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Es interesante comprobar como los postulados de Loos están en crisis actualmente en virtud de una reconfiguración total del concepto de la intimidad. Esto es demasiado largo de contar como para hacer otra cosa que apuntarlo.

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Que sí, que se llamaba Café Museum, pero es que este nombre es tan bonito… ¿Os habéis fijado la precisión con la que los detractores van nombrando edificios y movimientos artísticos? Al azar: Impresionismo, Modernismo, La Pedrera o el café que nos ocupa.

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Un laberinto literal. Han construido paredes a una altura convencional de promotor malo para producir un recorrido errático y lioso, paredes que se dan de patadas con el espacio preexistente. Y no contentos con eso han metido doseles en los compartimentos, doseles siempre iguales cuando estamos ante un arquitecto que quiere particularizarlo todo.

Exposición y delito

Imagen de portada: Jaume Prat

El Museu del Disseny de Barcelona exhibe hasta el 25 de este mes Adolf Loos: espais privats (espacios privados), una muestra importante por exhibir una buena cantidad de obras originales (mayormente muebles y esbozos) y por poner de nuevo en el candelero a una de las figuras claves para entender la arquitectura contemporánea. La exposición quiere mostrar dos cosas: Una, los espacios íntimos1 de Loos. Dos, cómo una vivienda puede diseñarse desde dentro hacia afuera.

Y fracasa estrepitosamente en estos dos cometidos.

 

De hecho, la exposición fracasa ya en su propio nombre: Adolf Loos: espacios privados. No se muestra ningún espacio en toda la exposición, que es errática e inconsistente en sus planteamientos. Pongamos, por ejemplo, la exhibición del Café Nihilismus 2. Loos confía la definición del espacio a la repetición: de los nervios de las vueltas, de la iluminación, del mobiliario. La exposición se limita a mostrar la bellísima factura de los muebles diseñados ad hoc sin mostrar el espacio más allá de una impresión en gran formato de la misma fotografía que podemos encontrar en Google, recurso que se va reiterando hasta que creemos encontrarnos en las páginas de un libro.

 

La muestra parece organizarse canónicamente contextualizando su época para luego empezar a patinar: no es cronológica ni temática, sino una mezcla extraña de las dos que quiere dar valor a las piezas por encima de las explicaciones. Excepto que también falla en esto: Si no te vas a sentar en una silla ¿por qué la pones al nivel del suelo? Es decir, los frisos del Partenón se bajaron al nivel de la vista para que se pudiese apreciar toda su riqueza de detalles. Si queremos hacer lo mismo con unos muebles que se demuestran incapaces de crear (en la exposición, digo) espacios por sí mismos ¿por qué éstos no se elevan hasta la altura de la vista descontextualizando las sillas de su función de sentarse para poder apreciar mejor todos sus bellísimos detalles?

También hay errores: se muestran dos videos, un minidocumental sobre la casa Müller y una recreación de la casa de Josephine Baker en unos monitores demasiado pequeños. Los sonidos se mezclan creando una cacofonía verdaderamente molesta. La recreación de la casa de Josephine Baker es, sencillamente, el horror: parcial, vulgar, mal hecha, con unos espantosos render que muestran el espacio desnudo sin discurso ni aditamentos ni sensualidad ni nada de lo que Loos usaba para crear intimidad.

 

La exhibición desprecia dos cosas: una (la peor), el raumplan, un encadenamiento de espacios producido a base de variar niveles de suelo y alturas de techo, principal recurso de Loos a la hora de crear intimidad.

El segundo desprecio es por la tecnología. Exhibir raumplan es técnicamente complicado. La tecnología podría ayudar, desde el cine convencional a la realidad aumentada o a cualquier otra cosa que se me escape. No se usa nada de esto.

 

Y, por último ¿dónde estamos? La exposición se exhibe en el Museu del Disseny. Del diseño. Cierto que está pensada para su iteración (sin ir más lejos viajará a Madrid), por lo que su diseño es estándar y no se adecua a la bellísima sala donde se ubica, con unas cualidades excepcionales de exhibición que la exposición niega. Muchos de nosotros somos arquitectos con un grado de información importante sobre Adolf Loos, de modo que nuestro consumo de la exhibición se limita a descubrir aquel detalle que no conocíamos o a disfrutar de los magníficos muebles exhibidos. Temo que el público general la encuentre incomprensible: estamos ante una oportunidad perdida para contar su obra o, peor todavía, ante un instrumento de desinformación.

 

No obstante recomiendo su visita porque a veces hay que reivindicar el valor de lo mal hecho: una mala museización, un laberinto3 con tesoros escondidos por rincones agudiza el ingenio y te predispone a tratarlos como tesoros cuando finalmente los encuentras.

Sólo puedo preguntarme qué ha pasado para que en esa especie de santuario del diseño hayan fallado así todos los mecanismos de control.

Notas de página
1

Es interesante comprobar como los postulados de Loos están en crisis actualmente en virtud de una reconfiguración total del concepto de la intimidad. Esto es demasiado largo de contar como para hacer otra cosa que apuntarlo.

2

Que sí, que se llamaba Café Museum, pero es que este nombre es tan bonito… ¿Os habéis fijado la precisión con la que los detractores van nombrando edificios y movimientos artísticos? Al azar: Impresionismo, Modernismo, La Pedrera o el café que nos ocupa.

3

Un laberinto literal. Han construido paredes a una altura convencional de promotor malo para producir un recorrido errático y lioso, paredes que se dan de patadas con el espacio preexistente. Y no contentos con eso han metido doseles en los compartimentos, doseles siempre iguales cuando estamos ante un arquitecto que quiere particularizarlo todo.

Por:
(Barcelona, 1975) Arquitecto por la ETSAB, compagina la escritura en su blog 'Arquitectura, entre otras soluciones' con la práctica profesional en el estudio mmjarquitectes. Conferenciante y profesor ocasional, es también coeditor de la colección de eBooks de Scalae, donde también es autor de uno de los volúmenes de la colección.

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