Con el cadáver aún caliente y los cables de su respiración asistida sin desconectar, o quizá incluso antes, cuando aún hubiera habido alguna esperanza de reanimación, un grupo de arquitectos, ingenieros y comisarios de museo se pusieron a destinar fondos para el diseño de un sistema de transporte especial de la pieza y de un andamiaje que permitiera su ensamblaje y uso por el público. Se pusieron a pensar el título de la exposición y comenzaron a escribir notas de prensa que explicara el gran valor de la ruina rescatada por ellos y el debate tan profundo que generarán con su acción.
Hablo de la pieza de tres plantas de altura que se instalará en el Pabellón de Artes Aplicadas del Arsenale en la Bienal de Venecia que se abre en el presente mayo de 2018, hablo de un trozo de los Robinhood Gardens de Alison y Peter Smithson, que la arquitecta Liza Fior de Muf Architects, propuso al Victoria and Albert Museum adquirir para su conservación antes de que el edificio fuera demolido. Tenemos un trozo si, al menos un trozo, pero ¿De qué nos sirve?
Creo que la prisa de haber hecho este grandísimo esfuerzo logístico y circense para esta bienal, sin tiempo para llorar al difunto, es lo que más me sorprende de todo el proceso. Corremos a la bienal, volamos a gastar recursos (no tengo datos del coste total) para disfrutar del debate intelectual, mientras no hemos destinado un cèntimo, ni un segundo en luchar realmente por esas viviendas y más de 200 familias.
Sensibilizar, ayudar en la educación artística de la sociedad, debatir con la población los pros y los contras de un proyecto de arquitectura contemporánea…remangarse y salir del estudio o del aula de la Universidad no es, en general, “Our cup of tea”… se ve que lo nuestro ahora es colgar el trofeo de caza y discutir en todos los foros posibles sobre el drama de perder especies en extinción. Es muy vergonzoso.
El grito de Richard Rogers se quedaba casi solo en 2015 junto a Simon Smithson y la C20 society, cuando solicitaban públicamente que se revisara la primera decisión de Andy Burnham, ministro de cultura, de no dar al edificio ningún grado de protección.
El ayuntamiento tenía vía libre para su demolición y reparto del suelo para la construcción de nuevas torres de vivienda. Más de 1000 arquitectos habían pedido su catalogación en 2008 pero la opinión publica nos daba la espalda, se mofaba de una profesión que defendía un edificio de esas características, “FEO”, sin pararse a pensar que lo que defendían aquellos arquitectos era el espacio del que gozaban, era la ciudad en sí misma, el vacío más que el lleno, unas viviendas sociales que permitían vivir y no mal vivir para pagar su renta.
Con el derribo de Robin Hood Gardens y la exhibición de su ruina en la Bienal no ha caído solo un edificio, se resquebraja nuestra profesión. Necesitamos más activismo, más voces ahí fuera para no mostrar en nuestros museos y bienales lo que como sociedad y ciudad no hemos sabido o querido proteger.