceder lo más interesante de cualquier disciplina, sus difusas fronteras, y en el que quizá se encuentre el futuro de la arquitectura. Pero nos cuesta reconocer que esta no nos pertenece, y que su futuro no depende únicamente de nosotros mismos, sino también del lugar que “los otros” reserven para ella.
Un lugar cuya existencia con frecuencia preferimos ignorar.