Cabecera cortesía de Alejandra Vargas, estudiante de arquitectura de la Universidad de los Andes.
En mi aún corta vida como profesor de arquitectura casi siempre me he encargado de materias de primer semestre. Es un espacio intenso en el que tengo el privilegio de observar cómo 20 universitarios recién llegados se transforman estudiantes de arquitectura en solo 4 meses. Entonces, cuando apenas comenzamos a conocernos y coger confianza, se me van y llegan otros 20. Siempre me dejan con las ganas de seguir acompañándolos, así que al final de semestre me gusta dedicarles una pequeña reflexión. Después de haber escrito a 5 cohortes distintas, hay algunas ideas que se han quedado sonando en el aire.
El futuro pesa, no hay que cargarlo todo de golpe.
A menudo desde la comunidad docente y bloguera dedicamos cartas a estudiantes de arquitectura.
Desde ellas, planteamos los grandes debates de nuestra profesión, que ya pueden leerse entre líneas durante la etapa universitaria. Los problemas para sacar adelante cualquier proyecto, lo que cuesta la profesión, las pocas salidas laborales, etc. Tengo la sensación de que muchos de estos temas son aún demasiado lejanos para alguien cuyo título de arquitecto es aún una idea abstracta. No los dejaría de lado, pero si me tomara un cafecito con uno de mis estudiantes hablaría otras cosas.
Tu vida ha cambiado para siempre.
De lo que sí hablaría es de la transformación radical que han vivido. Descubrir la arquitectura es un ritual profundo, casi espiritual, que nos cambia la mirada. Se supone que los programas están pensados para producir ese efecto, pero la realidad es las obligaciones académicas y sus limitaciones lo hacen muy difícil. Nadie se hace arquitecto en el aula, el cambio se produce afuera. A unos les sucede rápido, antes incluso de llegar a la escuela. Otros ya lo han vivido, pero no se han dado cuenta.
Si el cambio no llega, hay que salir a buscarlo.
Los estudiantes solemos frustrarnos cuando no conseguimos que las cosas encajen y la academia nos golpea. Nos machacamos pensando que no hemos trabajado lo suficiente, lo cual a veces es cierto, pero el problema suele ser de una naturaleza distinta. La carrera de arquitectura es -o solía ser- muy demandada, así que nadie que haya conseguido estar dentro carece de disciplina de trabajo.
La clave está en avanzar en un proceso de descubrimiento que tiene tiempos distintos para cada persona. Cuando la arquitectura se resiste hace falta cambiar de contexto, bitácora en mano, y descubrir por uno mismo el mundo que queda ahí fuera. La arquitectura sucede caminando, en tránsito, en tren, en avión, en un rincón oculto, en una vista sorpresiva. Hay que perseguir a los grandes maestros, más cercanos de lo que parece, y sacarles todo el jugo posible. Toca buscar también a los arquitectos “renegados”, a los que hacen arquitecturas extrañas, no construidas, críticas, escritas, expuestas o efímeras, y preguntarles cual es el sentido que encuentran ellos en todo este caos disciplinar.
Sea cual sea tu caso, parafraseando a Pablo Picasso, la arquitectura será siempre una musa que debe pillarte trabajando.
A veces es sencilla y evidente, en ocasiones compleja y esquiva, pero sin búsqueda y cambio se te escapará de las manos. En eso consiste ser estudiante, en asir la arquitectura con fuerza y no soltarla nunca. A cambio sólo te pedirá una cosa: Aunque te gradúes y consigas tu título, jamás te acomodes. Nos haces falta con frescura y rebeldía, como cuando acabaste tu primer semestre.