Los límites del humor.
You start off by pretending you’re a dancer with grace,
You wiggle till they’re giggling all over the place,
And then you get a great big custard pie in the face,
Make ’em laugh, make ’em laugh, make ’em laugh!
Make’em laugh. Nacio Herb Brown & Arthur Freed, 1952.
Hace tiempo que sostengo que los arquitectos mantienen una imagen mitificada de sí mismos que, a fuerza de querer representar siempre a un héroe, entregado a la causa del engrandecimiento humano sin descanso, produce una acumulación excesiva de fotografías posadas hasta la astracanada y rebosantes de falsas miradas más allá del horizonte del conocimiento (que quizá sean solo presbicia).
Todos las hemos visto alguna vez. Wright fumando un pitillo con cara de ligar con las mujeres de sus client… (OH WAIT!), Gropius con el dedo en la cabeza, pensando. Gropius con los dos dedos en la cabeza, pensando el doble. La lista es interminable.
De entre todas tengo especial cariño a una imagen de Javier Carvajal sobre su mesa de trabajo. La pose es, siendo generosos, extraña. Algo acrobática y, al menos en apariencia, incomoda. Incluyo en la incomodidad el pie derecho estirado en ángulo digno de estar ejercitando los isquiotibiales y mi firme creencia en que la foto está tremendamente posada, casi orquestada (En versiones grandes, se aprecia a un personaje en el fondo contemplando la escena, lo que creo elimina la posibilidad de que sea una imagen cándida, tomada de forma imprevista).
Soy, a la vez, un firme creyente de que una de las mejores muestras de inteligencia es el humor. El aprender a reírnos de nuestros errores, de nuestra propia humanidad falible y a veces absurda. Siguiendo esta máxima hace tiempo que publico en twitter imágenes de arquitectos a las que pongo un pequeño título o una posible conversación entre los fotografiados. Fruto de esta broma traviesa, Le Corbusier ha encontrado muy difícil un sudoku y Oscar Niemeyer rellenaba una quiniela. Es un humor blanco, el que más me suele gustar, que juega con los gestos y lo mundano de lo que se describe en contrapunto con la impostura de algunas de las imágenes.
Para Carvajal, la opción fue sencilla. Se replicó un conocido meme, “Actúa normal, ahí viene el/la chico/a que te gusta” aunque en este caso el que venía era el fotógrafo de una conocida revista. Creo que era una imagen divertida, con su punto de crítica y autocrítica (yo tengo imágenes peores, créanme). Sin embargo, a un compañero (al que no seguía en twitter ni creo que él a mi) le pareció que el “pie” (aunque no lo era) era excesivo porque “el Maestro” [sic] no era nada de posturas y porque para él la imagen le presentaba «perdido en su laberinto reflexivo». Y, ¿Saben? Puede que lo estuviera, lo que no me impide pensar que igual en vez de encontrar la idea genial, encontraba una hernia inguinal.
En cualquier caso, la discusión era imposible porque nos llevaría a la siempre fútil tarea de explicar un chiste y en el proceso, hacer que pierda toda la gracia (es más imposible a día de hoy, dado que —por citar otro meme— “hemos sido bloqueado”).
En cualquier caso, creo que hay sitio para la reflexión sobre el exceso de gravedad que damos en ocasiones a nuestra disciplina o a nosotros mismos. Sobre nuestra tendencia a indignarnos por pequeñeces y sobre nuestra necesidad de hacérselo saber a los demás. Nadie niega el derecho de alguien a no encontrar algo gracioso, pero comprenderán que quiera conservar el mío a que me dé igual.
Siempre he pensado que lo contrario de divertido no es serio sino aburrido y quizá sea esa mi forma de contar muchas cosas y de mirar mi profesión. Reivindico pues la necesidad de no tomarnos demasiado en serio, de reírnos de nosotros mismos. También La de dejar de llamar “Maestros” (con mayúsculas, además) a otros arquitectos y la de no poner límites al humor.
Y, por supuesto, la de sentarnos en una mesa muy fuerte, si fuera menester y nos diera la gana.