Los nombres de la precariedad

Hans Hollein en su oficina móvil, 1969, Fotografía, 1969, Museum der Moderne Salzburgo.

Es importante cómo llamamos a las cosas. Nombrar algo, identificarlo a través de fonemas o de símbolos escritos, forma parte de nuestro proceso de comprensión evitando que sea el misterio de lo no nombrado lo que nos controle.

El lenguaje se convierte así en una herramienta política de primer orden.

Lo es tanto cuando se ajusta a la realidad como cuando pretende disimularla o peor aún, categorizarla para desactivarla. Las etiquetas, tan útiles en ocasiones cuando sirven de guía, se convierten en peligrosos instrumentos de censura cuando su objetivo es, antes al contrario, reducir la complejidad de lo categorizado a una calificación banal.

En el capitalismo comodificado y cognitivo el poder metaboliza con extrema facilidad y rapidez aquello que le molesta y etiquetar hasta la simplificación absoluta es parte fundamental de ese proceso de digestión.

Atendiendo a este criterio, ¿Qué representa para los arquitectos el término ‘trabajo’?

Tener un trabajo, mi primer trabajo. Revisando literatura especializada, redactada por arquitectos –muchos de ellos profesores-, dirigida a la profesión o a los futuros egresados, descubriremos que el término ‘trabajo’ se asocia comúnmente al de ‘proyecto’.

Ocurre así por ejemplo en el libro de 1995 Arquitectos, una profesión con futuro 1, de Alfonso Muñoz Cosme. El capítulo El primer trabajo, no trata sobre el primer salario o la incorporación al mercado laboral, sino sobre el primer proyecto propio, el primero del que reconocemos la autoría.

No aparece en el texto otra opción. Incluso, pese a dedicarse un capítulo novelado a la trayectoria de varios arquitectos (desde el funcionario a la joven arquitecta recién egresada), todos ellos –también el funcionario- ejercen la profesión liberal. La identificación de ‘trabajo’ y ‘proyecto’ parece aún más evidente.

No es esta unicidad de significado la única singularidad asociada a nuestra profesión. Las empresas suelen ser ‘talleres’ o ‘estudios’ pero jamás ‘oficinas’ o ‘sociedades’ a pesar de serlo formalmente.

El término ‘taller’ es especialmente gravoso, pues retrotrae a un concepto gremial del trabajo sustentado en lo que Ricardo Aroca define como «Jugar a ‘maestros’ y ‘discípulos’»2: el intercambio de formación por salario en vez de la relación normal entre empleados y empleadores –términos que tampoco se utilizan- a la que no es ajena esa formación entendida como inversión.

La profesión de arquitecto suele definirse como ‘profesión liberal’, sin embargo, la realidad estadística de los arquitectos españoles superó esa categorización en la década de los 70 en la que la evolución numérica del sector hacía más apropiado el término ‘profesión de servicio’.

Este cambio de concepto hubiera podido modificar la asociación inmediata de ‘trabajo’ y  ‘proyecto’ propiciando la superación de un modelo mayoritariamente individualista de arquitectos/creadores que se alejaba de la realidad económica a la vez que estrechaba, peligrosamente, los márgenes del mercado profesional.

Las décadas venideras verán una profesión en la que el porcentaje más alto de arquitectos serán asalariados. Trabajadores. Empleados. Serán quizá, en los términos empleados por Peggy Deamer 3, Inmaterial labor (mano de obra de trabajos inmateriales), pero no caben muchas dudas al respecto de que la identificación trabajo / proyecto y la mística asociada a la misma deben evolucionar.

Lo mismo sucede con los talleres, demasiadas veces sweatshops, y las empresas. Con los interns y los trabajadores asalariados, con los empresarios y los ‘maestros’, con quienes hablan de «trabajadores altruistas» cuando en realidad hablan de trabajadores precarios.

El primer paso para vencer nuestros miedos es poner nombre a lo que nos asusta, a lo que nos atenaza. A lo que nos lastra. La precariedad, como bien afirma Remedios Zafra 4, es vida pospuesta y debemos, siempre, llamarla por su nombre.

 

 

Por:
(Almería, 1973) Arquitecto por la ETSAM (2000) y como tal ha trabajado en su propio estudio en concursos nacionales e internacionales, en obras publicas y en la administración. Desde 2008 es coeditor junto a María Granados y Juan Pablo Yakubiuk del blog n+1.

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