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Los Arquitectos no existen.

 

La de Arquitecto es (en parte, como ahora veremos) una profesión regulada. Esto es, requiere de una serie de condiciones para poder ejercerse. Esta habilitación proviene en la actualidad de la obtención de un título que se ha dividido en dos periodos formativos.

Hemos pasado, así, de una carrera de seis años más fin de carrera (plan 75) a una de 5 años más fin de carrera (plan 96 y, en algunos casos, plan 2.000) a la estructura actual de 5+1 en la que los primeros 5 años suponen la obtención de un Grado y el año extra es un Máster habilitante que constituye esa condición regulada que señalábamos.

 

Es aquí donde la terminología se vuelve difusa o, por ser preciso, donde el empleo de términos que proceden de otros momentos históricos y otros procesos laborales y formativos resulta discordante con la realidad.

El concepto de ‘ejercicio profesional’, heredado y exclusivamente asociado a la habilitación, unifica de forma simplista el desarrollo laboral de los profesionales con la dedicación al ejercicio liberal entendido, por lo general, desde la perspectiva del redactor de proyectos de edificación. Lo cierto es que, ese ejercicio profesional es infinitamente más amplio y que la habilitación responde, únicamente, a los parámetros establecidos por la LOE (Ley de edificación).

La condición binaria que llevaba a una denominación única —Arquitecto o nada— ya no es tal. Ya no hay ‘Arquitectos’. Hay Graduados en Arquitectura y Másteres en Arquitectura (estos últimos emplean el título tal y como lo conocíamos, más por costumbre que por otra cuestión) y ambos pueden desarrollar un ejercicio profesional satisfactorio, completo y honesto sin establecer entre ambas titulaciones un absurdo —e impostado— concurso de méritos, intentando responder a la absurda pregunta “¿Quién es más arquitecto?”.

Esta asunción de lo que es —hace años— una realidad, supone un reconocimiento lingüístico y mental clave para alcanzar una profesión ampliada, necesariamente inclusiva y —por fin— consciente de una dimensión económica que tradicionalmente tiende a despreciarse. Es tan ejercicio profesional el que desarrollan los Graduados en Arquitectura, cuyo interés puede pasar por no firmar jamás un proyecto, como el que puedan llevar a cabo los Másteres que se decanten por esta última opción. Todos son necesarios.

 

No pretende este artículo obviar la fuerte conexión emocional y vocacional que la profesión posee (ni tampoco olvidar las consecuencias de su abuso, ya tratadas en esta serie).

Sin embargo, estas posiciones simplificadas pueden —deben— hacerse más complejas y matizarse a lo largo de un periodo formativo necesariamente aperturista del que se destierre esa unicidad exclusiva profesión-proyectos.

Aunar de esta manera la condición (el estatus, si prefieren) de Arquitecto a una sola labor resulta en una oferta de profesionales artificialmente monotemática y que sienta las bases de una precarización constante. Algo bien conocido cuando a la condición de Arquitecto asociada a la redacción de proyectos se le añade —como se ha hecho, hasta la saciedad— la conversión en curricular de las becarías o internships no remuneradas, el rito de paso, los pagos en especies (formación) o por debajo de convenio (ilegales).

Puede que los términos ‘Graduado en’ o ‘Master en’ resulten algo impostados, o excesivamente legales, pero lo cierto es que ya no hay Arquitectos. Empleemos este último término si nos resulta más sencillo, y apliquémoslo a ambas ramas, pero sobre todo entendamos su carácter amplio y expansivo y no reduzcamos nuestra profesión  a, en palabras de Ricardo Vergés, “un resto de lo que podíamos hacer ayer”.

Por:
(Almería, 1973) Arquitecto por la ETSAM (2000) y como tal ha trabajado en su propio estudio en concursos nacionales e internacionales, en obras publicas y en la administración. Desde 2008 es coeditor junto a María Granados y Juan Pablo Yakubiuk del blog n+1.

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