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Desde que en el World Architecture Festival de Berlín (2016) Patrik Schumacher propuso como solución a la crisis habitacional la eliminación de la vivienda social y la total privatización del espacio público, muchas han sido las contestaciones. Esta polémica se acrecentaría el pasado Abril, cuando el arquitecto reafirmó su postura en un artículo para el Adam Smith Institute, “Sólo el capitalismo podrá solucionar la crisis habitacional.” Incluso Sadiq Khan, actual alcalde de Londres, se ha pronunciado en contra de afirmaciones como la construcción de un tipo de vivienda social como equivalente arquitectónico de EasyJet, Subway o McDonald’s o la necesidad de eliminar cualquier tipo de regulación urbanística.
Sin embargo, la privatización de espacios públicos se viene produciendo con asiduidad en las grandes ciudades desde el último cuarto del siglo XX, resultando un tipo de espacio urbano que actualmente se conoce como “POPS,” Privately Owned Public Spaces o espacios privados de uso público. Estas áreas, ambiguamente descritas como “semi-públicas,” abarcan desde pequeños atrios de edificios, plazas o incluso parques y son el inmediato resultado del nuevo contexto económico neoliberal. Así, mientras que en Nueva York su antecedente se encuentra en la nueva ley de zoning de 1961, en Londres sería el modelo dictado por el desarrollo de los Docklands, actual Canary Wharf, durante el gobierno de Margaret Thatcher en los años ochenta, el que marcaría el punto de inflexión de los sucesivos desarrollos privados. Las ideas que inspiraron esta transformación se encuentran recogidas en el famoso artículo publicado a finales de los años sesenta en New Society, “Non-Plan,” en el cual, partiendo del descrédito de los planes urbanísticos, Reyner Banham, Paul Baker, Peter Hall y Cedric Price propusieron prescindir del planeamiento para, en un tono similar al de Schumacher, dejar a la gente conformar libremente su propio entorno urbano.1
Sin embargo, bajo el eslogan de la “regeneración urbana” se introducía un tipo de urbanización que, lejos de contagiar (“trickle down,” según se argumentaba a través de las políticas de la década) y mejorar la zona del este londinense, se cerraba en sí misma y se convertía en una de las áreas más ricas del Reino Unido en medio de una de las más pobres, Tower Hamlets.
Paralelamente al desarrollo privado de estos enclaves, surgiría este nuevo tipo de espacio público, los POPS, ya que el suelo en el que se construían estas partes de la ciudad había pasado a ser propiedad de distintas corporaciones. En consecuencia, estas nuevas plazas, zonas de recreo o paseos frente al río adquirían un nuevo estatus urbano, diferenciado del resto de la ciudad, que traía consigo unas específicas normas de uso, altos niveles de vigilancia y seguridad privada, así como una nueva subjetividad urbana totalmente ajena al cambio que se haría finalmente visible en 2011 ante la imposibilidad de organizar una protesta.
En este sentido, además de los estrictos mecanismos de control, se produce una creciente pérdida de derechos ciudadanos en unos espacios “semi-públicos” en los que ni sus normas son públicas ni el espacio es para todos, pero que a pesar de ello, se han convertido en uno de los principales modelos de desarrollo urbano. A día de hoy en Londres, además de Canada Square (en Canary Wharf), se puede encontrar entre ellos lugares tan populares como Pancras Square y Granary Square (en King’s Cross), Bishops Square (en Spitalfields), Victoria Park o Queen Elizabeth Olympic Park (herencia de los juegos de 2012) entre otras zonas, muchas de las cuales se desconocen ante la ausencia de un registro exhaustivo que las contabilice.
De este modo, durante el último cuarto del siglo XX, y bajo el amparo de una crisis que han puesto en duda la sostenibilidad económica de los espacios públicos y su costoso mantenimiento para los ayuntamientos, estamos asistiendo a una creciente privatización de las grandes ciudades que hace que nos cuestionemos hasta qué punto la propuesta de Patrik Schumacher de privatizar las calles es no ya escandalosa, sino casi obsoleta. Cada vez es más habitual el desarrollo de Londres a través de este tipo de espacios que operan al margen de cualquier política decidida de manera democrática por el ayuntamiento, impidiendo así salvar la brecha, ya señalada por Benévolo, entre programas urbanos y programas políticos y abandonando la construcción de la ciudad a las fuerzas del mercado.